Capítulo 7

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Después de salir de la cafetería, nos encontramos de pie en la acera, esperando un taxi. La noche ya había caído, y el aire fresco parecía hacer que todos estuvieran un poco más animados, excepto por Alison, que no dejaba de morderse el labio, visiblemente nerviosa. Cuando el taxi llegó, Gabo se pidió el lugar del copiloto, mientras los demás nos subimos apretadamente en los asientos traseros. Johnny y Carolina conversaban animadamente sobre la fiesta, pero Alison se inclinó hacia mí, su ansiedad evidente.

—¿Y si mi mamá no quiere escucharnos? —me susurró, mirando por la ventana como si estuviera preparándose para una batalla—. Ella a veces puede ser... muy firme.

Me reí suavemente, tratando de tranquilizarla.

—No te preocupes. Vamos a hacerlo bien —dije, intentando sonar más seguro de lo que estaba—. Además, estamos todos aquí. Somos un equipo, ¿no?

—Pero, ¿qué vas a decirle exactamente? —insistió ella, sus ojos grandes reflejando la luz de los faroles de la calle—. Quiero decir, ¿cómo vas a convencerla?

—Voy a ser honesto. Le diré que eres una chica responsable y que no vas a estar sola en la fiesta. Somos tus amigos y vamos a cuidarte. Suena bastante razonable, ¿no?

Alison me miró un segundo más, como evaluando mis palabras, pero luego asintió, aunque todavía parecía inquieta.

—¿Y si dice que no? —preguntó.

—Entonces la invitamos a la fiesta —bromeé, lo que finalmente arrancó una sonrisa nerviosa de su rostro.

El taxi se detuvo frente al edificio de Alison. Bajamos y caminamos hacia la entrada, donde nos recibió una brisa nocturna que no ayudaba mucho a calmar la tensión.

Ella respiró hondo. Parecía estar lidiando con una tormenta interna.

—Vamos, no es para tanto —le dijo Johnny, dándole una palmada en el hombro.

—Eso espero —murmuró con las llaves en mano.

Alison abrió la puerta del edificio y nos hizo pasar, susurrando un rápido "por favor no hagan mucho ruido" mientras nos guiaba hacia el pequeño departamento. Al entrar, nos dejó en la sala y nos indicó que esperáramos ahí mientras ella iba a buscar a su madre.

La sala de estar era acogedora, con muebles claros y bien cuidados. En un rincón, había una estantería llena de libros y fotografías familiares. De repente, un gato blanco con ligeros tonos naranjas entró al salón, moviéndose con elegancia.

—¡Tommy! —exclamó Carolina, visiblemente emocionada mientras se agachaba para acariciarlo—. No lo veía desde hace un tiempo. ¿Cómo has estado, amiguito?

El gato ronroneó suavemente, caminando con paso despreocupado hacia Carolina, que lo acarició con una ternura que contrastaba con su habitual energía.

Mientras ella y el gato parecían estar en su propio mundo, yo me acerqué a un mueble cercano que exhibía varias fotografías. Mis ojos se posaron en una imagen de Alison cuando era pequeña, vestida con un disfraz de princesa y una sonrisa traviesa en su rostro. Había otras fotos de ella en diferentes etapas de su vida: en una graduación, en un parque con lo que parecía ser su familia, y en lo que debía ser un cumpleaños reciente, sosteniendo un pastel.

Una sensación cálida se instaló en mi pecho mientras veía esas imágenes. Alison siempre había sido especial a su manera, pero verla en esas fotos, en momentos tan personales y tiernos, me hacía sentir una conexión diferente, como si de alguna manera, estar aquí nos acercara aún más.

Antes de que pudiera seguir mirando, Alison regresó con su madre. La señora era alta, de cabello claro teñido, y vestía ropa formal casual que le daba un aire de autoridad, aunque también parecía amable. Carolina se levantó inmediatamente para saludarla.

Sombras del orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora