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[Ubicación: Campamento militar Lehigh. Año: 1942]

—¡Rogers! ¡Salga de ahí!

—¡Rogers! ¡Saque ese rifle del lodo!

—¡ROGEEEERS!

Steve cayó rendido sobre la cama. El entrenamiento militar era duro con él. Habían sido días difíciles. Semanas. Meses. ¿Cuál era la diferencia? No se molestaba en cuestionarse demasiado los pequeños detalles. No tenía tiempo para eso. Ahora era un soldado.

Y... ¿cómo?

Resulta que los milagros sí existen. El suyo lleva por nombre Abraham Erskine. Lo conoció el día de la partida de Bucky. Esa noche en la feria, no desperdició la oportunidad de probar suerte durante una campaña de reclutamiento. Ahí encontró a Erskine y desde entonces su vida cambió. Aunque no fue tan sencillo. Primero tuvo que confesar respecto a sus otros engaños y pactar un acuerdo que involucra una intervención en su cuerpo.

Eso se cumpliría mañana.

Admitía que estaba ligeramente nervioso. No comprendía en su totalidad el asunto en torno al "Suero del Súper Soldado". Pero se había decidido a afrontar lo que sea con tal de ir a pelear. Solo un día. Solo un paso. Y podría convertirse en el hombre que anhelaba ser. No... en el hombre que el mundo necesitaba.

La inquietud lo llevó a tomar uno de los viejos libros que había mezclado con su equipaje cuando se mudó a la base. En su vida de ciudad, leer era un hábito que podía darse el lujo de disfrutar. Este lugar le absorbía el alma por completo. Sería la primera vez que volvía a sentir las páginas entre sus dedos después de mucho tiempo.

Así que ahí estaba, calmando la ansiedad con las letras. Tenía la habitación para él solo. Agradecía el silencio en su última velada. Normalmente sus compañeros alebrestaban el ambiente con gritos y juegos a los que Steve no hallaba sentido. Eso no quería decir que reprobara los festejos, al contrario. Los consideraba apropiados siempre y cuando se hubiera obtenido un logro digno.

Digno. ¿Él sería digno de esto? De... ¿Estar aquí?

Comenzó a agobiarse. Sintió que el asma (la cual ya no le daba problemas desde la adolescencia) revivía en una asfixiante presión en su pecho. Puso una mano en la zona y trató de estabilizarse mediante respiraciones acompasadas.

En ese momento de sofoco, escuchó una voz preguntar:

—¿Puedo?

Steve volteó hacia la puerta. Erskine estaba de pie en el marco, mostrándole una sonrisa cálida. Le rememoraba a una figura paterna.

—Por supuesto —respondió el muchacho, agradecido por segunda vez de encontrarlo.

—¿Tiene insomnio?

—Estoy nervioso, creo.

El hombre carcajeó gravemente.

Arrastró su buen humor al interior, ayudando a romper la paranoia de Steve. El muchacho se relajó, dando un prolongado suspiro. Cerró su libro y lo colocó encima de la almohada.

Mientras Erskine tomaba asiento en la cama de enfrente, Steve aprovechó para estudiarlo. Inmediatamente fue capaz de visualizar el par de vasos y la botella en mano que cargaba.

—¿Le hago una pregunta, señor?

Erskine esbozó una sonrisa ladina.

—¿Solo una?

Contrariamente, el tono y el rostro de Steve combinaban en una formal seriedad.

—¿Por qué a mí?

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⏰ Última actualización: Sep 27 ⏰

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