33

3 1 0
                                    

Nuestra boda no fue en absoluto algo convencional, pero tampoco espectacular.

Aunque los sentimientos de Josh eran sinceros, y como él juraba, siempre fue su intención desposarme desde el momento que me conociera, la realidad no era la de una relación al uso que finalmente acaba en matrimonio, como podría haber sido la mía con Hélokar. Estoy segura de que, de haber seguido en Iljenike, Hélokar me habría sacado del templo para desposarme, en cuanto se hubiera convertido en eikán.

Josh y yo apenas nos conocíamos, aunque la atracción era evidente, y sin duda, él fue el primer hombre del que me enamoré, aunque desde la ingenuidad y el idealismo.

Hélokar, sin embargo, fue mi primer amor, real. De no haber sido por las circunstancias históricas del archipiélago, habría sido el único. Pero los dioses tenían otro plan para mí. Como dijera Elantiokena, estaba llamada a vivir grandes cosas.

El administrativo y el abogado de La Colosal arreglaron los papeles allí mismo, a bordo. No era necesario el permiso previo gubernamental, aunque sí habría que informarlo de inmediato, pues, como mujer de un alto mando militar, condecorado, y en activo, tenía ciertas obligaciones, así como derechos.

Iba a entrar en Fronsta por la puerta grande, del brazo de un héroe nacional, yo, una joven isleña que no había salido de un templo de vírgenes en su vida, y cuando por fin lo hizo, fue como esclava.

En La Colosal, aun siendo una nave de guerra, viajaban a bordo varias mujeres que se encargaban de las cocinas y de cubrir necesidades de los soldados y la tripulación como enfermeras, costureras, lavanderas, etc., por lo que a mí se me pudo proveer de varios vestidos, sencillos, al estilo frontasiano, que yo tuve que aprender a llevar, al igual que a usar calzado, y esto fue lo más difícil para mí, que había andado descalza toda mi vida. Entre todo ese ropero, se me hizo un sencillo vestido de novia.

Entre el abogado y el administrativo, convencieron a Josh de hacer una sencilla ceremonia en la cubierta, rodeados del regimiento y la tripulación, como una oportunidad para humanizar su terrorífica imagen de hombre recto, insensible y esquivo.

Él se negó al principio, pero, finalmente, con mi ayuda, lo convencimos. Para mí, ese momento era importante, aunque no fuera planeado. Poder hacerlo a cielo abierto, y rodeada de gente, me pareció lo más correcto.

Para mí era la excusa para salir de la cabina, pues comenzaba a ahogarme con los terribles recuerdos de mi corta esclavitud. Eran ya semanas encerrada dentro de un barco, ya fuera en la bodega como esclava, o en la lujosa cabina de un almirante.

Cuando Josh me vio aparecer en la cubierta, en un soleado día con suave brisa marina, se emocionó como no os podéis imaginar. Dos costureras me ayudaron a prepararme, y estaban orgullosas del resultado; yo también. Estaba realmente increíble en ese sencillo vestido blanco, con un velo que me tapaba por completo, como un velkik, aunque en este caso, se me veía a través de la tela translúcida. Toda la tripulación enmudeció con mi visión, mientras el barco se balanceaba suavemente.

El médico, el señor Colter, fue el que me ayudó y acompañó hasta el improvisado altar, donde Josh y el abogado esperaban. Yo todavía me tambaleaba, y, con los zapatos, aún más. Yo quise ir descalza, pero Josh estaba empeñado en ocultar mi identidad como jukar iljenika, por los terribles acontecimientos que asolaban al archipiélago.

Lo miré. Él estaba imponente con su uniforme militar, en este caso, blanco, como mandaba su cultura y tradición.

Me emocioné, por todo. Por cómo de enamorado se mostraba Josh, mi futuro marido; por lo que significaba esa ceremonia, que me obligaba a dejar todo mi pasado atrás, aunque quedaran los recuerdos. Por todo lo que me esperaba en el camino, y por lo vertiginoso que resultaba, pues apenas nos conocíamos. Y, además, porque yo entraba en un mundo nuevo y completamente diferente al que dejaba.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora