Capítulo 5.

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El Dolor del Silencio

Karla, con su personalidad curiosa y desinhibida, había tomado la iniciativa de investigar más sobre Azucena. Después de lo que la profesora Venegas había mencionado en la clase, Karla no podía dejar pasar la oportunidad de descubrir quién era esa chica y cuál era su relación con Andrade. Pasó días recorriendo las redes sociales, hablando con alumnos de todos los grados y grupos de Derecho. Finalmente, después de tanto indagar, obtuvo la respuesta que buscaba: sí, Azucena había intentado tener algo con Isabela. Aunque Isabela la rechazó, el rumor de que Azucena seguía enamorada de su profesora seguía vigente, incluso entre los estudiantes de tercer año.

Pero lo que más sorprendió a Karla fue descubrir que Isabela seguía siendo profesora de Azucena. Esa revelación hizo que Karla mirara a Astrid con preocupación. Sabía que, aunque Astrid no lo admitiera abiertamente, sentía algo por Isabela. Y ahora, con Azucena aún en la ecuación, la situación podría complicarse.

Unos días después, mientras se dirigían a su clase de Derecho Penal, Karla y Astrid caminaban juntas por los pasillos de la facultad. Estaban hablando de cosas cotidianas, pero de repente, se detuvieron en seco. Justo a unos metros de ellas, vieron a Isabela. Estaba hablando con una chica que no pudieron identificar de inmediato, pues estaba de espaldas. La conversación parecía animada, y la risa de la chica resonaba en el pasillo.

Astrid sintió cómo su corazón se aceleraba. Algo en la situación la incomodaba, aunque no sabía bien por qué. Fue entonces cuando la chica se giró, y ambas reconocieron de inmediato quién era: Azucena.

Azucena estaba tocando el brazo de Isabela mientras reía, su rostro iluminado por una sonrisa que parecía sincera y cercana. Era una imagen que dejó a Astrid congelada en su lugar. Una mezcla de rabia y celos se apoderó de ella. No podía soportar la idea de que Azucena tuviera esa clase de cercanía con Isabela, ni siquiera si era inocente. El dolor la atravesó de una forma que no esperaba.

Sin decir nada, Astrid giró sobre sus talones y se fue, evitando entrar al salón de clases. Se dirigió directamente al baño, incapaz de enfrentar lo que acababa de ver. Karla, viendo la angustia de su amiga, la siguió sin dudarlo.

En el baño, Astrid se apoyó contra el lavabo, tratando de contener las lágrimas que inevitablemente comenzaron a correr por su rostro. No entendía por qué se sentía así, por qué esa escena la había afectado tanto. Isabela era su profesora, no tenía ningún derecho a sentirse de esa manera. Y, sin embargo, la idea de que alguien más pudiera tener lo que ella ni siquiera se atrevía a desear en voz alta, la devastaba.

Karla llegó poco después, preocupada.

—Astrid, tranquila —dijo Karla, poniendo una mano en su hombro—. No te pongas así. Solo estaban hablando, no sabemos qué significa eso.

Pero las palabras de Karla apenas llegaban a Astrid, quien seguía sintiendo una punzada de rabia y tristeza en su pecho. Justo en ese momento, la puerta del baño se abrió. Para su sorpresa, era Isabela.

La profesora había notado la ausencia de dos de sus alumnas cuando comenzó la clase y, con su naturaleza siempre controlada, decidió buscar qué estaba ocurriendo. Al ver que no estaban en el salón, preguntó por ellas. Karla había intentado distraerla, pero finalmente Isabela las había seguido hasta el baño.

Isabela se acercó a Karla primero, con su mirada seria pero inquisitiva.

—¿Qué sucede aquí, Zambrano? —preguntó Isabela con voz tranquila, aunque con ese tono que siempre sugería que esperaba una respuesta rápida y honesta.

Karla, algo nerviosa, señaló hacia Astrid.

—Es Astrid, profesora. No se siente bien.

Sin perder tiempo, Isabela se dirigió hacia Astrid. La encontró apoyada contra la pared, con los ojos rojos de haber llorado. A pesar de su intento de mostrarse indiferente, Astrid no pudo evitar que su enojo y tristeza fueran evidentes en su rostro.

