Un nuevo latigazo resonó en el aire, y una oleada de satisfacción le recorrió. Rara vez albergaba sentimientos de venganza, pero en este momento, no podía evitar reconocer la extraña satisfacción que le producía. Madame Yu había sido una maestra excepcional en el arte de la represalia, y a veces se preguntaba si había heredado algo de esa astucia. La idea de que los miembros del clan Lan experimentaran un rayo de lo que habían causado a su familia le resultaba, de alguna manera, un consuelo.

—Supongo que fue muy divertido informarle a mi hijo que era una desgracia para tu clan, ¿verdad? —la voz de su Shidi lo sacó de sus pensamientos, rompiendo la atmósfera tensa que lo rodeaba. Jiang Cheng, quien no conocía la piedad desde la guerra, estalló en contra de Lan Chong, un anciano que había llevado a cabo juicios crueles contra sus difuntos suegros, su esposo y, por supuesto, contra sus hijos y su cuñado. Era extraño pensar que Xichen-ge, con su aire solemne, era su cuñado por partida doble: primero, por su matrimonio con Lan Zhan, y segundo, por ser el padre del hijo de su hermano menor. La ironía le provocó una mueca amarga.

—Jiang Zongzhu... —llamó Lan Qiren, intentando mantener una postura neutral, aunque la tensión en su voz traicionaba su deseo de intervenir, seguramente en favor de su clan. Podía sentir su incertidumbre, con un eco de viejas heridas abiertas.

—Lan-xiānshēng, ¿podemos ayudarle en algo? —dijo, permitiendo que su hermano observara la interacción desde su posición, mirándolos por encima del hombro como un ave de presa.

—Wei Wuxian, ¿qué están haciendo? —intentó de nuevo Lan Qiren.

—Lamento que el ruido haya perturbado su paz; tuve el atrevimiento de convocar a los ancianos del clan para informarles que tendrían que presentar sus razones a mi Shidi por haber atormentado a mi Zhízi —respondió con una sonrisa que rozaba el sarcasmo aún en su rostro. La expresión de Lan Qiren era una mezcla de sorpresa y reproche, una emoción a la que ya estaba acostumbrado.

—Por favor, Jiang Zongzhu... —intentó una nueva vez el viejo barba de chivo, sus palabras flotando en el aire como un intento vano de sofocar el fuego.

—¿Para esto sirve la justicia de Gusu Lan? —gruñó su hermano menor al sentir la presencia del líder de la secta Lan. —¿Para atormentar a un niño y mantenerlo oculto de su propia madre? —el tono que usó su Shidi era como el siseo de una serpiente, cargado de electricidad, mientras Zidian chisporroteaba con furia, reflejando la agitación que todos sentían en ese momento.

—Falle, falle como padre... pero te lo pido, Jiang Wanyin, déjame explicarte lo que sé... —evidentemente, Lan Xichen estaba abogando para que su familia no fuera diezmada, su voz un hilo de súplica que contrastaba con la violencia del ambiente.

—No lo hiciste durante todos estos años; dejaste que tu familia maltratara a nuestro hijo, y aun así te atreves a pedir clemencia para estos vejestorios —gruñó su hermano, sus ojos fijos en Lan Xichen, como si con solo mirarlo pudiera atravesar su alma. Las palabras estaban llenas de una decepción que Wei Wuxian podía sentir en lo más profundo de su ser. ¿Cuántas veces había deseado que las cosas fueran diferentes?

—Esto solo nos llevará a la guerra... —intentó intervenir Lan Qiren, su voz temblando con la urgencia de la razón.

—¿Y es que el honorable Lan-xiānshēng cree que los Lan podrían siquiera derrotar a los Orgullos de Yunmeng? —no iba a demostrar la alegría, el orgullo y las lágrimas que deseaban emerger de su rostro en ese momento. No era la ocasión para eso, pues debía ser el Yiling Laozu y el Shixiong de Jiang Cheng, manteniendo la compostura a pesar de la marea de emociones.

—Wei Ying... —lo llamó Lan Zhan, su tono suave, pero lleno de un poder contenido, como un río que amenaza con desbordarse.

—Lo siento, Er-gege, pero solo he pedido indulto para ti. He explicado a mi hermano todo lo que necesita saber, lo que me han explicado tanto tú como Xichen-ge; sin embargo, no puedes pedirme piedad filial cuando tu familia nunca la tuvo, ni siquiera por tus propios padres —recitó, mirando directamente a los ojos dorados de Lan Zhan, exponiendo con dureza la verdad de sus sentimientos.

Yǐncáng de Zhēnxiàng / Verdades OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora