El viento invernal silbaba por los corredores vacíos de Hogwarts, envolviendo al castillo en un ambiente lúgubre y opresivo. Harry no había podido dejar de pensar en lo que Malfoy le había confesado. El rostro pálido y asustado de Draco seguía apareciendo en su mente, especialmente sus palabras: "No puedes ayudarme, Potter. Nadie puede."
Sin embargo, Harry sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Había visto una grieta en la fachada de arrogancia de Malfoy, un atisbo de vulnerabilidad que lo impulsaba a intentar algo, lo que fuera, para ayudarlo. A medida que pasaban los días, su inquietud aumentaba. Y aunque había decidido no contárselo a Ron y Hermione todavía, sabía que necesitaba un plan. El tiempo corría, y Malfoy estaba en peligro.
Durante el desayuno en el Gran Comedor, Harry apenas probó su comida. Hermione lo observaba con detenimiento, notando su incomodidad.
—Harry, ¿estás bien? —preguntó con una nota de preocupación en la voz.
Ron, con la boca llena de tostadas, también lo miró, aunque con menos interés.
—Sí, Harry, últimamente has estado... no sé, más raro que de costumbre. ¿Es por lo que estás haciendo con Dumbledore?
Harry negó con la cabeza, sin decir nada al principio. Sabía que no podía contarles todo aún. Si les hablaba sobre Malfoy, Ron explotaría, y Harry no estaba listo para lidiar con esa reacción. No todavía.
—Estoy bien —mintió—. Solo estoy pensando en lo que tenemos que hacer con Dumbledore. Es complicado.
Hermione frunció el ceño, pero no insistió más, aunque claramente no estaba convencida. A su lado, Ron seguía devorando su desayuno, aparentemente satisfecho con la respuesta de Harry.
Después del desayuno, Harry decidió ir a hablar con alguien que tal vez podría ofrecerle una perspectiva diferente. Luna Lovegood. Siempre había tenido una manera única de ver el mundo, y en este momento, Harry necesitaba esa perspectiva. Sabía que Luna no lo juzgaría, y podría ayudarlo a ordenar sus pensamientos.
La encontró en la sala común de Ravenclaw, sentada sola en un rincón, leyendo una copia de El Quisquilloso al revés. Cuando Harry se acercó, ella lo miró con una sonrisa soñadora.
—Hola, Harry —dijo, apartando la vista de su revista—. ¿Todo bien?
Harry se sentó frente a ella, sintiéndose algo incómodo, pero aliviado por la tranquilidad que irradiaba Luna.
—Hola, Luna. Necesito hablar con alguien... alguien en quien pueda confiar, pero no puedo decirte todo. Es algo complicado —comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado.
Luna lo miró con sus grandes ojos azules, parpadeando lentamente.
—No tienes que decirme todo para que te escuche, Harry. A veces, solo necesitas a alguien que esté ahí.
Harry sonrió levemente, agradecido por su comprensión. Tomó aire y comenzó a hablar.
—Es sobre alguien... alguien con quien normalmente no me llevaría bien. Últimamente, he visto un lado de él que no conocía, y creo que está en problemas. Sé que necesita ayuda, pero no sé cómo acercarme sin empeorar las cosas.
Luna asintió lentamente, como si procesara cada palabra con cuidado.
—A veces, las personas se esconden detrás de máscaras —dijo con su habitual tono etéreo—. Y cuando esas máscaras empiezan a agrietarse, es cuando más necesitan que alguien les muestre que no están solos.
Harry pensó en esas palabras. Draco Malfoy había estado escondiéndose detrás de su máscara durante años, y ahora que se estaba derrumbando, no había nadie para ayudarlo. Excepto, quizás, él mismo.
—Pero, ¿cómo se supone que debo ayudarlo? —preguntó Harry, mirando a Luna—. No creo que confíe en mí, y está tan... atrapado.
Luna lo miró fijamente antes de responder.
—La confianza no siempre se gana con palabras. A veces, es más sobre estar allí cuando te necesitan, aunque no lo admitan. Puede que no se dé cuenta ahora, pero si realmente está en problemas, sabrá que puede acudir a ti cuando llegue el momento.
Harry asintió, dándose cuenta de que, tal vez, Luna tenía razón. No podía forzar a Malfoy a confiar en él, pero sí podía estar ahí, listo para ayudar cuando el momento llegara.
