Las dos almas. Episodio 2

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El silencio de la noche en Madrid resultaba extraño para Chiara. Acostumbrada al sonido del mar, el susurro del viento entre los pinos de su pequeña isla, la ciudad parecía un lugar desolado a pesar del bullicio diurno. Estaba en su nueva habitación, paredes blancas y muebles minimalistas, en el colegio mayor que se había convertido en su hogar temporal. Se sentía como una desconocida entre esas cuatro paredes, tan lejos de su familia y de la gente que la conocía de toda la vida. Lo único que traía consigo era su música y el peso de la decisión que había tomado al dejar su tierra.

Se había mudado a Madrid para dar un paso adelante en su carrera. Sus canciones comenzaban a resonar en pequeños escenarios, y aunque la idea de crecer en su profesión le emocionaba, había algo que no podía controlar: el miedo a estar sola. Desde hacía años, nunca había dormido sola. Vivía con su  familia, siempre había alguien en la habitación contigua, en la cama de al lado. Madrid, con toda su promesa de oportunidades, era también una ciudad extraña y solitaria para ella.Y ahí estaba Chiara, tumbada en su cama, con la luz tenue del flexo proyectando sombras en la pared. Intentaba dormir, pero la ansiedad le revolvía el pecho. Sentía el corazón latiendo con fuerza, las manos temblorosas, y las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera detenerlas. No era una tristeza profunda, era una angustia constante, un nudo en la garganta que no desaparecía. Los sollozos se escapaban de su boca en espasmos irregulares, hasta que su respiración se volvió más rápida y superficial, su visión borrosa por las lágrimas. Un ataque de ansiedad se apoderaba de ella.


En la habitación contigua, Ruslana intentaba concentrarse en leer el guion de una obra de teatro. Había llegado a Madrid desde Tenerife con un sueño claro: ser actriz. Desde pequeña, el escenario la había llamado, y aunque sabía que el camino no sería fácil, estaba decidida a recorrerlo. En ese momento, sin embargo, se encontraba en una situación parecida a la de Chiara: nueva ciudad, nuevo entorno, y aunque no le gustaba admitirlo, también se sentía sola. Había aprendido a lidiar con esos sentimientos a lo largo de los años, pero algo en el silencio de la noche le hacía sentir la distancia de su familia y de las cosas conocidas.


De pronto, escuchó algo a través de la pared. Era un sonido apagado al principio, como un gemido lejano, pero con el paso de los segundos, se dio cuenta de que era el llanto de alguien. Frunció el ceño, soltando el guion en su cama y quedándose completamente quieta, tratando de identificar de dónde venía. El sonido era cada vez más claro, y no había duda: era su vecina. Una chica que, como ella, parecía haberse mudado recientemente.Ruslana se levantó despacio, insegura de qué hacer. No la conocía, no sabía nada de ella, pero algo en esos sollozos la movió a actuar. Recordaba la cantidad de noches en que ella misma había llorado en silencio, sin nadie que la escuchara, y no podía soportar la idea de que alguien estuviera pasando por lo mismo sin ayuda.


 Se dirigió a la puerta y salió al pasillo. Al principio, dudó si tocar o no, pero luego, su mano golpeó suavemente la puerta de Chiara.—¿Hola? —preguntó con voz suave—. ¿Estás bien?No hubo respuesta al principio, solo el silencio interrumpido por el llanto entrecortado que provenía del interior. Ruslana esperó unos segundos, luego volvió a intentarlo.—Perdona que moleste... solo quiero asegurarme de que estás bien.Pasaron varios minutos antes de escuchar pasos temblorosos y el sonido del pestillo al girar. La puerta se abrió un poco, y tras ella apareció Chiara, con los ojos enrojecidos y la piel pálida. Estaba temblando. Ruslana la miró con preocupación, sabiendo exactamente lo que estaba sintiendo.—¿Te puedo ayudar? —preguntó Ruslana, bajando la voz para no asustarla más.Chiara intentó decir algo, pero no pudo. Simplemente se desplomó en un sollozo más, y en ese momento, sin pensarlo, Ruslana dio un paso hacia adelante y la envolvió en un abrazo firme pero reconfortante. Chiara, sorprendida al principio, se quedó inmóvil unos segundos, hasta que su cuerpo, extenuado, cedió y se dejó abrazar.

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