A los seis años, Walter ya había aprendido a no esperar nada de los demás. Vivía en una casa grande, pero ese espacio no era más que una prisión para él. Sus padres, Juan y Lourdes, no eran más que las sombras que llenaban su vida de maltratos y abusos. Para ellos, Walter no era un hijo, sino una molestia, un error que nunca quisieron y que ahora castigaban por su existencia.
El pequeño Walter solía despertar temprano, mucho antes de que el sol asomara en el horizonte. No porque quisiera, sino porque sus padres le habían dado el trabajo de limpiar el patio y la casa de los perros. Ese era su "hogar" dentro de su propia casa: una pequeña caseta para perros en el jardín, su único refugio.
Walter (pensando, mientras frota el suelo con sus pequeñas manos):
—Tal vez hoy será diferente. Tal vez si hago todo bien... ellos estarán contentos conmigo.Pero ese día no sería distinto a los demás. En el fondo, Walter sabía que por mucho que se esforzara, nunca sería suficiente.
Dentro de la casa, Juan ya estaba levantado. Era un hombre grande y amenazador, cuya sola presencia hacía que el corazón de Walter se acelerara de miedo. Lourdes, su madre, estaba en la cocina, pero en lugar de preparar un desayuno para su hijo, cocinaba solo para ella y su marido.
Juan (mirando a Walter con desdén, mientras se sienta a la mesa):
—Mira quién decidió aparecer... ¿Ya limpiaste la caseta? Más te vale que esté todo impecable, o sabes lo que pasará.Lourdes (sin mirarlo, revolviendo la olla en la estufa):
—Eres inútil, Walter. Siempre haces todo mal.Walter intentaba ignorar las palabras hirientes. Sabía que debía mantenerse fuerte, o al menos aparentarlo. La aprobación de sus padres era lo único que deseaba, pero cada día parecía más imposible.
Después de unos minutos, Lourdes sirvió la comida para ella y Juan, dos platos abundantes y bien preparados. A Walter, como siempre, le dejaron las sobras, lo que quedaba después de que sus padres se hubieran servido.
Lourdes (con desprecio, empujándole un plato con algunas migajas y trozos de pan viejo):
—Toma, esto es todo lo que te mereces. No te quejes.Walter, hambriento y cansado, tomó el plato y lo llevó con cuidado a la caseta del perro. Sabía que no tenía permitido sentarse a la mesa con sus padres, así que comía en silencio afuera, donde nadie podía verlo. Cada bocado sabía a decepción, pero Walter se aferraba a la esperanza de que algún día las cosas cambiarían.
Los días pasaban en un ciclo interminable de abuso. Su padre, Juan, no solo lo ignoraba, sino que también encontraba cualquier excusa para golpearlo o insultarlo.
Juan (tomando a Walter del brazo, mientras le grita):
—¡No sirves para nada! ¡Ni siquiera sabes hacer las cosas más simples! Eres un inútil, Walter. Nunca serás nada.Cada palabra era como una daga en el corazón de Walter, pero él seguía intentándolo. Limpiaba la casa, cuidaba de la caseta del perro, hacía cualquier cosa para obtener una simple palabra de reconocimiento, un gesto de aprobación. Sin embargo, solo recibía más golpes y más insultos.
Walter (pensando, mientras limpia las lágrimas de su rostro con sus manos pequeñas y sucias):
—Tal vez... si hago todo mejor mañana... tal vez entonces papá me verá diferente.Las noches eran las peores para Walter. En lugar de dormir en una cama cómoda, como otros niños, él dormía en la caseta del perro. La fría madera le lastimaba la espalda, y el frío lo envolvía en una soledad que parecía interminable. Pero incluso en esa soledad, Walter seguía soñando con una vida mejor.
Walter (susurrando al cielo, mientras observa las estrellas desde su caseta):
—Por favor... solo quiero que mamá y papá me quieran. Haré lo que sea, lo prometo...Sin embargo, esa esperanza se desvanecía cada día que pasaba. Aunque siempre intentaba ser el mejor hijo posible, sus padres lo trataban peor que a un animal. Incluso el perro de la familia recibía más atención y cuidado que él.
Un día, Walter decidió hacer algo especial. Sabía que su madre adoraba las flores, así que, con sus pequeñas manos, recogió las pocas flores que encontraba en el jardín. Las arregló con cuidado y las llevó a la casa, esperando que esta vez, al menos, su madre lo mirara con algo de cariño.
Walter (con una sonrisa esperanzada, extendiéndole las flores a Lourdes):
—Mamá, te traje esto... pensé que te gustaría.Lourdes miró las flores por un breve segundo, y luego, con un gesto despectivo, las tiró al suelo.
Lourdes (con frialdad, sin siquiera mirarlo a los ojos):
—No necesito tus flores, Walter. Deja de hacer tonterías y vuelve a limpiar.Walter sintió cómo el corazón se le rompía en mil pedazos. Se arrodilló lentamente para recoger las flores del suelo, sus manos temblando mientras intentaba contener las lágrimas.
Walter (pensando, con la voz quebrada dentro de su mente):
—Solo... quiero que me quieran...Esa noche, como muchas otras, Walter lloró en silencio dentro de la caseta del perro. Su cuerpo dolía por los golpes de su padre, y su alma estaba destrozada por las palabras crueles de su madre. Sabía que, por más que lo intentara, nunca sería suficiente para ellos. Pero a pesar de todo, no podía dejar de intentarlo. Cada día se levantaba con la misma esperanza, la misma ingenuidad infantil de que algún día sus padres lo aceptarían, lo amarían como él los amaba.
Sin embargo, en el fondo de su ser, una pequeña voz comenzaba a susurrarle la verdad: nunca lo harían. Esa realidad, esa verdad cruel, comenzaba a asentarse en su mente, y aunque aún no lo entendía por completo, sabía que algo en su interior se rompía cada día un poco más.
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Mensaje del creador: decidí poner las acciones y gestos en paréntesis () porque me parecían más cómodos y más rápidos, espero no les moleste, gracias por leer.
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Entre sombras y cicatrices
РазноеWalter es un joven de 19 años que, a pesar de su trágico pasado, mantiene una sonrisa brillante y una actitud optimista. Vive solo en una pequeña casa heredada tras un misterioso accidente que le arrebató a su familia. Con una vida tranquila y sin e...