Invocación (2)

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— Lo siento.

Soobin trató de mirar a la joven sacerdotisa que lo había ayudado a prepararse para la ceremonia. Su rostro era sereno, con una belleza limpia y etérea, que recordaba al de las vírgenes descritas con cuidado en los antiguos textos. Sus ojos, grandes y brillantes, aún conservaban un dejo de inocencia y asombro infantil, algo que él había perdido hacía muchísimo tiempo.

La sacerdotisa lo observaba en silencio, sin comprender del todo lo que significaba esa disculpa. Su tarea era asistir a los Elegidos en el umbral de su destino, pero la carga emocional de ese papel no era algo que pudiera enseñarse. Lo que estaba por suceder era un misterio incluso para ella.

— No entiendo por qué te disculpas — dijo al fin, con una voz suave pero firme, mientras recogía los restos del incienso que había quemado durante el ritual de preparación.

Soobin no respondió de inmediato. Su mente estaba nublada, atrapada entre la realidad del presente y lo que había experimentado en el Salón Negro. El dolor aún vibraba en algún lugar profundo de su ser, aunque ahora parecía más un eco distante. Había sobrevivido a la primera fase del ritual, pero sabía que aquello solo era el comienzo.

— Lo siento por lo que vendrá — murmuró al fin, sin mirarla directamente. Su voz, rota, parecía arrastrar cada palabra como si pesaran toneladas. — Por lo que traeré a este mundo... y por lo que te quitaré a ti.

La sacerdotisa frunció el ceño, confundida. Dio un paso hacia él, con una mano extendida, como si quisiera ofrecerle consuelo. Pero algo la detuvo; quizá el miedo a lo que estaba más allá de su comprensión, o tal vez una intuición ancestral que le decía que no debía cruzar esa barrera.

— No tengo miedo de ti, Soobin — susurró, aunque en su interior comenzaba a gestarse una inquietud que no podía identificar.

Soobin esbozó una sonrisa amarga. Sabía que sus palabras no bastarían para explicar lo que había visto, lo que había sentido en el Salón Negro. La presencia que había invocado, la sombra que había sentido en su alma, no se iría sin reclamar lo que le pertenecía. Y eso, tarde o temprano, implicaría a todos a su alrededor.

— No deberías estar aquí — dijo, apartando la mirada de sus ojos brillantes y limpios. — Cuando todo comience... ni siquiera yo podré controlarlo.

La sacerdotisa se mantuvo en su lugar, observándolo, como si buscara en su rostro alguna respuesta, algo que la ayudara a comprender la magnitud de sus palabras. Pero Soobin ya no era el mismo que había entrado en el templo aquella mañana. Algo dentro de él había cambiado para siempre.

— Entonces, que sea lo que deba ser — respondió la sacerdotisa, con un tono de resignación. — Pero no huiré. No mientras todavía quede algo de ti en este mundo.

Soobin cerró los ojos, luchando contra el peso de la culpa y el destino que le aguardaba. Sabía que no podía protegerla de lo que estaba por venir. Pero en su interior, una pequeña parte de él deseaba que ella tuviera razón, que aún quedara algo de él, algo humano, que valiera la pena salvar.

La sacerdotisa salió de la habitación, dejando a Soobin solo. Aunque desde hace un par de horas, ya no estaba realmente solo.

— ¿Son acaso todos los humanos así de sentimentales? — preguntó la voz en su cabeza. 

Soobin sintió un escalofrío al escuchar esa voz, una mezcla de desdén y curiosidad. Era una voz que había escuchado muchas otras veces en sueños, aunque ahora era mucho más potente y real.

— ¿Qué sabes tú de los humanos? —replicó, intentando aferrarse a su humanidad en medio de la tormenta que se avecinaba.

— ¿Qué sabes tú? —La voz se rió, un sonido frío y burlón—. Esa es la verdadera pregunta Soobin, ¿vas a seguir fingiendo que eres todavía uno de ellos, que alguna vez lo fuiste? Naciste marcado con la misma magia que corre por mis venas. Te pareces más a mi que esa chica.

Yeonbin One shots (Pedidos Abiertos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora