Capítulo 8.

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La Mirada de Azucena

Durante los días posteriores al mareo de Isabela en el salón, Astrid no pudo dejar de pensar en lo sucedido. Aunque Isabela había asegurado que estaba bien, algo en la forma en que su profesora había mostrado una pequeña debilidad frente a ella la mantenía inquieta. Le resultaba difícil concentrarse en cualquier otra cosa. El recuerdo de Isabela tambaleándose, necesitando apoyo, la hacía sentir una mezcla extraña de preocupación y algo más profundo, algo que no podía nombrar del todo.

Karla, por supuesto, se dio cuenta de inmediato.

—Sigues con esa cara de tonta —le dijo en cuanto la vio el día siguiente, mientras caminaban hacia el salón—. No puedes dejar de pensar en lo que pasó con la profe, ¿verdad?

Astrid intentó negarlo, pero su mirada la delataba.

—Es que no sé… No me gusta verla así —admitió en voz baja, casi como si estuviera confesando algo vergonzoso.

—Te entiendo, pero también tienes que entender que no puedes hacer nada. Es Isabela Andrade. Esa mujer podría estar enferma y aún así no te dejaría acercarte más de lo necesario.

Astrid suspiró, sabiendo que Karla tenía razón. Pero no podía evitarlo. Sus sentimientos por Isabela habían crecido de manera silenciosa, y ahora era imposible ignorarlos.

Cuando llegaron al salón, Astrid notó de inmediato que Isabela no estaba allí aún. La profesora solía ser puntual, siempre la primera en entrar, lo que hizo que Astrid sintiera una ligera preocupación. Sin embargo, trató de no pensar demasiado en ello y se sentó, sacando sus apuntes para la clase.

Unos minutos después, la puerta del salón se abrió. Pero no era Isabela quien entraba.

Era Azucena.

Astrid sintió un nudo en el estómago al verla. Había algo en la forma en que Azucena caminaba por el salón que la hacía destacar, como si supiera que todos estaban prestando atención a ella. Era imposible ignorar la confianza con la que se movía, y eso solo intensificaba los celos que Astrid sentía hacia ella.

Azucena se detuvo frente a la clase y, sin dirigirse a nadie en particular, habló con su tono seguro y despreocupado:

—La profesora Andrade está retrasada, pero ya viene. Me pidió que les avisara.

La mención de que Isabela había enviado a Azucena personalmente a dar el mensaje hizo que los celos de Astrid se encendieran aún más. ¿Por qué Azucena siempre parecía estar cerca de Isabela? ¿Por qué siempre tenía que ser ella quien trajera noticias de la profesora?

Azucena, notando la tensión en el aire, clavó su mirada directamente en Astrid. Hubo un instante, apenas un segundo, en el que las dos intercambiaron una mirada cargada de emociones. Astrid no sabía si estaba imaginando cosas, pero juraría que había algo en los ojos de Azucena, una especie de desafío, como si estuviera marcando su territorio.

Antes de que Astrid pudiera procesarlo, Azucena sonrió, esa sonrisa altiva que tanto la irritaba, y salió del salón.

—Vaya —murmuró Karla desde su asiento—. Esa chica tiene estilo, no se puede negar.

Astrid no respondió. Seguía pensando en esa breve mirada que habían compartido. Había algo en Azucena que la ponía nerviosa, y no era solo el hecho de que parecía tener acceso a Isabela de una manera que ella nunca tendría. Era algo más. Quizá una especie de competencia tácita, como si ambas supieran que compartían un sentimiento similar hacia la misma persona.

Finalmente, Isabela entró al aula, luciendo tan compuesta como siempre. Nadie habría imaginado que unos días antes había mostrado una leve debilidad. Volvía a ser la mujer imponente y autoritaria que todos respetaban, pero Astrid no podía sacudirse la sensación de que sabía algo que los demás no. Sabía que, detrás de esa fachada, Isabela era humana, vulnerable. Y eso solo hacía que su atracción hacia ella creciera.

Durante la clase, Astrid intentó concentrarse, pero era imposible. Su mente seguía regresando a Azucena, a Isabela, a esa conexión invisible que parecía unirlas a las dos. Y lo peor de todo era que Astrid no podía hacer nada al respecto.

Después de la clase, mientras recogía sus cosas, Karla se acercó y le dio un codazo.

—Deberías relajarte un poco, Astrid. Azucena está jugando contigo, y tú le estás dando exactamente lo que quiere. No dejes que te afecte tanto.

Astrid suspiró.

—Es más fácil decirlo que hacerlo—respondió.

—Lo sé —admitió Karla—. Pero te lo digo en serio, esa chica no es una amenaza para ti. A lo mejor lo parece, pero al final del día, Isabela es tu profesora. Ninguna de las dos puede ir más allá de eso. No te pongas en situaciones difíciles.

Aunque Karla tenía razón, sus palabras no aliviaron la incomodidad que sentía Astrid. Mientras caminaban hacia la salida, vio nuevamente a Azucena en el pasillo, esta vez charlando con algunos amigos. Sus miradas se cruzaron de nuevo, pero esta vez Azucena no sonrió. La expresión de su rostro era diferente, casi desafiante.

Astrid apretó los labios y decidió no dejarse intimidar. Sabía que no tenía el derecho de reclamar nada, que sus sentimientos hacia Isabela eran un secreto que no podía compartir con nadie. Pero también sabía que, de alguna manera, había una lucha invisible en marcha, y no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente.

Mientras salían del edificio, Astrid se giró por última vez hacia el pasillo donde había visto a Azucena. Algo estaba cambiando, y aunque no sabía exactamente qué era, sentía que su vida estaba a punto de volverse mucho más complicada.

Y, para bien o para mal, Isabela Andrade estaba en el centro de todo.

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