EL REINO OSCURECIDO

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En el vasto mundo de Lunaris, el cielo jamás se despejaba. Desde que la luna se alzó inmortal en el firmamento, las estrellas se convirtieron en los únicos testigos de las tierras bajo ellas, bañadas perpetuamente en un frío resplandor plateado. Ya no había días, solo una noche interminable que cubría el reino con su manto de sombras.

Este reino, antaño próspero y lleno de vida, había sucumbido al dominio de las fuerzas oscuras. Los ríos que una vez reflejaban el sol, ahora corrían oscuros y turbulentos bajo la luz tenue de la luna. Los árboles, antes robustos y llenos de frutos, eran ahora sombras retorcidas de lo que alguna vez fueron. El mundo parecía haberse congelado en el tiempo, incapaz de seguir adelante.

La gente de Lunaris vivía en constante temor. Durante años, habían escuchado la misma historia: que la Espada de Luna, una de las dos espadas gemelas que mantenían el equilibrio entre la luz y la oscuridad, había sido robada por el hechicero Ciaran. Desde entonces, el reino había caído en la eterna noche.

Se decía que Ciaran había sido consumido por la oscuridad que albergaba la espada, una corrupción que le otorgó poderes inimaginables, pero a un alto precio. El hechicero había utilizado el poder de la Espada de Luna para controlar el ciclo de la noche, despojando al reino de la luz del sol y sumiéndolo en una interminable penumbra.

La Espada de Sol, su contraparte, estaba perdida. Nadie sabía dónde se encontraba o si aún existía. Sin la Espada de Sol, la esperanza de restaurar el equilibrio parecía imposible. Los sabios antiguos solían decir que solo un verdadero guardián, elegido por el destino, podría unir ambas espadas y restaurar el ciclo natural del día y la noche.

Entre la gente común, las leyendas de las espadas gemelas no eran más que susurros de tiempos pasados. Los niños crecían bajo el temor de Ciaran y sus legiones de sombras, sin haber visto nunca la luz del día, sin saber lo que era el calor de un sol brillante sobre su piel. Para ellos, la oscuridad era la única realidad.

En una pequeña aldea al borde del Bosque de Cristal, una joven llamada Desa miraba el cielo cada noche, preguntándose cómo habría sido el mundo antes de la noche eterna. Aunque su pueblo estaba alejado del centro de Lunaris, donde las fuerzas de Ciaran eran más fuertes, no estaban a salvo.

Desa vivía con Fedra, una anciana que la había cuidado desde que era pequeña. De sus verdaderos padres no sabía nada, solo que habían muerto en una incursión de las fuerzas de Ciaran cuando era bebé.Fedra siempre le decía que debía sentirse afortunada de estar viva, pero Desa se preguntaba si la vida en la oscuridad realmente podía considerarse un regalo.

A pesar de la fría realidad que la rodeaba, Desa siempre había sentido una conexión especial con la luna. Desde niña, solía tener sueños extraños, visiones de una espada plateada resplandeciente bajo la luz de la luna llena. En esos sueños, siempre oía una voz que le susurraba su nombre, pero nunca entendía lo que significaba.

A medida que crecía, esos sueños se volvieron más intensos. Fedra, al darse cuenta de los cambios en la joven, comenzó a contarle más sobre la antigua leyenda de las espadas gemelas. Aunque Desa la escuchaba con atención, no podía evitar pensar que todo aquello eran solo historias antiguas, demasiado lejanas de su realidad.

Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Desa sabía que había algo más en su vida, algo que no podía explicar. Había momentos en los que sentía que la luna la observaba, como si esperara algo de ella. Pero cada vez que intentaba desentrañar el misterio, la sensación desaparecía tan rápido como había llegado.

El pueblo donde vivía Desa no era muy grande, y la mayoría de sus habitantes eran campesinos que intentaban sobrevivir como podían. Cultivar en la penumbra perpetua era difícil, y muchos de los campos estaban estériles. A pesar de esto, la gente se aferraba a la esperanza de que algún día la luz del sol volvería.

Las crónicas de la espada de lunaWhere stories live. Discover now