Palas Atenea:

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Atenea, ya al mando de un grupo de trescientos jinetes caballería conformada por sus mas leales veteranos de su guardia personal se dio cuenta de que había tardado demasiado. Ya era tarde.

—Aún podemos luchar—sugirió Niké.

—No. Es un suicidio que ustedes no merecen...

—Podemos hacerles mucho daño—insistió Pólux.

—Pero sin posibilidad de victoria. Amigos míos, les tengo en demasiada estima a ustedes y al resto de los hombres. No os puedo ordenar eso... a Ares sí, pero no a ustedes...

—¿Y si matamos a César?—cuestionó Niké—. La batalla es entre él y tú, mi general. Si él muere, aunque caiga nuestro ejército, ¿no nos daría eso la victoria?

—Habría que pasar sobre dos legiones enteras...

—Cuatro—corrigió Pólux—. Nos están rodeando... nos estuvieron rodeando todo este tiempo...

La diosa de la sabiduría escupió al suelo.

—Entonces es del todo imposible huir, bien—murmuró—. Hasta la muerte entonces. O la mía, o la de César. Pero sólo eso. Ustedes, a como de lugar, tienen que intentar huir mientras yo les distraigo.

No dijo más. Dio media vuelta y empezó a cabalgar al paso hacia el lugar donde se encontraba César con la primera cohorte de la legión XII Fulminata.







Vanguardia romana:

—¿Qué hacen?—preguntó Augusto de forma retórica. No esperaba respuesta de nadie. Se volvió rápidamente hacia sus oficiales y empezó a gritar—: ¡Formación de ataque, maldita sea, formación de ataque!

Y es que tras Palas Atenea, los trescientos jinetes de su caballería habían empezado a avanzar siguiendo a su general. Atenea vio los movimientos de las tropas de Augusto y, con el ceño fruncido, miró hacia atrás, por encima del hombro. Vio entonces que sus hombres, rebelándose contra sus órdenes, la seguían en un bloque compacto.

Palas Atenea se detuvo y lo mismo hicieron los trescientos jinetes.

—¡¿Estáis locos?!—les gritó—. ¡Acabarán conmigo y luego con todos vosotros! ¡Por Zeus! ¡No deis ni un solo paso más!

Y azuzó otra vez a su caballo, pero mirando hacia atrás para comprobar si sus hombres la obedecían.

No lo hacían.

Avanzaban todos de nuevo, como una gran falange de caballería, tras la estela de su líder.

Palas Atenea volvió a detenerse.

—¡Os he dado una orden! ¡Que nadie vuelva a avanzar!—les espetó de nuevo, con rabia, con furia entremezclada, no obstante, con cierta conmoción de sentimientos. Sus hombres se negaban a abandonarla. Estaban dispuestos a seguirla a donde fuera. Pero ¿eran conscientes de que cabalgaban hacia un suicidio colectivo?—. ¿Acaso ya no obedecéis mis órdenes?

Niké, diosa de la victoria, agitó las riendas de su caballo y se adelantó al resto hasta llegar a la altura donde se encontraba la general. Y habló en voz bien alta, para que todos los demás jinetes pudieran oírla:

—¡Con el debido respeto, mi señora! ¡Esa orden, la de permanecer impasibles mientras nuestra líder es muerta por los humanos, es la única orden que nunca cumpliremos! ¡Cualquier otra instrucción de nuestra señora será seguida hasta el final! ¡Hasta la última gota de nuestra sangre!

Record of Ragnarok (Batallas alternativas): Julio César vs AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora