vuelvo a repetir no hay título

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La última luz del sol se desvaneció sobre la Tierra, dejando a la humanidad en una penumbra gélida. Un silencio profundo se extendió por el planeta, interrumpido solo por el débil susurro del viento. Un silencio que resonaba con la ausencia de risas, de conversaciones, de música, de la propia vida. La humanidad se había extinguido.

No había sido una guerra nuclear, ni una pandemia devastadora. Había sido algo más sutil, más insidioso. Un cambio gradual en el clima que había transformado la Tierra en un lugar inhabitable. Los mares se habían elevado, engullendo ciudades costeras y dejando solo ruinas erosionadas. Los desiertos se habían expandido, devorando los campos de cultivo y dejando a la población sin alimento. Las tormentas se habían vuelto feroces, desgarrando ciudades y sembrando la desesperación.

El final había llegado con lentitud, con una desesperación silenciosa que se había ido apoderando del corazón de la humanidad. Al principio, habían luchado, intentando adaptarse, construir refugios, buscar soluciones. Pero la naturaleza se había mostrado implacable, y con el paso de los años, la esperanza se había ido apagando.

Los últimos humanos, ya solo unos pocos cientos, habían vivido en refugios subterráneos, aislados del mundo exterior, alimentando un fuego agonizante de esperanza. Pero la escasez de recursos y las enfermedades los habían debilitado. Los niños habían nacido enfermos, con cuerpos débiles que no podían resistir la atmósfera contaminada.

Un día, el último niño, un bebé de ojos oscuros llamado Elara, murió en brazos de su madre, la última mujer de la Tierra. La madre, con la mirada vacía, la acunó en sus brazos hasta que su corazón dejó de latir. Era el fin. El fin de la humanidad.

La Tierra, sin la presencia humana, comenzó a recuperarse. La naturaleza, implacable en su ciclo, se había apropiado de las ciudades abandonadas, llenándolas de vegetación. Los animales salvajes deambulaban libremente por las calles, sin temor a la presencia humana. El silencio, ahora eterno, se apoderó del planeta.

Y en el cielo, las estrellas brillaban con la misma indiferencia que siempre, sin importar si había seres que las observaran. La Tierra seguía girando, un planeta silencioso,  donde la memoria de la humanidad se desvanecía como una huella en la arena, borrada por el tiempo.

A pesar de su extinción, la huella de la humanidad, su legado, quedó grabado en el planeta. Las ruinas de las ciudades, los monumentos, los libros, las pinturas, todo era testimonio de su existencia.  Una especie que había llegado a la cima, solo para desaparecer como una estrella fugaz en el vasto universo.

Y así, la Tierra seguía girando, un planeta silencioso, en un universo que no se conmovía por la pérdida de una especie.

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