—Gracias, Luna —dijo, levantándose—. Has sido de gran ayuda.
—Siempre es un placer, Harry —respondió ella, volviendo su atención a su revista—. Y no te preocupes, a veces las personas que parecen más solas son las que más desean tener un amigo.
Con esas palabras resonando en su mente, Harry se dirigió de vuelta a la torre de Gryffindor, más decidido que nunca a hacer algo. No sabía cuándo o cómo, pero estaría ahí cuando Draco lo necesitara.
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Las siguientes semanas transcurrieron rápidamente, entre clases y la búsqueda con Dumbledore para desentrañar los secretos de Voldemort. Pero cada vez que Harry veía a Malfoy, notaba que algo andaba terriblemente mal. Draco había perdido peso, sus ojeras eran más profundas, y su actitud arrogante parecía desmoronarse con cada día que pasaba.
Una tarde, durante la clase de Pociones, la tensión entre ambos finalmente alcanzó su punto de quiebre. Snape los había emparejado para trabajar en una poción complicada, y la proximidad de Draco hacía que Harry se sintiera más incómodo de lo habitual. Ambos trabajaban en silencio, pero Harry podía sentir la tensión en el aire, como si Draco estuviera al borde de explotar.
Finalmente, fue Draco quien rompió el silencio.
—No te metas en mis asuntos, Potter —dijo en un tono bajo pero furioso, sin mirarlo a los ojos.
Harry levantó la vista, sorprendido por el comentario.
—No me estoy metiendo —respondió—. Pero si estás en problemas, no tienes que enfrentarlo solo, Malfoy.
Draco soltó una risa amarga.
—¿Y qué vas a hacer tú, Potter? —preguntó con sarcasmo—. ¿Salvarme? No puedes salvar a todos.
Harry sintió un nudo en el estómago. No era solo una cuestión de querer "salvar" a Draco. Sabía que había algo más en juego, algo mucho más grande que cualquiera de ellos dos.
—Tal vez no —respondió en voz baja—. Pero sé lo que es sentirse atrapado, y no tienes que lidiar con eso solo.
Draco finalmente lo miró, con los ojos llenos de una mezcla de ira y algo más profundo, algo que Harry no pudo descifrar de inmediato. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada, pero el silencio entre ellos era más elocuente que cualquier palabra.
Antes de que pudieran continuar la conversación, Snape pasó junto a ellos, observando su trabajo.
—Muy bien, sigan así.
Draco apretó los labios y volvió a centrarse en su caldero. Pero Harry sabía que las palabras habían tenido algún efecto. Tal vez no ahora, pero algo había cambiado entre ellos.
Cuando la clase terminó, Draco fue el primero en salir del aula, casi huyendo. Harry lo vio desaparecer por el corredor, y aunque no lo persiguió, supo que ese no sería el último intercambio entre ellos.
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Esa noche, Harry se encontraba nuevamente en la Sala de los Menesteres. Había estado practicando su uso, intentando descubrir si Draco lo usaba como sospechaba. Mientras caminaba por el pasillo varias veces, finalmente la puerta se materializó. Al entrar, se encontró en una sala más oscura de lo habitual, llena de objetos antiguos y olvidados.
Harry avanzó con cautela, preguntándose qué encontraría esta vez. Pero antes de que pudiera explorar más, una voz lo detuvo.
—Sabía que vendrías aquí, Potter.
Harry giró rápidamente, viendo a Draco Malfoy emergiendo de entre las sombras, con su varita en la mano y una expresión decidida en el rostro.
—Ahora es el momento de la verdad —dijo Draco, avanzando hacia él—. No puedes huir de esto, Harry. Nadie puede.
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𝐄𝐋 𝐀𝐑𝐎𝐌𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐀𝐌𝐎𝐑𝐓𝐄𝐍𝐓𝐈𝐀 →ᴅʀᴀʀʀʏ
Fanfic𝐄𝐍 𝐒𝐔 𝐒𝐄𝐗𝐓𝐎 𝐀𝐍̃𝐎 en Hogwarts, Harry Potter se enfrenta a un nuevo tipo de confusión: en una clase de pociones, se le asigna preparar la famosa poción de Amortentia, que revela el aroma de aquello que más desea. Para su sorpresa, lo único...