— Castro —dijo Isabela con un tono más suave del habitual, acercándose—. ¿Qué ocurre?

Astrid intentó evadir su mirada, sus emociones aún a flor de piel. No quería que Isabela la viera en ese estado, y mucho menos explicar lo que sentía. Sabía que era irracional, que no tenía derecho a sentirse así, pero no podía evitarlo.

Isabela, percibiendo la tensión en el ambiente, se agachó ligeramente para quedar al nivel de Astrid y, con un gesto inesperadamente delicado, tomó sus brazos con suavidad, ayudándola a levantarse.

— Astrid —dijo en un tono casi íntimo—, mírame.

Astrid sintió el contacto de las manos de Isabela sobre su piel, firmes pero suaves. El aroma del perfume de la profesora la envolvió, una fragancia que ya había asociado con elegancia y poder, pero que ahora también le transmitía una sensación de seguridad. Algo en esa cercanía la calmó, aunque no completamente. Su corazón seguía latiendo rápido, pero ya no por la rabia, sino por la extraña paz que le traía estar tan cerca de Isabela.

A pesar de eso, no pudo evitar que el dolor volviera a manifestarse en sus pensamientos. No podía pedirle explicaciones, no podía reclamarle por lo que había visto con Azucena. Después de todo, Isabela era solo su profesora, y ella, una simple alumna.

—No... no es nada, profesora —murmuró Astrid, intentando apartarse—. Estoy bien.

Isabela la observó con detenimiento, sin soltarle los brazos. Aunque Astrid trataba de mostrarse fría, Isabela podía ver a través de su fachada. Sin embargo, no presionó más. Sabía que había algo más profundo ocurriendo, pero respetó el espacio de Astrid.

Finalmente, soltó sus brazos con suavidad y le dedicó una mirada comprensiva.

—Castro, no tienes que pasarlo sola. —le dijo Isabela, su voz suave pero firme.

Astrid asintió, sin saber cómo responder. Mientras Isabela se alejaba, Astrid la observó, sintiendo que las emociones dentro de ella seguían agitadas. Sabía que no tenía ningún derecho a sentirse así, pero la realidad era que su corazón no seguía ninguna regla lógica.

Astrid se quedó inmóvil, observando cómo la figura de Isabela desaparecía por la puerta del baño. Aunque las palabras de su profesora habían sido amables, el dolor seguía dentro de ella, mezclado con la confusión de no saber qué hacer con lo que sentía.

Karla, siempre atenta a su amiga, rompió el silencio.

—Astrid, ¿qué piensas hacer? —preguntó con cautela, sabiendo que este no era un tema fácil para ella.

Astrid suspiró, secándose las lágrimas restantes. No sabía cómo explicarle a Karla lo que realmente estaba pasando en su corazón. Todo se sentía como un caos: la cercanía de Azucena con Isabela, su propio amor silencioso, y ahora la manera en que Isabela la había tratado con tanto cuidado. Era un torbellino de emociones con el que no sabía lidiar.

—No lo sé, Karla —respondió finalmente—. No debería sentirme así, pero no puedo evitarlo.

Karla, que había visto crecer los sentimientos de Astrid hacia Isabela desde hacía tiempo, decidió no presionarla más.

—Está bien, no tienes que saberlo todo ahora mismo —dijo Karla, colocando una mano en su hombro—. Lo importante es que te tomes tu tiempo para entender lo que sientes.

Astrid asintió, agradecida por el apoyo de su amiga. Sabía que necesitaría tiempo para procesar todo lo que había pasado, pero también entendía que, en algún momento, tendría que enfrentarse a Isabela y a lo que sentía por ella. Por ahora, lo único que quería era encontrar un poco de paz, aunque sabía que sería difícil en medio del torbellino de emociones que la rodeaban.

—Vamos a salir de aquí —dijo finalmente Astrid, con una pequeña sonrisa en los labios—. No puedo enfrentarme a la clase, necesito caminar un poco.

Karla sonrió de vuelta, siempre dispuesta a acompañar a su amiga. Ambas salieron juntas del edificio, dejando atrás el peso del silencio y las emociones que tanto las habían agobiado.

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