The Philosopher King:

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Ala derecha romana:

Trajano maldijo su suerte una y mil veces.

De forma similar a como el falso muro de Escipión había fallado en detener a los elefantes de Atenea, sus carroballistas habían generado muchas menos bajas de lo esperado entre los catafractos, que con violencia habían cargado hasta destruir una gran parte de su artillería móvil.

Ahora una segunda oleada de caballería pesada se lanzaba contra él, y no tenía forma de detenerlos.

—Como en Gaugamela será—escupió—. ¡Tenemos que reorganizar a las tropas y reforzar a las legiones de César! ¡Manio y Longino, únanse a los manípulos que enfrentan a la falange! ¡Quieto, Liviano y yo nos quedamos aquí!

Marco Ulpio Trajano había tomado el mando de las primeras turmae de la caballería romana en el ala derecha frente a los catafractos. Lusio Quieto se había situado justo a su espalda con el resto de la caballería. Trajano resopló con fuerza, buscando de forma instintiva en la oxigenación de sus pulmones las fuerzas adicionales necesarias que precisaba para mantener la posición ante la descomunal fuerza que se aproximaba contra ellos de forma inexorable.

Los catafractos seguían avanzando despacio, al trote, pero sin detenerse. Levantaban gran cantidad de polvo. Trajano apretó los dientes. Había estado en muchas batallas pero nunca había visto ante sus ojos un enemigo tan formidable. El sol reflejaba en todas las protecciones de los jinetes y caballos enemigos. Eran armaduras completas que los protegían de pies a cabeza, y a los caballos también. Trajano no podía rendirse, pero lo que descubrían sus ojos hacía desfallecer su ánimo: buscaba como un poseso alguna pequeña debilidad en las protecciones de aquellos jinetes, pero estaban completamente cubiertos por armaduras que los hacían prácticamente indestructibles.

Se llevó la mano izquierda al rostro y se la pasó por la barbilla y por el cuello. Los catafractos estaban ya sólo a mil quinientos pasos. Tenía que tomar una decisión y sólo había dos caminos: o esperar allí la embestida brutal de los jinetes enemigos u ordenar que sus propios jinetes iniciaran una carga para, favorecidos por ser mucho más ligeros, conseguir una gran velocidad de ataque con la que compensar su carencia de protecciones.

El emperador Marco Ulpio Trajano, Germánico, Dácico y Pártico, seguro de que no tenían nada que hacer, se encomendó a todos sus ancestros, miró a izquierda y derecha, descubrió la palidez de los rostros de los decuriones que aguardaban sus órdenes y, sin esperar un segundo más, lanzó un grito que reverberó sobre el suelo de la llanura.

—¡Por Júpiter, por Roma! ¡A la carga!

Y las turmae bajo su mando se lanzaron directamente al galope para embestir a los catafractos que, sin alterar el paso constante de su trote, avanzaban como espíritus ajenos a cualquier cosa que sus enemigos decidiesen acometer.

Los jinetes romanos, por la fuerza de sus caballos y la ausencia de protecciones pesadas en sus soldados, consiguieron alcanzar en quinientos pasos una gran velocidad de ataque. Ante cualquier otro enemigo aquella carga dirigida por Trajano habría sido definitiva, pero los catafractos eran de otro mundo.

El choque tuvo lugar a mitad de la llanura. Fue brutal. Decenas de jinetes romanos saltaron por los aires y una gran cantidad de caballos de las turmae rodaron por el suelo. El emperador había calculado mal. El peso de cada catafracto era tal que pese a ser embestido con fuerza apenas si retrocedía un poco. Era cierto que algunos jinetes catafractos cayeron derribados, pero en proporción de uno a diez frente a las múltiples bajas de los romanos. La carga del emperador Trajano había sido un sonoro fracaso. Eso sí, los catafractos redujeron el trote a un lento avance al paso, para desde lo alto de sus monturas blindadas asestar estocadas mortales a los muchos jinetes romanos que intentaban o recuperar sus caballos o defenderse de los golpes enemigos.

Record of Ragnarok (Batallas alternativas): Julio César vs AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora