CAPÍTULO 30

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JACAERYS

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JACAERYS

PENSÓ SERIAMENTE EN NO ASISTIR A LA REUNIÓN PAUTADA POR Ameryan. Más que seriamente, Jacaerys buscó apoyo en todo lo sagrado, fue al centro de rezos donde los Targaryen y Velaryon solían hablar con los Antiguos Dioses. No se tenía un verdadero registro de veces en las que los dioses hayan contestando plegarias o preguntas desesperadas. Fue a ese lugar sabiendo que no bajarán del cielo  a hablar con él, fue con la esperanza de encontrar así sea una pista.

Las septas y los maestres posaron sus miradas incrédulas sobre él. Jacaerys se tragó los insultos y advertencias que bailaron en la punta de su lengua. Ya era suficiente con que todos ellos lo consideraban un desperdicio, un hombre manchado por el pecado. A los ojos de los líderes religiosos, lo único que lo diferenciaba a él de los bastardos en los burdeles era su título como noble.

El poder que iba de la mano con ese título fue lo que impidió que lo echaran de ese lugar tan pronto entró. Saludó a las septas, sin esperar respuestas, y se dirigió hacia el centro del fuego. Su piel ardió con gusto al sentir el calor del fuego. Estiró los dedos y dejó que las llamas más altas lo tocaran. El calor jamás fue doloroso, jamás se sintió asfixiante. Jacaerys lo recibió muy dentro de él con algo más parecido al placer que a la obligación.

Los demás Targaryen soportaban el fuego porque así lo establecía su herencia, Jacaerys aceptaba el fuego como una parte más de él.

—Antiguos Dioses —recitó en voz baja—. He venido a ustedes por sabiduría y falta de juicio. No han contestado plegarias en años, sé que no contestarán las mías hoy, pero espero que la ofrenda de un mestizo baste para que concedan algo de iluminación.

Tomó la daga que yacía siempre en su cinturón y dejó un ligero corte en la palma de su mano. La sangre cayó sobre el fuego, solo una gota, y las llamas se elevaron hacia el techo de piedra.

Llegó el momento de hacer lo más difícil, lo que siempre se le complicó; rezar. Se colocó de rodillas frente a la imagen hecha en piedra de la Antigua Valyria y cerró los ojos. Antes, la idea de rezar le causaba temor, náuseas. Pensar en tener que arrodillarse frente a la imagen de un lugar que, aunque él portaba su sangre, seguramente lo habrían desterrado por no ser lo suficientemente Targaryen, llenaba su interior de furia.

Él no poseía el cabello blanco de un Targaryen, ni siquiera un rubio parecido. No tenía ojos violeta y mucho menos tenía la piel que parecía brillar bajo la luna. Su apariencia era fuerte, Strong. No había por qué negarlo, lo clamaba con orgullo. No hubo un hombre más valiente y fuerte para él, que Harwin Strong.

Sin embargo, amar esa parte de él lo hacía odiar la otra.

—¡Vaya! —La voz de su madre lo sobresaltó—. Esto es nuevo, ¿debería llamar a uno de los maestres para que se asegure que no tengas fiebre?

Jacaerys sonrió.

—Hola, madre.

—¿Qué trae a mi hijo a este lugar?

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora