El cielo no era azul. Hacía mucho tiempo que los cielos azules habían desaparecido. Ahora, el aire estaba cubierto por nubes permanentes de cenizas, residuos radiactivos y polvo de un mundo que se había quebrado hacía siglos. Los humanos, la especie que una vez dominó la tierra, lo habían perdido todo, víctimas de su propia sed de poder. Bombas atómicas y nucleares habían caído como estrellas furiosas, destruyendo ciudades y paisajes en cuestión de segundos. Las guerras no solo habían devastado las tierras, sino que habían marcado el inicio de un ciclo de destrucción que cambiaría el curso de la vida para siempre.
De las ruinas, algo más oscuro y peligroso surgió.Con el tiempo, la radiación que impregnaba la atmósfera no solo consumió las formas de vida que los humanos conocían, sino que las alteró. Animales, plantas y hasta el propio terreno comenzaron a cambiar. Monstruosidades surgieron de las entrañas de la tierra, antiguas especies se transformaron en nuevas razas.En medio de las ruinas del mundo, aparecieron seres que combinaban lo mejor de sus ancestros animales con características humanoides.
Las nuevas razas, forjadas por la necesidad de sobrevivir, comenzaron a reclamar la tierra que una vez les perteneció.Con el pasar de los años las nuevas razas no solo luchaban por sobrevivir; también buscaban entender el mundo que les rodeaba. Mientras exploraban las ruinas de las antiguas ciudades, descubrían vestigios de tecnología olvidada y artefactos que parecían resonar con la energía que aún impregnaba la tierra. La civilización humana, que había sido símbolo de avance y conquista, ahora se convertía en objeto de estudio para aquellos que buscaban reconstruir un nuevo orden.
Mientras el eco de la guerra resonaba en las tierras desoladas, algo extraordinario comenzaba a suceder. A medida que las nuevas razas, como los Drakarion y los Vorthgar, se unían y cultivaban sus habilidades, su fe en lo divino también florecía. En medio de su lucha por la supervivencia, comenzaron a creer en los dioses de sus ancestros y en entidades espirituales que representaban las fuerzas de la naturaleza y el equilibrio. Esta fe no era solo una cuestión de esperanza; era un llamado poderoso que resonaba a través del tiempo y el espacio, atrayendo la atención de los dioses. Sentían el latido de la vida, la magia que emanaba de cada uno de los seres que habían emergido de las cenizas del antiguo mundo. A medida que los nuevos seres se esforzaban por reconstruir su sociedad y encontrar un propósito, los dioses cobraron vida nuevamente, alimentándose de la energía mágica y de la devoción que los habitantes del nuevo mundo les ofrecían.
Con el poder de la fe en aumento, los líderes decidieron que era hora de buscar un vínculo más profundo con las deidades que habían cobrado vida por su creencia. Organizaron un ritual en un claro iluminado por la luna, donde los elementos se unían en un espectáculo de luz y color. Allí, se invocó a los dioses, pidiendo guía y protección.
Los dioses, respondiendo al llamado, se manifestaron en formas etéreas. Sus voces resonaron como ecos en el viento, llenando el aire con una sabiduría ancestral.
Con cada invocación de los seres que habían sobrevivido, los dioses comenzaron a tejer una red de poder a partir de las esperanzas y temores de las nuevas razas. Su existencia tomó forma gracias a la fe que estas criaturas habían comenzado a cultivar, una fe que les ofrecía consuelo en tiempos de adversidad. Los dioses comenzaron a encarnarse en las historias que contaban los ancianos alrededor de las fogatas, en los rituales que realizaban para invocar la lluvia o el sol, y en las antiguas pinturas que adornaban las paredes de las ruinas.A medida que pasaron los siglos, los dioses se fueron asentando en el corazón de las nuevas razas. Drakarion, Vorthgar y otros seres emergentes comenzaron a desarrollar su cultura en torno a estas entidades divinas, organizando festivales y rituales en honor a los dioses que habían resurgido gracias a su fe. Cada raza veneraba a diferentes aspectos de lo divino, reflejando sus propias experiencias y aspiraciones en un mundo que había cambiado drásticamente.
Las antiguas leyendas hablaban de un tiempo en el que los dioses caminarían nuevamente entre los mortales, trayendo consigo la restauración y la armonía. Pero los dioses, conscientes de la fragilidad de la paz recién forjada, mantenían su distancia, observando desde lo alto, esperando el momento adecuado para intervenir. Sabían que las nuevas razas tendrían que enfrentarse a su propia oscuridad antes de poder abrazar plenamente su luz.
Con el tiempo, la fe de los habitantes de esta tierra resonó con más fuerza, invocando la atención de los dioses. En un momento culminante, una gran conjunción de estrellas brilló en el cielo, marcando un nuevo ciclo en la historia del mundo. Los dioses, en un acto de benevolencia, enviaron visiones a los líderes de las razas, revelándoles el cristal que las elegidas descubrirían en el futuro, un símbolo de la esperanza y el renacer de la conexión entre lo divino y lo terrenal.
En esas visiones, los dioses también comunicaron un mensaje crucial: dos elegidas serían las salvadoras de este nuevo mundo. Estas figuras, descendientes de las razas forjadas en la destrucción, estaban destinadas a unir a los pueblos y guiarlos en su lucha contra la oscuridad que amenazaba con devorarlos. La profecía hablaba de un poder combinado, de habilidades complementarias que, al unirse, serían capaces de restaurar el equilibrio y la paz en una tierra marcada por la desolación.
Los líderes de las razas, cautivados por la magnitud de la revelación, comenzaron a preparar el terreno para la llegada de estas salvadoras. Sabían que debían educar y nutrir a las nuevas generaciones, transmitiendo las historias de las elegidas que, algún día, aparecerían en el horizonte. En las noches más estrelladas, se reunían alrededor de las fogatas, contando cuentos sobre heroínas que desafiarían el destino y unificarían a las razas.
Mientras la tierra continuaba su transformación, los ecos de la sabiduría divina se entrelazaban con las leyendas de las nuevas razas. Era un tiempo de gestación, un tiempo en el que la fe y la magia comenzarían a florecer, sentando las bases para los héroes que algún día surgirían en la batalla contra la oscuridad, cuando el ciclo de la historia comenzara a girar una vez más. Las generaciones pasaron, y con ellas, el recuerdo de la profecía se convirtió en un mantra compartido por todas las razas. Mientras tanto, el cristal, oculto en los pliegues del tiempo, aguardaba pacientemente el momento en que las elegidas, Alindra y Thanora, se presentarían en su búsqueda de redención y esperanza. Las visiones de los dioses se convertirían en el faro que guiaría a estas salvadoras en su viaje hacia el cumplimiento de su destino, y así, el ciclo de la historia se preparaba para dar un nuevo giro.
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Legacy of the Fallen
FantasyEn un mundo destrozado por la arrogancia de la antigua humanidad, donde la tierra árida y los desiertos interminables son testigos mudos de un pasado devastado por guerras nucleares, nuevas especies han surgido de las mutaciones de lo que alguna vez...