Capítulo 7.

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Un Giro Inesperado

Era un día como cualquier otro en la facultad de Derecho, pero para Astrid, todo parecía teñido por la presencia de Azucena. Desde que la había visto con Isabela en el pasillo, no podía quitarse la imagen de la cabeza, y cada vez que la mencionaban o la veía por los alrededores, el malestar en su interior crecía. A pesar de sus intentos por no mostrarlo, sentía que cada vez era más obvio que sus sentimientos por Isabela la estaban consumiendo.

Aquella tarde, estaban en clase de Derecho Penal. Isabela, como siempre, imponía respeto con su sola presencia. Astrid intentaba concentrarse en la lección, pero su mirada seguía desviándose hacia Isabela. Estaba perdida en sus pensamientos cuando la puerta del salón se abrió, y una figura familiar entró: era Azucena.

El corazón de Astrid se aceleró al verla. Azucena, con su habitual seguridad, caminó hacia el escritorio de Isabela con la cabeza en alto, sin prestar atención a los estudiantes que la observaban. Se acercó a la profesora con una sonrisa, y sin más preámbulo, dijo:

—La profesora Venegas manda a decir que la necesitan en dirección, profe.

Astrid sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué tenía que ser Azucena quien trajera ese mensaje? Aunque sabía que no tenía derecho a sentirse molesta, no podía evitarlo. Azucena parecía estar en todas partes, siempre interponiéndose entre ella e Isabela. Su mente comenzó a llenarse de pensamientos de celos y frustración. ¿Acaso Azucena estaba buscando alguna excusa para estar cerca de Isabela?

Isabela, siempre calmada y profesional, asintió ante el mensaje de Azucena.

—Gracias, Azucena —respondió con voz firme, mientras recogía unos papeles del escritorio.

Azucena se dio media vuelta y salió del salón, lanzando una rápida mirada a Astrid mientras lo hacía. El enojo de Astrid creció aún más, pero lo que ocurrió después la tomó por sorpresa.

Justo cuando Isabela se preparaba para salir del aula, se tambaleó ligeramente. Por un momento, su mano se aferró al borde del escritorio para mantener el equilibrio, y su rostro, normalmente impasible, mostró un destello de debilidad. Astrid notó cómo Isabela cerraba los ojos brevemente, como si el mareo la hubiera golpeado de repente.

El salón, que estaba en silencio debido a la interrupción de Azucena, se quedó aún más quieto. Todos los ojos se dirigieron hacia Isabela, sorprendidos por lo que acababan de ver. Era raro, casi imposible, ver a una mujer tan fuerte y autoritaria como Isabela mostrar algún signo de vulnerabilidad.

Astrid, quien hacía apenas unos segundos estaba llena de rabia y celos, sintió cómo su enojo desaparecía de inmediato. El mareo de Isabela la había sacudido, y su preocupación por ella tomó el control. Sin pensarlo, Astrid se levantó de su asiento y se acercó al escritorio, ignorando las miradas curiosas de sus compañeros.

—¿Profesora, está bien? —preguntó con voz suave, tratando de no sonar demasiado alarmada.

Isabela abrió los ojos lentamente y miró a Astrid. Había un rastro de cansancio en sus ojos, algo que Astrid nunca había notado antes. La profesora asintió, aunque claramente no estaba completamente recuperada.

—Sí, estoy bien. Solo un pequeño mareo —respondió Isabela con su habitual calma, aunque su voz parecía un poco más débil de lo normal.

A pesar de su respuesta, Astrid no estaba convencida. Podía ver que algo no andaba bien. Isabela no era del tipo de persona que se dejaba afectar por algo tan trivial como un mareo, y el hecho de que lo hubiera mostrado frente a la clase la hacía sentir aún más preocupada.

—¿Segura que no necesita sentarse un momento? —insistió Astrid, aún de pie junto al escritorio.

Isabela la miró con una mezcla de agradecimiento y sorpresa, como si no esperara esa preocupación por parte de una estudiante. Finalmente, después de un breve silencio, asintió.

—Tal vez tienes razón, debería sentarme unos minutos antes de ir a dirección —admitió Isabela.

Astrid ayudó a Isabela a sentarse nuevamente en la silla detrás del escritorio, mientras el resto de la clase observaba en silencio. Karla, que había estado observando todo desde su lugar, le lanzó una mirada significativa a Astrid, como si quisiera decir: "Te estás involucrando demasiado". Pero Astrid no le prestó atención.

—¿Quiere que le traiga agua o algo? —preguntó Astrid.

Isabela negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa apareció en sus labios, un gesto que Astrid rara vez había visto en ella.

—No es necesario. Solo necesito unos minutos.

Los estudiantes seguían observando, algunos murmurando entre ellos, pero Astrid no les prestó atención. Todo lo que importaba en ese momento era asegurarse de que Isabela estuviera bien. Había algo en ver a Isabela tan vulnerable que había despertado un deseo profundo en Astrid de protegerla, aunque sabía que, en realidad, no podía hacer mucho.

Después de unos minutos, Isabela se levantó nuevamente, esta vez con más firmeza. Parecía haber recuperado su compostura habitual.

—Gracias, Castro —dijo, mirándola directamente a los ojos—. Estoy bien ahora. Puedes volver a tu asiento.

Astrid asintió y regresó a su lugar, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Las emociones dentro de ella eran un torbellino: preocupación, alivio, pero también algo más profundo, algo que no podía ignorar. Mientras Isabela salía del aula para dirigirse a dirección, Astrid se dio cuenta de que, sin importar cuántos obstáculos se interpusieran entre ellas, sus sentimientos por la profesora solo se estaban volviendo más fuertes.

Y eso, aunque le asustaba, también la hacía sentir más viva que nunca. Por fin sentía que su pasado se comenzaba a borrar.

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