Sucubo.

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Cuando nos mudamos a la nueva casa, algo cambió en el aire. Mi madre y yo intentábamos empezar de nuevo después de la desaparición de mi padre. Lo encontraron semanas después, sin vida. No había respuestas, solo más preguntas. La casa antigua era muy grande y generaba muchos gastos además de recuerdos de Papá. Esa fue la razón por la cual nos fuimos.

Yo, con 17 años, prefería aislarme. En la escuela no encajaba, en el barrio tampoco. Mi madre pensaba que estaba deprimido, pero la verdad era que mi interés estaba en otra parte. Algo en mi quería saber que había pasado con mi padre. Otra parte solo quería escuchar musica y dibujar, simplemente estar tranquilo.

Podría pasar así el resto de mi vida, sin que nada cambiara. Pero un día, mientras dibujaba en mi escritorio, que estaba frente a la ventana, algo llamó mi atención. Desde el segundo piso, tenía una vista directa de la casa de al lado, y de reojo noté un movimiento en una de las habitaciones. Al girar la cabeza, quedé paralizado. Ahí estaba ella, mi vecina. En ese instante, una rápida y perturbadora obsesión se instaló en mi mente, tan intensa como inexplicable.

Ella era misteriosa, de unos 30 años, increíblemente atractiva, con una presencia que me atraía de una manera que no lograba entender. Al principio solo la observaba desde lejos, una simple curiosidad. Pero pronto, esa curiosidad se convirtió en algo más. Comencé a espiarla. La veía cada noche desde mi ventana, cada movimiento, cada gesto. Todo sobre ella me atrapaba.

Una noche, mientras la espiaba, ella me descubrió. Me congelé, esperando que reaccionara con disgusto. Pero no lo hizo. Me sonrió. No supe qué hacer y solo me escondí temblando de nervios. No asome la cabeza hasta casi una hora después. Pero esa sonrisa solo hizo que mi obsesión creciera.

Los días pasaban y trataba de evitar mi habitación a toda costa. Cuando no tenía opción, mantenía las cortinas cerradas, como si con eso pudiera detener el impulso. No quería verla, la vergüenza me carcomía, pero a la vez sentía una atracción imposible de ignorar, como si algo dentro de mí respondiera a un llamado silencioso. La ansiedad empezaba a devorarme, pero intentaba mantenerme ocupado con cualquier cosa en la casa, buscando distraerme, ahogando ese pensamiento que cada vez se hacía más fuerte.

Mi cumpleaños número 18 llegó pronto. Mi madre intentó hacer algo especial, preparó una pequeña tarta y me cantó "Feliz cumpleaños" antes de la cena. Mientras estábamos en la cocina, sonó la puerta. Era ella, la vecina. Traía algo de comida y, para mi sorpresa, mi madre la invitó a quedarse. Yo no sabía cómo actuar. Estaba lleno de vergüenza y miedo al pensar que le podría decir algo a mi madre. Pero también me parecía extrañamente excitante tenerla en mi casa, cerca de mi.

Durante la cena, la vecina fue encantadora, como si nada extraño hubiera pasado entre nosotros.Fui relajándome y acostumbrándome a esta situación. Sin embargo, cuando se despidió, me dio un abrazo y susurró en mi oído: "Esta noche, mira por la ventana." Esa frase se quedó grabada en mi mente mientras me subía la sangre a toda velocidad a la cabeza.

Más tarde, en mi habitación, intenté resistirme, pero la tentación fue más fuerte. No sabia que era lo que me iba a encontrar. No la quería hacer sentir mal ya que ella fué muy maja y no le dijo nada a mi Madre. Pero esa ansia me ganó. Me acerqué a la ventana y la vi. Estaba ahí, mirándome, y comenzó a desvestirse lentamente. Sentí que algo en mí se desmoronaba. Esta hipnotizado. Nunca había visto a una mujer tan hermosa, tan perfecta y tan excitante. Justo cuando las cosas estaban a punto de ir más lejos, mi madre entró de repente a mi cuarto. Me cubrí rápidamente, pero cuando ella miró hacia la ventana, no vio nada. Todo estaba oscuro. Ya no había nadie ahí. Sentí una vergüenza increíble y solo me quede callado al igual que mi madre. Un silencio incómodo. Un "buenas noches" sin verme y una puerta cerrándose.

A partir de esa noche, los sueños comenzaron. En ellos, mi vecina aparecía en mi habitación. Al principio, eran sueños normales, pero poco a poco se transformaron en algo más oscuro. Los límites entre el sueño y la realidad se difuminaban.

Cada vez que la soñaba, algo en mí se consumía. Sentía que, al despertar, una parte de mí se había quedado atrapada en esos sueños. Me estaba debilitando. La vecina era siempre la misma en los sueños, pero su forma se volvía más amenazante, más aterradora. Mas... "demoniaca" No era la mujer que yo creía conocer.

En cada sueño, imágenes extrañas danzaban en mi mente. La veía a ella, siempre joven y radiante, vestida con ropas de tiempos remotos. La risa de su voz se entrelazaba con gritos de lamento; hombres yacían en el suelo, sus cuerpos marchitos y envejecidos, como si ella les estuviera robando la vida misma. La escena era macabra: mientras yo contemplaba la angustia de aquellos que partían, ella reía a carcajadas, disfrutando del desfile de ataúdes que parecían flotar a su alrededor.

Cada vez estaba más cansado, no quería ir al colegio. Solo quería pasar el dia durmiendo, porque aunque cada vez mis sueños parecían pesadillas, al menos soñaba con ella. Lo que no había notado era que mi madre no me decía nada por no ir o por estar todo el día en habitación. Las pocas veces que la veía por la casa, actuaba extraño. Como distraída. ida. Como si no estuviera.

Una noche mientras soñaba con ella, al estar sobre mi se acerco a mi oído y me dijo. "Despierta y baja, tengo algo que decirte", escuche un golpe que me hizo abrir los ojos. Algo pesado cayendo. Al bajar al primer piso, encontré a mi madre tendida en el suelo. Inerte. Y la vecina, estaba ahí, de pie sobre ella. Me miró con esa sonrisa perturbadora. "Todo esto era inevitable", dijo con una calma que me heló la sangre. "Tu padre solo era el principio. Y tú, bueno, siempre has sido parte de esto."

Fue entonces cuando comprendí que todo había comenzado mucho antes de que nos mudáramos. La desaparición de mi padre, mi obsesión por ella, su eterna juventud... Todo había sido parte de su juego. Y ahora, no había escapatoria.

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