III

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Parte Tres.

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  ENTRE AQUELLAS paredes lo único que podía oírse con certeza era el tintinear de las agujas del gran reloj a metros de distancia, el cuál emanaba una vibración tenebrosa frente al sepulcral silencio instaurado en el ambiente.
  Tal como en un comienzo fueron descritas, sus altas paredes y la tan delicada decoración de pared y techo, relucían con estrépito en aquella imponente y muy elegante sala.

  Ante miradas curiosas y perspicaces, los tres tronos se alzaban con supremacía frente a los dos niños que se adentraban silenciosos en la tan enorme y sublime sala.
  La mujer giró su rostro encontrándose con otro miembro de su comunidad, quién no se había dignado siquiera observar su llegada. Lo mismo sucedía con otro hombre, éste más alto y fornido que aquél, el cuál se encontraba parado al otro extremo.

—¿Ha habido algún problema, Amo?— habló ella, con el mentón en alto e ignorando el entorno hostil.

— Sí, muchos, de hecho...— comenzó él encaminándose a paso lento hacia donde se encontraban sus cuatro súbditos — Han pasado meses... meses y aún no pudieron hallar ni una sola pista...

— Amo— habló el hombre más delgado y alto, quién poseía cabello oscuro y corto que relucía con cada entonación  — Su rastro ha acabado en Seattle, como bien le he informado...

— Así es. Pero, tal parece ser que nuestra Princesa se esfumó— dijo con ironía — Comienzo a dudar de tus habilidades, Demetri... Un buen cazador como tú jamás perdería un rastro, y mucho menos uno que nos lleve al oro más brillante que jamás podríamos imaginar.

  El alto hombre agachó la cabeza con pena, su más elevada capacidad estaba siendo juzgada y lo peor de todo resultaba ser que, tal cosa no debería de suceder si la verdad saliera a la luz.
  Él jamás perdería de vista a su presa, pero el problema aquí residía en que, Dahlia Volturi no era su presa.

— Hago lo mejor posible, Amo.

— Pues, no parece.— espetó el hombre de larga cabellera negra — Ustedes estuvieron cara a cara con ella, saben perfectamente cuándo desapareció de sus vistas... Pues bien, ahora necesitamos saber el por qué.

  Todos miraban como aquel imponente ser daba pasos cortos de una lado para el otro de la sala, luciendo pensativo y ansioso.

— Me niego a aceptar tal cosa— dijo para sí — ¡Dahlia no se ha ido por decisión propia!— exclamó molesto, generando que los hermanos gemelos den un respingo en el lugar —... No, ella jamás haría tal cosa...

— Tal vez su destino fue caer en manos de los Neófitos — opinó la rubia.

—¿Qué has dicho, Jane?— cuestionó el hombre, volteando a ver a la nombrada con cólera.

Princesa  || Carlisle Cullen   ¡PAUSADA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora