LXXXVIII: Descanso

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Samira poco a poco tomó conciencia de que estaba despierta. Su cuerpo le pesaba, además sentía un peso en su torso que le impedía moverse mucho. La temperatura era tan agradable. Estiró un poco sus piernas perezosamente y se dio cuenta que sus músculos le pasaban factura de su intensa actividad de la noche anterior. Entonces abrió sus ojos algo ansiosa y corroboró sus recuerdos. Zeth estaba acostado a su lado abrazando su cuerpo desnudo después de aquella noche donde habían dado rienda suelta a sus deseos. Su respiración era pausada y su rostro estaba completamente relajado.

Samira se sonrió al notar que dormía profundamente, como hace unos días cuando se refugiaron de aquella tormenta. Pero era la primera vez que tenía la suficiente confianza como para apreciarlo de tan cerca. Los pómulos y las mandíbulas de Zeth eran bien marcados, y su nariz recta y con un perfecto ángulo, ni muy respingada, ni achatada. Sus labios bien delineados se escondían un poco bajo su barba algo desprolija de esos últimos días, aun así, le quedaba muy bien. Sus cejas tupidas estaban levemente despeinadas, eso le daba un aspecto algo salvaje, junto con su cicatriz, que era lo único que rompía la simetría de su cara, lo cual no era menor, ya que comenzaba en su frente, cruzaba su ceja y continuaba en su mejilla donde se perdía entre los bellos de su barba. Su pesado y musculoso brazo la rodeaba por la cintura y el otro descansaba bajo las almohadas. Su pecho subía y bajaba acompasado. Se veía saludable y tranquilo, todo lo opuesto a aquellos días donde lo había cuidado de la fiebre, donde parecía que le costaba hasta respirar por el dolor y las alucinaciones.

El rose de su piel desnuda contra la de él se sentía tan cálido, suave, era muy reconfortante. Y Samira impulsada por su deseo y curiosidad se animó a repasar sus cicatrices de su torso. Había algunas pequeñas y casi borradas por el tiempo, otras viejas que tal vez fueron heridas más graves en su momento y las recientes. ¡Se sentía tan bien cuidando de él! Una sensación de satisfacción plena la colmo por completo.

Le era imposible explicarse a sí misma aquello que sentía estando en sus brazos. De los últimos días, atesoraba esas largas horas de montar pegada a su cuerpo. Tanto que cuando se separaban extrañaba su aroma, su respiración. Y a pesar del intenso calor, del sol implacable en las horas del día, las tormentas de arenas y los frecuentes vientos, para Samira todo se sentía mucho menos viajando en los brazos de Zeth. Definitivamente era como viajar acunada envuelta en sedas a comparación de montar sola un caballo.

Samira jamás se había sentido tan segura y cuidada como cuando estaba con Zeth. Recordaba todo lo que sus amigas de Nuevo Continente le habían dicho sobre el amor y las sensaciones de ser besadas, pero todo aquello parecía solo uno por ciento de todo lo que Zeth la hacía sentir. Ese hombre robusto y de mirada seria y penetrante, ese jinete estoico, ese espadachín hábil, ese héroe a quien veneraban, era Zeth, su marido y dormía profundamente a su lado. Si lo pensaba bien, no podía creérselo. Pero era la verdad. Samira de ese modo se declaraba así misma perdidamente enamorada de su marido.

Sin embargo, aún sentía que una parte de Zeth era inalcanzable para ella. Ella a veces se sentía una niña a la par de las mujeres de más o menos su edad en el viejo continente, además que sus bellezas y curvas eran más prominentes. Después de haber visto aquel deslumbrante glamour y extrema sensualidad de las sacerdotisas, se preguntaba si ella podía ser una buena esposa de un hijo del desierto.

Estaba casi segura que esa muchacha del templo era Caterynah, quien fue amante de Zeth antes de entregarse como tributo. Su belleza era hipnótica y su mirada gris, tenía similitud con la de Zeth. ¿El sabrá que ella está viva? De pronto un terror la invadió, y se le oprimió el pecho. ¿Qué pasaría si se vuelven a encontrar? Si aquella sacerdotisa es Caterynah, el primer y único amor conocido de su esposo y sigue viva, ella podría escapar y una vez liberada, Zeth ¿abandonaría todo para estar con ella? Nunca se había animado a preguntar nada al respecto a Zeth. Pues él no habla casi nada de los sucesos previos a las guerras ni de estas mismas. Se sentía tan cobarde. Pudo preguntárselo ella misma si se trataba de Caterynah cuando quedaron solas, pero tubo tanto miedo de que su respuesta fuera afirmativa, y por el mismo miedo nunca se lo había preguntado a él. Aquella muchacha sin embargo en tan poco tiempo le había demostrado cuan valiente era al advertirle sobre el té a escondidas de la misma suprema sacerdotisa. Una valentía mucho más digna para un guerrero como su esposo.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora