Después de que Elizabeth se fue, Walter se quedó un rato más en el parque con los gatitos, observando cómo jugaban alrededor de él. El cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados, indicando que el día llegaba a su fin. Decidió que no podía dejar a los gatitos solos en la calle, así que tomó una decisión.
Walter:
—Bueno, chicos, parece que ahora tenemos un nuevo hogar.—Murmuro con una sonrisa mientras acariciaba a los gatitos—Con cuidado, envolvió a los tres gatitos en su chaqueta y emprendió el camino de regreso a su casa. Al llegar, preparó un rincón acogedor para ellos con algunas mantas y un tazón de leche. Mientras los pequeños animales exploraban su nuevo entorno, Walter sintió una calidez en su corazón, como si su casa ya no fuera tan vacía.
Después de asegurarse de que los gatitos estaban cómodos, Walter se preparó una cena sencilla: un sándwich y una taza de té. Se sentó en su pequeña mesa de la cocina, observando a los gatitos mientras comían. A pesar de lo que había sucedido en el día, la sonrisa nunca abandonó su rostro.
Walter:
—"Quizás la vida no sea perfecta, pero estos pequeños momentos me hacen feliz. Siempre hay algo bueno, incluso en los días difíciles."—Penso—Tras la cena, Walter se duchó y se preparó para dormir. Colocó una caja con mantas junto a su cama para que los gatitos durmieran cerca de él. Mientras se acostaba, uno de ellos trepó sobre su almohada, ronroneando suavemente. Ese pequeño sonido lo llenó de una paz profunda.
Walter:
—Buenas noches, chicos. Mañana será otro buen día.—Susurro a los gatitos—Cerró los ojos, con la misma sonrisa suave en su rostro, mientras los ronroneos de los gatitos lo arrullaban hasta quedarse dormido. Aunque su vida tenía sombras y dificultades, en esos pequeños momentos de ternura, encontraba la luz.
Por otro lado, Elizabeth caminaba por las calles, dejando atrás el parque, con las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero negro. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, pero ella apenas les prestaba atención. Su mente seguía atrapada en la imagen de Walter, jugando con esos gatitos como si el mundo fuera un lugar amable. La irritaba, pero no por la razón que creía.
Elizabeth:
—"¿Qué le pasa? ¿Por qué sigue sonriendo como un idiota? Nadie es así. Nadie puede ser tan... bueno. ¿Qué es lo que quiere?"—Penso con frustración—Sin embargo, mientras más lo pensaba, más notaba esa incomodidad en su pecho. No era solo la sonrisa de Walter lo que la irritaba, sino la sensación de que, al estar cerca de él, algo en ella se tambaleaba. Algo que no quería admitir.
Al llegar a su apartamento, Elizabeth cerró la puerta de un portazo, lanzando su mochila sobre el sofá. Vivía sola, en un lugar oscuro y desordenado. La luz tenue apenas iluminaba el espacio lleno de discos de vinilo, libros y ropa esparcida por todas partes. Se quitó las botas y se desplomó en su cama, mirando al techo, tratando de ignorar la extraña sensación de vacío que sentía.
Elizabeth:
—"No necesito a nadie... No necesito ser como él. No necesito ser amable."—Penso con rabia—Pero a pesar de repetirlo en su mente, no podía sacarse la imagen de Walter jugando con los gatitos, su sonrisa genuina, y cómo nada de lo que ella decía parecía afectarlo. Esa calma, esa paz... La molestaba más de lo que cualquier burla o ataque podría hacer.
Elizabeth:
—Es solo un tonto... Solo un estúpido tonto.—Murmuro mientras cerraba los ojos—Trató de convencerse de que no le importaba, que Walter no significaba nada, pero esa sensación incómoda no desaparecía. Mientras se cubría con las mantas, giró en su cama, inquieta. Algo en su interior la seguía molestando, una sensación que no sabía cómo manejar.
Finalmente, el cansancio la venció, pero incluso al quedarse dormida, no podía escapar del eco de la sonrisa de Walter en su mente.
Así, mientras Walter dormía en paz, acompañado de sus nuevos amigos peludos, Elizabeth se debatía en una tormenta interna que no comprendía del todo. Dos personas, tan diferentes, pero de alguna manera conectadas en ese día. Uno encontraba paz en la bondad; la otra, atrapada en su propio caos. Sin embargo, sin saberlo, ese día marcaría el comienzo de algo más profundo en sus vidas.
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Entre sombras y cicatrices
De TodoWalter es un joven de 19 años que, a pesar de su trágico pasado, mantiene una sonrisa brillante y una actitud optimista. Vive solo en una pequeña casa heredada tras un misterioso accidente que le arrebató a su familia. Con una vida tranquila y sin e...