La luz de la mañana se filtraba con insistencia a través de un pequeño espacio entre las cortinas azul oscuro, iluminando la habitación. Madara sintió el calor del sol sobre su rostro antes de abrir los ojos, y aunque su cuerpo pedía a gritos unos minutos más de descanso, ya era imposible ignorar la claridad. Se talló levemente un ojo, aún algo desorientado, y su visión se fue enfocando poco a poco en el techo de la habitación. Sintió el peso de la noche pasada en cada músculo, en cada centímetro de su piel, y al intentar moverse, una sensación peculiar lo detuvo.
Su torso estaba cubierto de pequeñas marcas. Se inclinó ligeramente y sonrió con autosuficiencia al notar las señales que las uñas de Aisuru habían dejado en su piel. Bajó la mirada, repasando su propio cuerpo. Los recuerdos de la noche anterior inundaron su mente: el calor de su piel, la intensidad de sus besos, el aroma inconfundible de su cabello, los suspiros, sus gemidos de placer llenando la habitación y eran solo por él, para él.
Todo estaba tan presente, como si aún pudiese sentir su aliento en el cuello. Se sentó al borde de la cama, observando su reflejo en el espejo a un lado. Su cabello estaba enredado, desordenado, señal de que la noche había sido todo menos tranquila. Con un gesto despreocupado, lo apartó de su rostro. La vista de su espalda confirmó lo que ya sabía: no había un solo centímetro de piel que Aisuru no hubiese marcado.—Hmp —murmuró para sí, con esa arrogancia característica que nunca lo abandonaba.
Se levantó con algo de pereza, estirando los músculos adoloridos, y encontró su yukata tirado en el suelo. Al ponérselo, el eco de la noche seguía en su mente, como si cada paso que daba por la habitación lo llevase de vuelta a esos momentos llenos de desenfreno, pasión desmedida y sudor. Sin embargo, había algo que lo inquietaba: Aisuru no estaba en la habitación. Había despertado solo, y eso no le gustaba.
El Uchiha salió al pasillo con la intención de encontrarla, pero cuanto más avanzaba por la residencia, más evidente se hacía que ella se había ido. Su ceño se frunció. ¿A dónde habría ido? Esa no era una de las cosas que se podían dejar pasar. Aisuru había sido suya esa noche, y eso significaba que no iba a permitir que se alejara, no ahora que finalmente habían cruzado esa línea.
Mientras caminaba por la casa, se permitió rememorar nuevamente lo que había sucedido horas antes. Los suspiros, los jadeos, las miradas cargadas de una pasión que había estado contenida por tanto tiempo. Cada beso había sido una batalla por el control, y Aisuru no había retrocedido ni un milímetro. De hecho, la forma en la que había respondido le había tomado por sorpresa en más de un momento. Pero le encantaba, cada segundo de ese fuego que ella desataba era como una droga. Sonrió de nuevo, esta vez más para sí mismo que por su habitual arrogancia.
—No pensará que puede escapar así de fácil —se dijo, ajustándose el yukata al pasar por un gran ventanal que daba al jardín trasero.
La brisa matutina acarició su rostro, pero no consiguió calmar la tormenta de pensamientos que tenía en la cabeza. La sensación de vacío que le dejaba la ausencia de Aisuru lo irritaba más de lo que le gustaría admitir. ¿Por qué se había ido tan temprano? ¿Acaso no había sentido lo mismo que él? No, eso era imposible. Había visto la forma en que sus ojos brillaban, la manera en que su cuerpo respondía. Aisuru lo deseaba tanto como él a ella. Eso estaba claro.
El Uchiha pasó por la sala principa, caminando con ese aire de poder que siempre lo acompañaba, aunque por dentro una inquietud seguía creciendo. Al llegar a la puerta de la cocina, se detuvo. Un olor familiar a té recién hecho flotaba en el aire. Aisuru solía tomar té por la mañana, una costumbre que había adoptado durante los años. ¿Incluso se tomó el tiempo de beber té pero no de esperarlo?
—Tsk, esa mujer... —susurró entre dientes con frustración.
No es que el azabache fuera del tipo que perseguía a nadie. De hecho, la idea misma le molestaba. Pero con Aisuru todo era distinto. Ella había logrado algo que nadie más: lo había desafiado y había ganado. Y ahora, la idea de perderla le resultaba insoportable.
ESTÁS LEYENDO
Rojo Escarlata ➸ Madara ; Tobirama
Fanfiction❝ Aisuru ama a Madara, eso es innegable. Pero Tobirama despierta en ella sentimientos tan intensos que la hacen cuestionar todo. Madara es el fuego que la consume, mientras que Tobirama es la serenidad que le da paz. La batalla interna se intensif...