Prólogo

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Narradora

Alondra nunca había creído que el amor pudiera sentirse así. Lo había escuchado en historias, visto en películas, pero jamás imaginó lo que era realmente perder el control, perderse a sí misma. No con Rai.

El viento de la tarde entraba por la ventana de la gran habitación que le había brindado Rai. Alondra estaba sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida en sus propias manos, mientras su mente trataba de encontrar algo de calma. Pero era inútil. La presencia de Rai lo invadía todo. Incluso cuando no estaba en la habitación, podía sentirla, como si su sombra cubriera cada rincón.

De repente, la puerta se abrió con un golpe seco, y Alondra supo que estaba ahí. Rai.

- ¿Qué haces? - preguntó Rai, su voz baja, casi un susurro, pero cargada de esa tensión que Alondra conocía tan bien.

- Nada - respondió Alondra con la voz temblorosa, evitando mirarla a los ojos.

Rai se acercó lentamente, como un depredador que acecha a su presa. Cada paso que daba hacia ella la hacía sentir más pequeña, más atrapada. Alondra podía escuchar su propia respiración acelerarse, sentir el peso de esa mirada que la quemaba, que la hacía sentir completamente vulnerable.

Rai se detuvo frente a ella, inclinándose lo suficiente como para que su aliento rozara su cuello.

- Nada, ¿eh? - susurró Rai, con una sonrisa fría - Siempre tan sumisa. Siempre tan... mía.

Alondra apretó las manos, luchando contra el impulso de moverse, de apartarse, pero sabía que eso solo haría las cosas peores. Rai odiaba que la desafiara. Odiaba cualquier rastro de rebeldía.

- ¿Qué pasa, amor? - continuó Rai, levantándole el mentón con dos dedos, obligándola a mirarla a los ojos - ¿No estás feliz? ¿No te gusta estar aquí conmigo?

Alondra tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta crecer.

- Sí... claro que sí - mintió.

Pero Rai lo sabía. Siempre lo sabía. Se inclinó aún más cerca, sus labios a solo centímetros de los de Alondra, pero no para besarla, sino para que cada palabra se sintiera como una cadena.

- Eres mía, Alondra. Todo lo que haces, todo lo que piensas, me pertenece. Nunca te olvides de eso.

Alondra cerró los ojos, intentando controlar el temblor de su cuerpo. Cada palabra de Rai la hacía sentir más prisionera, como si esas cadenas invisibles se apretaran cada vez más.

- No tienes a dónde ir - añadió Rai, susurrando contra su piel - Nadie te va a querer como yo. Nadie te va a cuidar como yo lo hago.

El corazón de Alondra latía con fuerza, pero no por amor. Era miedo. Un miedo profundo y paralizante.

- Así que, quédate quieta, haz lo que te digo, y todo estará bien - finalizó Rai, alejándose finalmente, pero dejando la promesa latente en el aire.

Alondra no respondió. No podía. Solo se quedó ahí, mirando el suelo, tratando de convencerse de que algún día, tal vez, encontraría una forma de escapar.

Pero sabía que, mientras Rai estuviera cerca, esa posibilidad se sentía más lejana con cada segundo.

YOU'RE MINEWhere stories live. Discover now