Después de cerrar el capítulo de su matrimonio, María Corina sintió que había dado el primer paso hacia una nueva vida, una vida que ahora compartía plenamente con Adara. Poco después de su regreso a la ciudad, ambas comenzaron a integrarse a la rutina universitaria. Adara, ansiosa por retomar sus estudios, se inscribió nuevamente en la universidad, mientras que María Corina, que había dejado temporalmente su labor como profesora para lidiar con la complejidad de su vida personal, volvió a dar clases.
El campus universitario, con su ambiente vibrante y lleno de energía, les ofrecía un espacio de libertad. Para Adara, la universidad era un lugar donde podía redescubrirse, aprender, y al mismo tiempo estar cerca de María Corina, aunque el hecho de que esta última fuera profesora generaba una dinámica un tanto peculiar.
El primer día de clases de María Corina después de su ausencia fue un poco incómodo para ambas. Adara, por su parte, decidió no tomar ninguna de las clases que ella impartía, consciente de que sería complicado que los demás no notaran su cercanía, y sobre todo, porque necesitaba un espacio propio para enfocarse en sus estudios. Pero al mismo tiempo, la presencia de María Corina en la universidad hacía que el campus se sintiera más familiar y cálido.
Un día, mientras Adara caminaba hacia su clase de literatura, se cruzó con varios estudiantes que hablaban de su profesora de filosofía, María Corina.
—¿Sabías que la profesora tiene una vida súper interesante? —comentó una chica del grupo—. He escuchado rumores, pero nunca la he visto fuera de clase. Es súper reservada.
Adara sonrió para sí misma al escuchar esas palabras. Sabía que, aunque María Corina se mostraba profesional y estricta con sus estudiantes, su vida personal estaba llena de emociones y complejidades que solo ella conocía. En ese momento, la vio de lejos, caminando hacia su clase, con su habitual compostura, pero con un brillo diferente en los ojos.
Por la tarde, ambas se encontraron en la oficina de Corina. Aunque intentaban mantener su relación fuera del radar de los demás, no podían evitar la intimidad de sus miradas y el lenguaje silencioso que habían desarrollado.
—¿Cómo estuvo tu clase? —preguntó Adara mientras le entregaba un cafe y ella se sentaba frente a Corina con su café.
—Intensa, como siempre —respondió María Corina, sonriendo—. Pero me hace bien volver a enseñar. Me recuerda por qué amo esto. ¿Y tú? ¿Cómo te va en literatura?
—Me encanta. La clase de hoy fue sobre poesía contemporánea. Hablamos de cómo las emociones se transforman en palabras, y no pude evitar pensar en todo lo que hemos pasado tú y yo.
María Corina la miró con cariño, entendiendo exactamente a qué se refería. La poesía siempre había sido un refugio para ambas, una forma de expresar lo que no podían decir en palabras comunes.
—Sabes, a veces pienso que nuestra historia es como un poema inacabado —dijo Adara en voz baja, casi como si estuviera compartiendo un secreto—. Cada día escribimos un verso nuevo.
—Y no me gustaría que terminara nunca —respondió María Corina, tomando suavemente la mano de Adara sobre el escritorio
Sin embargo, aunque intentaban mantenerse discretas, la vida universitaria no tardó en complicarse. Algunos estudiantes comenzaron a notar la cercanía entre ellas. En una ocasión, mientras salían juntas del campus, uno de los colegas de María Corina la vio con Adara, y aunque no dijo nada en el momento, la incomodidad quedó en el aire.
Los rumores empezaron a circular entre los pasillos, mezclándose con las suposiciones y las curiosidades de los estudiantes. Un día, en la sala de profesores, un compañero de María Corina le hizo una pregunta que ella sabía que eventualmente llegaría.