Capítulo 4.

16 2 0
                                    

Ecos del Pasado

Habían pasado semanas desde que el rumor sobre Isabela Andrade había sacudido a los estudiantes de primer año. Aunque muchos creyeron que todo quedaría en simples murmuraciones, la situación había escalado mucho más de lo que cualquiera hubiera imaginado. Pablo, el chico que había desafiado a Isabela con su pregunta imprudente en clase, fue encontrado difamando el rumor en los pasillos de la facultad. La dirección de la universidad no tomó la situación a la ligera, y tras una serie de advertencias y audiencias, decidieron expulsarlo.

La noticia de la expulsión recorrió la facultad como un recordatorio de lo seria que era Isabela con su reputación y con las reglas. Para Astrid, la expulsión de Pablo fue una mezcla de sorpresa y un recordatorio del poder que Isabela poseía no solo dentro del aula, sino en toda la universidad.

Un día, durante una clase de Derecho Laboral con la profesora Hania Venegas, Astrid estaba distraída, con la mirada perdida a través de la ventana. Afuera, en el patio, vio a Isabela, apoyada contra su auto, hablando por celular. A pesar de estar en otra clase, la presencia de Isabela siempre lograba capturar la atención de Astrid. Había algo en su elegancia natural, en la manera en que movía las manos mientras hablaba, que la hacía completamente irresistible.

De repente, la voz de la profesora Venegas resonó en el aula, rompiendo el ensueño de Astrid.

—¿Algo que quiera compartir con la clase, señorita Castro? —preguntó Hania en un tono alto, con una mirada que mezclaba curiosidad y ligera molestia.

Astrid se sobresaltó, girando rápidamente su cabeza hacia la profesora. Todos los ojos en el salón estaban sobre ella, incluido el de Karla, que le lanzó una mirada cómplice.

—Lo siento, profesora —respondió Astrid, tratando de ocultar su vergüenza.

Karla, que estaba sentada a su lado, se inclinó hacia ella y le susurró con una sonrisa divertida:

—Deja de ser tan obvia, Astrid. Concéntrate ya.

Astrid intentó volver a prestar atención a la clase, pero su mente seguía atrapada en la imagen de Isabela afuera. Sin embargo, para su sorpresa, unos minutos después, la puerta del aula se abrió y apareció la figura imponente de Isabela. La profesora Venegas, interrumpiendo su lección, se detuvo y sonrió al ver a su colega.

—Hania —dijo Isabela con su tono habitual, directo y claro—, te traje los documentos que me solicitaste.

La aparición de Isabela causó un pequeño revuelo entre los estudiantes. Incluso los más despistados prestaban atención cuando la profesora Andrade entraba a cualquier lugar. Astrid sintió una oleada de nervios recorrer su cuerpo al verla en el salón. Sus ojos la siguieron casi sin querer mientras entregaba los papeles a la profesora Venegas. Una vez más, Astrid quedó fascinada por su presencia, y esta vez, no pasó desapercibido.

Hania, quien conocía bien a Isabela, se acercó a ella con una sonrisa cómplice y, en voz baja pero lo suficientemente alto como para que Karla y Astrid lo escucharan, dijo:

—Tienes hipnotizada a Castro —comentó, señalando discretamente hacia Astrid—. Mira sus ojos, le brillan. Igual que Azucena, aquella chica de tercer año que lleva enamorada de ti desde que entró a la facultad.

Astrid sintió un golpe de sorpresa al escuchar esas palabras, como si de repente todo el aire en el aula se hubiera vuelto más pesado. El comentario había sido tan casual, pero para ella, significaba mucho más. ¿Azucena? ¿Quién era esa Azucena?

Isabela, sin embargo, se lo tomó con calma. Una leve sonrisa, casi imperceptible, apareció en sus labios, y sin responder nada, se despidió de Hania con un breve asentimiento. Mientras salía del aula, Astrid la observaba, intentando procesar lo que acababa de escuchar.

Cuando la clase terminó, Astrid recogió sus cosas en silencio, tratando de no parecer afectada. Sin embargo, Karla, como siempre, estaba atenta a todo.

—¿Escuchaste eso? —dijo Karla, caminando junto a ella mientras salían del aula.— ¿Quién será esa Azucena de la que hablaba la profa Venegas?—

Astrid no respondió de inmediato. Aún sentía el peso de los celos apretándole el pecho. No conocía a esta Azucena, pero el simple hecho de que su nombre hubiera sido relacionado con Isabela la inquietaba profundamente. Era la primera vez que sentía algo así, una mezcla de frustración y curiosidad que no sabía cómo manejar.

—¿Crees que Azucena fue su pareja? —preguntó Karla, más por diversión que por genuina curiosidad.

El comentario, aunque hecho en broma, hizo que el estómago de Astrid se revolviera. No podía evitar sentirse celosa, aunque no entendía del todo por qué. Había algo en la idea de que otra persona estuviera tan cerca de Isabela que la hacía sentir incómoda, casi como si esa relación afectara algo en lo más profundo de ella misma.

—No lo sé —respondió Astrid, intentando sonar despreocupada, aunque su mente no dejaba de darle vueltas a la idea. —Pero parece que todo el mundo tiene algo que decir sobre Isabela.

Karla la miró con una sonrisa pícara.

—¿Y a ti qué te importa tanto? —bromeó.— Tal vez tú eres la próxima Azucena, Astrid.

Astrid soltó una risa nerviosa, aunque el comentario de Karla había dado en el blanco. No podía evitar pensar en lo que significaba esa conexión, en cómo los ojos de Isabela, aunque siempre parecían fríos y calculadores, despertaban en ella una mezcla de admiración y deseo. ¿Quién era Azucena, y por qué parecía tener una historia con Isabela que todos conocían menos ella?

Mientras caminaban hacia la cafetería, Astrid no podía dejar de pensar en lo que había oído. El nombre de Azucena resonaba en su mente como una sombra que no podía ignorar. Había una historia que no conocía, una parte de la vida de Isabela que estaba fuera de su alcance, y eso solo hacía que su fascinación por la profesora creciera aún más.

¿Sería posible que Isabela pudiera haber tenido una relación con una alumna? ¿O tal vez todo era solo un rumor más? Pero, más importante aún, ¿por qué le afectaba tanto pensar en ello? Mientras el día avanzaba, Astrid no pudo evitar sentir que estaba entrando en un territorio emocional desconocido, uno del que no sabía si podría salir ilesa.

Ecos de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora