La tragedia de Carras:

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Retaguardia de los dioses:

—Allí están—Atenea sonrió triunfalmente—. Las legiones de la retaguardia marchan contra nuestra falange. Que nuestros guerreros dejen de intentar envolverlos, retrocedan un poco y mantengan esa posición. Los catafractos avanzan ahora y atraparemos a los romanos entre la espada y la pared.







Ejército romano:

—¡En cuadrado! ¡Formad un cuadrado con las cohortes!—gritó César mirando a los tribunos más próximos y llamó a Marco Antonio.

En cuanto las legiones III Cyrenaica y XIII Gemina detuvieron su avance para quedarse en los flancos, las frescas y ansiosas XII Fulminata y la IV Scythica entraron al escenario, posicionándose para dar forma a la vanguardia y retaguardia de aquella formación.

—¿Por qué hemos cambiado la formación?—preguntó Marco Antonio, en el improvisado nuevo cónclave del Estado Mayor de Cayo Julio César en el centro del ejército romano.

—Los catafractos del ala izquierda rodearon nuestra línea de batalla, si simplemente cargábamos con la XII Fulminata y la IV Scythica nos hubiesen atacado por la retaguardia. Este estúpido cuadrado, como el de Craso en Carras, es nuestra mejor opción. La posición es completamente segura, al menos de momento. Pueden envolvernos por completo, pero eso no nos impedirá de luchar como sí paso en Cannae. De ese modo podemos combatir hasta que Trajano llegue en nuestro exilio o hasta que todos estemos muertos.

Marco Antonio, al igual que César, odiaba la idea, pero sabía que, paradójicamente, era también la opción más viable. Otra opción habría sido dividir a las legiones, pero después de que aquellos catafractos barrieran con las legiones II Italica y III Italica de Marco Aurelio, enviar a un único contingente de soldados para detenerlos sonaba del todo absurdo.







Retaguardia de los dioses:

—¿Un cuadrado, César? ¿Es en serio?—se burló Atenea—. Eres un humano astuto, pero demasiado optimista. Ares, es tiempo de que muevas a tus hombres, encárgate de que mis veteranos, tus soldados y los catafractos de Pólux rodeen a los romanos. Y hagan llamar a Niké y sus carros de guerra.







Reserva de los dioses.

Niké, diosa de la victoria, tomó el casco que le ofrecía un soldado y se lo ajustó bien, atando las correas que lo ceñían a la barbilla. A continuación subió a la gran cuadriga protegida por largas y afiladas hoces en ambos extremos y tirada por cuatro caballos negros que no dejaban de piafar y relinchar, nerviosos como estaban, pues detectaban la tensión de los guerreros que les gobernaban aquella mañana.

—Hoy será un gran día para el Olimpo y para todos los cielos—dijo Niké a los hombres que le rodeaban.

Varios centenares de soldados le imitaron y se subieron a los carros, de forma que en cada uno iban de dos a tres guerreros dependiendo del tamaño de cada cuadriga. Siempre había un conductor y luego uno o dos arqueros que debían abatir enemigos al tiempo que avanzaban. Luego, tras impactar contra el enemigo, si es que éste no había huido o se arrastraba herido por los mortíferos cortes de las guadañas de los laterales de cada carro, todos los guerreros descenderían para, cuerpo a cuerpo, terminar con la resistencia enemiga mientras que su propia caballería e infantería avanzaría tras ellos para apoyarles llegado el momento. Todo estaba dispuesto.

Record of Ragnarok (Batallas alternativas): Julio César vs AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora