➸ Epílogo.

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—¡Nii-san, éste es uno grande! —exclamó Izuna, con los ojos brillando de emoción mientras tiraba de la caña improvisada que sostenía junto a su hermano.

Azusa, con la concentración de alguien mucho mayor que alguien de tan sólo ocho años, sujetaba firmemente la caña, sintiendo cómo el pez luchaba al otro lado de la línea. Las aguas del río se agitaban suavemente bajo el resplandor del sol de la tarde, y el sonido de las hojas movidas por la brisa llenaba el claro.

—¡No te confíes, Izuna! —exclamó Azusa, sin apartar la vista de la caña—. Prepara la red, ¡la red, rápido!

El pequeño, de solo cinco años, corrió con agilidad, casi tropezándose en su emoción. A pesar de ser tan joven, imitaba a su hermano mayor en todo lo que podía, incluso en su seriedad. Sacó la red improvisada, un conjunto de ramas y cuerdas mal amarradas que había ayudado a crear, y la sostuvo lista, los pies descalzos chapoteando en la orilla.

—¡Izuna, con cuidado!

Azusa, usando toda su fuerza, tiró bruscamente de la caña, haciendo que el pez finalmente emergiera del agua con un chapoteo violento. Era grande, mucho más de lo que esperaban.

—¡Ahora! —gritó Azusa.

Izuna se lanzó hacia adelante con la red, logrando capturar al pez que se retorcía frenéticamente. El pequeño rió a carcajadas, cayendo al agua en el proceso, pero manteniendo su agarre firme.

—¡Lo hicimos, Nii-san! ¡Lo conseguimos! —su voz era un estallido de alegría pura.

Azusa soltó un pequeño suspiro, su expresión relajándose por fin. Había sido un buen esfuerzo. Aunque no era exactamente el tipo de actividad que su padre Madara aprobaría, en ese momento solo importaba ver la felicidad de su hermano menor.

—Bien hecho, Izuna —dijo Azusa, sonriendo levemente mientras se agachaba para palpar el pez—. Este va a ser una buena cena.

Izuna, aún con la emoción a flor de piel, saltó hacia Azusa, abrazándolo por la cintura, apretando su rostro contra la camisa de su hermano.

—¡Y es de mi caña de pescar! —murmuró el pequeño.

Azusa, con una expresión más suave de lo habitual, le dio una pequeña palmada en la cabeza. Era uno de esos raros momentos donde podía bajar la guardia, solo por un rato.

Con una habilidad tranquila y precisa, Azusa utilizó un simple jutsu de fuego, formando una pequeña bola de llamas en su mano que usó para encender la fogata. El fuego crepitaba suavemente mientras el pez comenzaba a asarse sobre las llamas.

—Vas a ver, esto va a saber genial —murmuró Azusa, mientras se sentaba junto a su hermano, vigilando el fuego.

Izuna lo observaba con admiración, sus ojos oscuros brillando con orgullo. Pero, de repente, su expresión cambió. Sus pequeños hombros se hundieron y una mueca triste deformó su rostro.

Azusa lo notó de inmediato. No era propio de Izuna estar así, especialmente después de un momento tan divertido. Intrigado, frunció el ceño y se inclinó un poco hacia su hermano.

—¿Qué pasa, Izuna? —preguntó, su voz más suave de lo habitual.

El pequeño Uchiha tardó en responder, mirando fijamente las llamas antes de soltar un suspiro.

—Papá... —murmuró con la voz apagada—. Te va a regañar de nuevo por saltar el entrenamiento, por mi culpa. Siempre lo hace cuando pasas la tarde conmigo.

Azusa sintió una punzada de molestia al escuchar aquello. No era un secreto que Madara tenía expectativas altísimas para ellos, especialmente para él. Pero Izuna era diferente. Era pequeño todavía, y Azusa odiaba ver cómo esas expectativas empezaban a pesar en los hombros de su hermano menor.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora