Capítulo II

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EL SUEÑO.

En el abismo que me arrastra al más grande de las traiciones que un servidor de Dios puede cometer, sucumbo

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En el abismo que me arrastra al más grande de las traiciones que un servidor de Dios puede cometer, sucumbo. Los ojos verdes que se clavan en mi alma de manera inquisitiva, han resultado ser mi perdición nocturna.

Me veo embriagado al ser testigo de cómo un ser que parece divino desea de mí lo prohibido. Sus expresiones de alegría son una condena, y no se detiene, continúa danzando alrededor de mí y canta al nivel de un ángel celestial. Logra que mi corazón lata regocijado y yo no puedo apartar la mirada de su rostro.

Eso es lo que él busca, un sentimiento complejo que ya le he ofrendado a mi Dios.

¿Qué pasa?

Sin embargo, me caigo de los suspiros rebosantes, mis manos se alejan de la alegría que desborda el par de esmeraldas y luego, hay nada.

Me despierto del sueño.

Lisus gruñe, sin saber el motivo. ¿Han sido los rayos del Sol que invaden las cuatro paredes desde aquella pequeña ventana? No es de extrañar, la esperada primavera ha iniciado y con ella, la llegada de las fiestas de Pascua.

Después de haber sido encontrado inconsciente en medio del campamento perteneciente al clero, solícito refugió temporal en la sede del arzobispo en Tacuba. La expedición en las antiguas tierras Mayas resultó ser un fracaso. Perdieron gran parte de sus provisiones en los llamados cenotes y, además, tres sacerdotes franciscanos desaparecieron sin dejar rastro. Fue casi un milagro que Lisus no estuviese entre ellos. Él acompañó a los tres sacerdotes en la travesía, rumbo a enviar el reporte solicitado a la sede del cardenal, y a pesar de perderse junto a ellos, apareció después de dos días, sin recordar nada preciso de lo que sucedió. Por ello, el resto de los integrantes en la expedición recurrieron a la casa de los Montejo, solicitando ayuda. Su lectura del día le hizo acallar sus propios pensamientos de bruma. Había tenido el mismo sueño desde que volvió a la consciencia, es como si bastara con visualizar un par de relucientes esmeraldas. Lo sentía tan real, tanto que podría asegurar que, de no ser un sueño, sería un recuerdo.

Después acomodar el separador en el último capítulo del pesado libro, lo cerró para dirigirse a la iglesia con el resto del clero. Consumió y bebió del cuerpo de Cristo en la primera misa del día. Se ocupó en preparar su escaso equipaje, la estadía que le otorgaron en el refugio había caducado y debía volver a la sede del Valle.

Arrugó el entrecejo al no encontrar el crucifijo de plata de su madre entre sus pertenencias. Sería la última vez que lo buscaría con una pizca de esperanza implantada en el corazón. Temía haberlo perdido en la catastrófica expedición.

——Por mí, quédate un día más crío——le dijo la voz que entraba por la puerta abierta de su habitación. Era el padre Martin, su mentor y el que aprobó su acogida en Tacuba. ——Te he pillado, perdido.

JUDAS: El Traidor || RSMXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora