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LOUIS

Condujimos en completo silencio por la ciudad. Todo el mundo amaba esta ciudad, pero para mí, este lugar estaba lleno de peligro y dolor. Rara vez veía la magia que otras personas veían en Vancouver.

Decidir volver a casa con aquel desconocido fue probablemente una de mis decisiones más estúpidas. Los alfas, por muy bien que olieran o por muy bien vestidos que fueran, no eran de fiar.

Pero estaba muy cansado.

Las dos últimas noches había hecho el turno de noche en mi trabajo, por lo que no llegué a tiempo al refugio. Casi no dormía. Esta noche había sido una estupidez por mi parte. Me había quedado para ayudar a un desconocido y ahora estaba a su merced.

Le eché un vistazo. Llevaba el cabello rizado y largo, y su desaliño facial lo hacía parecer mayor. Le calculé unos 28 años. Era alto y fuerte. Sin duda era guapo, pero no me atraía. En mi experiencia, a los alfas había que temerlos y vigilarlos. Eran más grandes, más rápidos y nunca preguntaban. La atracción nunca jugó un papel cuando evaluaba a un alfa. Todo lo que necesitaba discernir era su nivel de amenaza.

¿Pagaría con mi vida esta decisión imprudente? ¿Se convertiría el Sr.

Encantador en Ted Bundy en cuanto me tuviera a solas?

Mi instinto me decía que no. Él no había querido traerme a casa. Lo hacía porque creía que debía hacerlo, no porque quisiera. Además, ni una sola vez había revisado mi cuerpo. Cuando me miraba, tenía una expresión de perplejidad en la cara, mientras sus ojos pasaban de mi cabello a mis piercings y luego de nuevo a mi cabello. No tenía mucha experiencia con los alfas, pero sabía lo suficiente como para saber que no estaba ni remotamente interesado en mí como omega. Las omegas que le gustaban eran probablemente tan pulidas y brillantes como él.

Condujimos hasta la Villa Olímpica y él entró en el estacionamiento de un enorme complejo de apartamentos. Escaneó el mando para que se abrieran las pesadas puertas metálicas. Estacionó y apagó el auto antes de volverse hacia mí.

―¿Puedo ver tu licencia de conducir?

―¿Disculpa?

Parecía incómodo.

―No puedo llevarte a mi casa a menos que tengas más de 18 años.

¿Era broma lo que me decía este tipo?

―No tengo carnet de conducir.

―¿Tienes alguna identificación?

Lo fulminé con la mirada.

―¿Y tú?

Se rió, captó mi expresión y buscó su cartera en el bolsillo trasero.

―Sí. Claro.

Cambié mi tarjeta sanitaria por su carnet de conducir.

En la foto del carnet de identidad llevaba la cara bien afeitada, mostrando un rostro esculpido con pómulos altos, boca ancha y mandíbula definida. Su cuello era grueso y musculoso.

Harry Styles, 1.85 cm, 90 kilos.

Me estremecí por dentro. ¿90 kilos? Le eché un vistazo. Estaba estudiando mi tarjeta. Parecía rápido y fuerte. Exactamente el tipo de alfa que suelo evitar. Recé para no equivocarme en mi apreciación sobre él.

―Sólo tienes 20 años.

―Sí, bueno, tu tienes 23 y pareces mucho mayor de 27.

Parecía divertido.

―Tu nombre es Louis Tomlinson.

Le arrebaté la tarjeta de la mano.

―Nadie me llama así. Me llaman Lou.

Meet me in the Hallway || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora