tiago notó el estado de mauro, sabía que algo no andaba bien, lo presentía.como siempre, se arrimó hasta él, cuidadosamente en un intento de iniciar una conversación con él, como de costumbre hacían.
aunque la preocupación lo golpeó de repente, notoriamente en su rostro, todo gracias a que notó una mano bien marcada en su mejilla, parecía ser una cachetada recién dada, pues todavía permanecía aquel color rojizo.
— todo bien mau?, ¿qué pasó?— preguntó preocupado, aunque sabía que era todo lo contrario a estar bien.
—nada tranqui, nomás me peleé con mi viejo— explicó desganado, no quería discutir, menos con él.
—te pegó, no?— dijo dándole una mirada a su mejilla, que se contuvo a acariciarla por miedo a hacerle doler o provocarle alguna a que otra molestia.
—si, pero ya no duele, tranqui... ¿vamos?— cambió de tema el de ojos claros, tomando con suavidad la muñeca del morocho, provocándole una sonrisita y haciéndolo asentir antes de comenzar a caminar hasta el salón.
en eso de que iban caminando, tiago notaba que mauro a veces presionaba un poquito más su muñeca o bajaba su mano, posiblemente en busca de algún tipo de consuelo aunque lo hacía inconscientemente, obviamente el más alto no se apartó y trató en lo posible de recordarle que estaba ahí, a su lado.
dejando de lado la tierna situación, tiago permanecía atento y preocupado mientras caminaba con él, notando de reojo sus heridas que eran como arañazos.
sabía que él se los había hecho, porque si, sabía de su condición porque mauro se lo había dicho una vez que estaban solos, quedando como un secreto entre ambos.
supuso que quizá se debía a algo que iba con la mano de su tei, aunque no estaba seguro no quería preguntarle por respeto y comodidad hacia él.
eso aclaraba muchas cosas para el de tez morocha, pero aún así lo quería como era, con su forma destacada de ser que, ante la vista de los otros no era nada más ni nada menos que un maleducado violento.
una vez sentados en sus bancas pacheco llevó sus nudillos a la piel del otro, acariciando suavemente el golpe, con ternura y asegurándose de no molestarlo
—decime si te sigue doliendo así en el recreo te compro hielo, así se te deshincha y te deja de doler un poco aunque sea, ¿querés?— le dijo preocupado, robándole una risita al contrario, esa risita que endulzaba los oídos del otro.