Capítulo 12: La Hora del Show

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El viento acariciaba el rostro de Kathryn cuando cruzó la puerta trasera del teatro, como si intentara ofrecerle un respiro de la tensión que se había acumulado en su interior. Pero ni siquiera el aire fresco era suficiente. Cada paso que daba fuera del teatro la alejaba más de la aparente calma en la que había estado sumergida hasta ese momento. Su respiración se tornaba errática, como si el peso de todo lo que había ocurrido en su vida comenzara a presionarla desde todos los ángulos. Sentía que el mundo estaba a punto de cerrarse sobre ella, asfixiándola con una sensación de urgencia que no podía controlar.

Las luces del atardecer comenzaban a desvanecerse mientras se adentraba en el pequeño callejón detrás del teatro, buscando desesperadamente un espacio para estar sola. No podía soportar la idea de que alguien la viera en ese estado, especialmente no Joe, que siempre parecía tan sereno y en control de sus emociones. No quería que él la viera débil, aunque, en ese momento, era exactamente cómo se sentía: débil, vulnerable.

Se dejó caer en la acera, sus rodillas dobladas, sus brazos temblando mientras se aferraba a ellas, como si eso pudiera contener la tormenta interna que se desataba dentro de su pecho. Los pensamientos empezaron a arremolinarse en su cabeza, uno tras otro, sin detenerse. Recordaba la presión constante de los productores en Hollywood, aquellos hombres y mujeres que la empujaban a ser algo que no era, a representar una imagen que nunca había querido adoptar. Recordaba las noches en que se sentía atrapada en su propia piel, con una sonrisa falsa y una vida controlada por estándares ajenos.

—Malditos... —murmuró, apretando los dientes mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.

La sensación de impotencia que la invadió en esos momentos volvió a aparecer, como si nunca se hubiera ido realmente. Aquella noticia que el director había dado en el ensayo, sobre los ojos de Hollywood posándose sobre el pequeño pueblo, la había sacudido de una manera que no esperaba. Los recuerdos volvieron con más fuerza de la que habría querido: los productores que la trataban como un objeto más que como una actriz talentosa, los directores que la manipulaban para que siguiera sus caprichos. Incluso las veces que la habían obligado a fingir relaciones para complacer a la prensa y mejorar su imagen pública.

La ira comenzó a arder en su interior, una chispa que se encendió ante la idea de que esos mismos hombres vendrían ahora a interrumpir la paz que había encontrado en ese pueblo. Apretó los puños, mirando fijamente el suelo, mientras su mente seguía llenándose de pensamientos oscuros.

Pero más allá de su propio dolor, lo que más le dolía era la idea de que esos chicos, los jóvenes actores con los que había compartido semanas de ensayo, pudieran pasar por lo mismo. Los había visto crecer, reír, cometer errores y levantarse. Para ellos, esta obra era una oportunidad, una experiencia que deberían recordar como algo mágico. ¿Y si esos mismos directores que la habían lastimado arruinaban sus sueños? ¿Y si los presionaban, los manipulaban, igual que a ella?

Kathryn se sentía responsable. Después de todo, había sido su presencia en el proyecto la que había atraído la atención no deseada de Hollywood. Si no hubiera estado allí, si hubiera permanecido en las sombras, esos chicos habrían tenido la oportunidad de vivir la experiencia sin ser juzgados por los estándares imposibles del mundo del espectáculo.

Sus pensamientos se mezclaban con el eco lejano de las voces en el teatro. El ensayo seguía, pero para ella, todo parecía haberse detenido. Se sentó en la acera, dejando que las lágrimas corrieran libremente por su rostro. Sus respiraciones eran cortas y entrecortadas, y por un momento sintió que se ahogaba. Era el familiar ataque de pánico que había aprendido a reconocer, pero eso no lo hacía menos aterrador.

Cerró los ojos, recordándose que debía controlar su respiración, un truco que había aprendido con los años. Inhaló profundamente, pero su mente seguía llenándose de ira y frustración. No podía escapar de esos pensamientos, no esta vez. Sentía que había perturbado la tranquilidad del pueblo, que todos los ojos estarían ahora sobre esos jóvenes que solo querían disfrutar lo que hacían. ¿Y todo por su culpa?

—Todo está bien... todo está bien... —se repitió a sí misma en un susurro mientras las lágrimas seguían cayendo.

Poco a poco, logró calmarse. Su respiración se hizo más profunda y regular. Sabía que la paz que había sentido en el pueblo no duraría para siempre, pero no dejaría que Hollywood la aplastara de nuevo. Si esos directores querían un espectáculo, les daría el mejor show de sus vidas.

Una chispa de determinación encendió sus ojos. Ya no era solo sobre interpretar a Hamlet. Sería su forma de vengarse de aquellos que la habían hecho sentir pequeña. No les daría la satisfacción de verla caer. Esta vez, jugaría bajo sus propias reglas. Se puso de pie lentamente, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a sustituir el pánico.

Mientras tanto, dentro del teatro, Joe estaba preocupado. Había visto cómo Kathryn salía apresuradamente, claramente alterada por lo que el director había dicho. Sabía que algo iba mal. Siempre había algo debajo de la superficie cuando se trataba de ella, algo que no decía pero que a veces se asomaba en sus ojos o en su voz.

Sin pensarlo dos veces, Joe trató de seguirla, pero el director lo detuvo justo cuando estaba a punto de salir.

—Joe, necesitamos hablar sobre tu interpretación —dijo el director, con una mano en su hombro.

Joe frunció el ceño, claramente molesto, pero sabía que no podía simplemente ignorar al director.

—¿Puede esperar? —preguntó, con un tono que dejaba ver su impaciencia.

El director negó con la cabeza.

—No tomará mucho tiempo, solo unos minutos. Es importante que hablemos sobre las decisiones de Hamlet.

Joe suspiró. Aunque quería esquivar la conversación, sabía que no tenía opción. A regañadientes, se quedó, escuchando las observaciones del director sobre su personaje. Sin embargo, su mente estaba en otra parte. No dejaba de preguntarse qué le ocurría a Kathryn, si estaría bien, si había tenido un ataque de pánico o si simplemente necesitaba tiempo para procesar las noticias. Todo lo que sabía era que quería estar allí para ella, tal como ella había estado para él en ocasiones anteriores, especialmente después de lo que había sucedido con su ex.

Finalmente, la charla terminó. Apenas se despidió del director cuando salió corriendo por la puerta trasera, esperando no haber tardado demasiado. Al salir al callejón, la encontró. Kathryn estaba de pie, con la espalda recta y los hombros tensos, pero parecía haber recuperado algo de compostura. Joe respiró aliviado, aunque sabía que algo seguía atormentándola.

Se acercó lentamente, sin querer sobresaltarla.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, inclinándose ligeramente hacia ella.

Kathryn levantó la mirada hacia él, y Joe notó la intensidad en sus ojos, una determinación que no había visto antes.

—Sí —respondió ella con firmeza, su voz calmada pero decidida—. Es hora del show.

Joe se quedó en silencio por un momento, asimilando sus palabras. No sabía exactamente qué pasaba por su mente, pero entendía que Kathryn estaba lista para luchar, para enfrentarse a lo que viniera. La fuerza en su voz le hizo darse cuenta de que ella no iba a permitir que nada la detuviera. Y él, como siempre, estaría a su lado, listo para lo que fuera que el futuro les deparara.

Ecos de HamletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora