Extra 3

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- Lo odio; 16 años.

Me ubico en la báscula que está en el piso, tengo miedo. Casi puedo sentir lo pesada que está mi respiración y lo acelerado que va mi pulso.

Se sabrá la verdad, justo ahora.

La báscula marcá 116 lb. Peso 116 libras, lo que viene a equivaler como a 52.6 kilos.

Mi pulso se termina de desenfrenar, voy directo a mi cama, me acuesto y trato de no pensar en mi ahora peso. Pero no puedo evitarlo.

He subido de peso. Cuando tenía que haber bajado.

«¡No funcionó tu estúpida dieta, niña tonta!»

No, no, no, no. Tenía qué haber funcionado, tuvo qué.

No siento en qué momento pero empiezo a llorar, me siento culpable, me siendo gorda, me siento un asco.

¡Malditos panecillos deliciosos bañados de chispas de chocolate!

Tendré que hacer aún más estricta mi dieta. Dejaré de comer más.

Para cuando la cena llega, me sirvo una porción muy pequeña, casi solo ensalada fresca y disimulo haber comido la carne y arroz, que claramente no he comido ni la cuarta parte.

—¡Ya terminé!—aviso alejando el plato que aún tiene comida.

—Ahí tienes todavía carne que ni siquiera has tocado y arroz, ¿no te gustó la comida, Kell?—finjo desinterés cuando Merry me pregunta.

—Sí, pero ya estoy llena, no me cabe más comida.

Merry tuerce los ojos incrédula.

—Mmh, bueno. Ya no comas, te puede hacer daño si ya no quieres.

—Gracias por la comida, iré a mi habitación.

Salgo de prisa de la mini sala de casa, voy directo al baño, observo detenidamente el cubículo y, una mala idea se cruza por mi cabeza.

Respiro hondo, trago saliva y me miro en el espejo, no quiero llorar así que me obligo a no hacerlo.

Me inco para quedar cerca de cubículo, tomo la poca valentía que tengo y me meto el dedo índice en la boca, hasta el fondo. Me provoca arqueadas pero no vomitó. Lo vuelvo a intentar y tampoco da resultado. Hasta que lo intento una tercera vez y esta si da resultado cuando siento que todo lo que he comido sube hasta mi boca y un malestar se siente en mi estómago.

Vomitó todo lo que he comido durante la tarde y lo poco que comí para la cena. Pero la culpabilidad me pesa ahora más. Me levanto rápido y me echo agua en el rostro, lavo mis dientes y también me los cepillo para que el mal sabor desaparezca.

Siento el estómago vacío, sin nada.

Me voy de nuevo para mi cama, me tapo con las sábanas y comienzo a llorar descontroladamente. No sé en qué momento, pero me volví a quedar dormida llorando.

***

—¡Kelly apresúrate!—desde la sala grita Merry.

—¡Ya casi!—miento.

No me he puesto nada, solo la ropa interior. No encuentro qué diablos ponerme, todo me queda mal, todo se me ve mal.

¡Mierda, mierda, mierda!

Ya voy cómo por la quinta muda de ropa. Sigo sacando del closet más ropa, me la sigo probando y con ninguna me siento cómoda.

—Esto me pasa por subir de peso—protesto cuando uno de mis pantalones favoritos no me entra.

—¡Aún no estás lista, Kelly!—la voz de Merry me sorprende que casi caigo de culo—¿Qué sucede?

—N-no sé qué ponerme. No me siento cómoda con esta ropa.—señalo una camisa poco escotada y el pantalón de corte recto.

—Entonces no uses esa. Usa otra con la que sí estés cómoda.

—Bien.

Acabé tomando una camisa gris holgada y un pantalón acampanado, mis converse e hice un moño desordenado en mi cabello.

Creo que así ya me sentía mejor. Sí, sí, sí, en definitiva. Era la única manera de disimular mi cuerpo y mis kilos demás.

El chico del autobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora