Capítulo 8

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La vida después del hospital comenzó a fluir con normalidad, pero las cosas nunca serían iguales para Adara y María Corina. Aunque su conexión se había fortalecido tras la experiencia, había una sombra que aún no se había disipado del todo. Esa sombra llevaba un nombre: Gerardo, el esposo de María Corina.

Gerardo había estado ausente durante la mayor parte de la hospitalización de Adara. Un hombre enfocado en su carrera, distante y poco empático, no había comprendido del todo la relación que su esposa tenía con Adara. Para él, era una amistad más cercana de lo habitual, pero nunca había investigado más allá, tal vez porque no quería enfrentarse a la realidad que podía amenazar su vida marital.

Una tarde, al regresar del trabajo, Gerardo encontró a María Corina y Adara en el salón, riendo juntas como solían hacer antes del accidente. Algo en la cercanía entre ellas lo incomodó. No era la primera vez que sentía esa incomodidad, pero hasta ahora la había ignorado.

—¿Todo bien aquí? —preguntó Gerardo, su tono ligeramente seco.

María Corina, al escuchar su voz, se tensó. Hacía tiempo que su relación con él se había vuelto distante, casi formal, y la presencia de Adara la hacía aún más consciente de ello.

—Sí, todo bien. Solo estábamos charlando —respondió ella, intentando sonar casual.

Adara, por su parte, sintió una punzada de incomodidad. Sabía que Gerardo no estaba al tanto de lo que realmente ocurría entre ella y María Corina, y aunque había intentado mantenerse al margen, no podía evitar sentirse un obstáculo entre ellos.

Gerardo la observó en silencio durante unos segundos antes de asentir y dirigirse a su estudio. Adara se sintió aliviada por su retirada momentánea, pero sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que él comenzara a hacer preguntas.

—Tengo que irme —dijo Adara en voz baja, dirigiéndose a María Corina—. No quiero causar problemas.

—No te vayas —replicó María Corina, agarrando su mano—. No estás causando problemas. Esto... es más complicado de lo que parece, pero lo resolveremos.

Adara la miró a los ojos, dudosa, pero asintió. Sin embargo, sabía que algo tenía que cambiar, y ese cambio vendría antes de lo que pensaba.

Al día siguiente, Gerardo confrontó a María Corina.

—¿Qué está pasando entre tú y Adara? —preguntó sin rodeos—. Ya no es solo una amistad, ¿verdad?

El silencio que siguió fue ensordecedor. María Corina buscó las palabras correctas, pero no pudo mentir.

—Gerardo... Adara es alguien muy importante para mí. Más de lo que he querido admitir, incluso para mí misma.

La expresión de Gerardo pasó de la sorpresa a la furia. Se levantó de su asiento y comenzó a caminar por la habitación, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Estás diciendo que... tienes una relación con ella? —preguntó, su voz tensa.

María Corina asintió, con lágrimas en los ojos, consciente del dolor que estaba causando, pero también segura de que no podía seguir escondiendo lo que sentía.

—No planeé que esto sucediera, Gerardo. Pero lo que siento por Adara es real. No puedo ignorarlo más.

El rostro de Gerardo se endureció. Sabía que algo había cambiado, pero no estaba preparado para este golpe. La realidad de la situación le abrumaba, y aunque no quería perder a María Corina, tampoco estaba dispuesto a compartirla.

—Esto tiene que terminar —dijo finalmente—. Tienes que elegir, María Corina. O ella, o yo.

Las palabras colgaron en el aire, pesadas e inevitables. María Corina sabía que este momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto ni de una manera tan abrupta.

Esa noche, mientras Gerardo dormía en el estudio, María Corina se sentó con Adara en el balcón de su apartamento. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, pero en su corazón, el mundo parecía detenerse.

—Él lo sabe —confesó María Corina, con la voz quebrada—. Me ha dado un ultimátum.

Adara se quedó en silencio por un momento, mirando la ciudad, sintiendo el peso de la decisión que pronto tendría que tomarse.

—No puedo pedirte que elijas —dijo Adara finalmente, su voz suave pero firme—. No es justo para ti. Ni para él.

María Corina cerró los ojos, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Sabía que, aunque Adara tenía razón, no podría evitar hacer una elección. Y en su corazón, esa elección ya estaba hecha.

—Te elijo a ti, Adara —susurró finalmente, tomando la mano de su amante—. Porque lo que siento por ti es más que cualquier promesa que hice.

🤍🤍🌷🤍🤍

No podía faltar en cucaracho🙃

Y si, Adara ya sabía la existencia de Gerardo

La profesora-María Corina Machado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora