Roma Aeterna:

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Primera linea de batalla romana:

La voz se había corrido por los manipulos de principes. Cayo Lelio y Marco Aurelio habían muerto. Su sangre clamaba venganza. Su sangre pedía, exigía sangre enemiga, ríos de ella. El cónsul Manio Acilio Glabrión,  reafirmó la pasión ciega de aquel odio entre las filas de sus legionarios de la III Cyrenaica donde se encargó de sustituir a Lelio en el mando.

—¡Por Marco Aurelio! ¡Por Cayo Lelio! ¡Contra los dioses y por su memoria!

—¡Adelante, por Roma, por el general, por la victoria!—le acompañó el legatus Cneo Pompeyo Longino, relevando a Lucio Escipión frente a la XIII Gemina—. ¡Y Por Cayo Lelio y Marco Aurelio, los mejores oficiales de Roma!

Longino había sido parte del círculo cercano del emperador Trajano, y se culpaba a sí mismo por haberse dejado usar como rehén durante las Guerras Dácicas. Tenía planeado limpiar aquella deshonra en el campo de batalla. No permitiría que otro oficial muriese si él podía evitarlo. Sólo quedaba la muerte o la victoria. Eso habían acordado todos y eso era lo que había. Cneo Pompeyo Longino desenvainó la espada. Tenía ganas de matar. Como todos sus hombres. Sólo querían matar.







Primera linea de batalla de los dioses:

Venían más romanos, pero ya habían hecho retroceder a una de sus líneas. Vieron llegar a los principes con el escudo en alto para guarecerse y los pila elevados a la altura del pecho. Cada manípulo era como una tortuga repleta de pinchos en su caparazón. Los dioses y ángeles arrojaron algunas jabalinas y muchas piedras. La mayoría golpeaba los escudos sin alcanzar los objetivos de carne y hueso que perseguían. Aquellos legionarios parecían algo más experimentados. Seguían avanzando.

Los ángeles fueron los primeros en arrojarse a la batalla, lanzando alaridos mortales contra aquellas formaciones del enemigo. Muchos cayeron ensartados por las lanzas romanas, pero su empuje irracional consiguió abrir las protecciones cerradas de la conjunción de cientos de escudos como melones que se abren al caer al suelo. Los dioses aprovecharon la ocasión para entrar en batalla cuerpo a cuerpo mientras los honderos, ahora sí, con los romanos luchando ya con sus gladios, lanzaban andanada tras andanada de piedras mortales a velocidades de vértigo. Estaban todos ellos seguros de repetir el mismo éxito y con la misma facilidad que con la línea romana anterior, pero aquellos legionarios que les habían sustituido combatían con un plus de furia que los distinguía de los anteriores. Tenían algo. Tenían odio en las venas. Pero los dioses tenían el mismo odio, insuflado en ellos tras la humillación a la que los humanos los habían expuesto tras la batalla de Zeus y muerte de Poseidón. Había que acabar con ellos.







Primera línea de combate romana:

Manio y Longino luchaban con destreza, ferocidad y tesón y sus hombres les imitaban. El choque fue bestial y siniestro, por los gritos de sus enemigos, por el odio con el que todos se atacaban, por la sangre sobre la que se combatía. En un primer momento, los principes de las legiones XIII Gemina y III Cyrenaica no sólo consiguieron detener el paulatino retroceso en el que la pérdida de fuelle de los hastati había sumido al ejército romano, sino que además consiguieron recuperar diez, veinte, treinta, cincuenta, casi cien pasos, pero llegados casi una vez más al centro de la llanura, la contienda pareció igualarse y los dioses parecían más dispuestos que nunca a combatir hasta la mismísima aniquilación. Los principes empezaron a acusar el cansancio. La necesidad de un nuevo relevo era creciente.

Record of Ragnarok (Batallas alternativas): Julio César vs AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora