—Buenos días, Tannie —chilló mi sirviente.
Mientras levantaba la cabeza y abría los ojos, vi la amplia sonrisa cuadrada de Tae iluminando la habitación.
Resoplé, aún medio dormido.
—Vamos, Tannie —coreó el humano con entusiasmo—. Hoy es día de paseo. Vamos al parque a dar una vuelta.
Intenté aferrarme a los últimos vestigios de sueño, pero la emoción en su voz era contagiosa. Tae ya estaba listo, con la correa en una mano y mis juguetes favoritos en la otra. A regañadientes, me incorporé y sacudí la pereza de mis patas.
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas, prometiendo un día perfecto para correr y explorar. Tae se arrodilló a mi lado, acariciándome detrás de las orejas, su energía desbordante haciéndome mover la cola sin poder evitarlo.
—Vamos, Tannie. —repitió, más suave esta vez, como si entendiera que también necesitaba despertar poco a poco—. El parque nos espera.
Finalmente, me rendí a su entusiasmo y salté del sofá, listo para comenzar la aventura del día.
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Siempre me gusta ir a pasear con Tae. Él entiende perfectamente que soy yo quien lo pasea a él.
Soy yo quien decide cuándo seguir adelante, cuándo detenerme a olfatear algo interesante, cuándo es el momento adecuado para hacer pipí o popó. Y Tae, como el leal sirviente que es, obedece sin cuestionar, siempre listo para limpiar mis necesidades con diligencia.
Mientras caminamos, observo cómo Tae se adapta a mi ritmo, respetando mis pausas para inspeccionar cada arbusto y cada esquina. Su paciencia y dedicación son inquebrantables, y eso me hace sentir como el verdadero líder de nuestra pequeña manada.
Cada paseo es una aventura en la que yo marco el rumbo. Tae, siempre atento, se asegura de que nada me falte. Cuando el sol brilla y el viento lleva consigo los aromas del día, sé que no podría pedir un compañero más devoto que él.
De repente, mi correa se tensa alrededor de mi cuello, arrancándome un vergonzoso sonido.
Molesto, levanto la mirada para ver qué diablos está haciendo Tae. Ahí está él, con su típica cara de bobo, completamente absorto como cuando ve uno de sus aburridos programas de música clásica.
Frustrado, mi peluda cabeza gira hacia la dirección en la que está mirando y, a lo lejos, cerca del corredor del parque, noto a un muchacho. El chico está riendo felizmente mientras juega con...
Oh...
Un bello macho, alto, tan alto.
¿Quién es ese perro tan apuesto?
La elegancia con la que se mueve y la forma en que su pelaje brilla bajo el sol capturan toda mi atención. Olvidando momentáneamente mi irritación, me quedo embelesado observando a aquel magnífico perro. Su presencia impone, y no puedo evitar sentir una mezcla de admiración y curiosidad.
De alguna manera, el chico también es bonito (dentro del estándar de los humanos), pelo azabache largo, metal en su labio y orejas. Viste ropa deportiva negra.
Un jalón hace que salga de mis pensamientos, Tae está yendo en aquella dirección. A veces parece entenderme mejor de lo que yo mismo me entiendo. Sin dudarlo, nos encaminamos hacia el corredor del parque, guiados por una nueva curiosidad y el deseo de conocer a ese impresionante perro.
El parque, con sus aromas y sonidos familiares, de repente parece lleno de posibilidades nuevas. Mientras nos acercamos, mi corazón late con anticipación. ¿Quién será este apuesto desconocido? Tal vez hoy no solo sea un día de paseo.