Capitulo 40- Regreso y revelaciónes

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Después de días de tensiones y manipulaciones familiares, Elizabeth finalmente regresó a su hogar. A medida que se acercaba a la puerta, su corazón latía con fuerza. Sabía que Walter había estado solo y no podía esperar para verlo. Cuando abrió la puerta, una oleada de familiaridad y amor la envolvió, como si cada rincón de la casa la abrazara.

Elizabeth (llamando suavemente):
—Walter, ¡ya volví!

Al entrar, fue recibida por el sonido de suaves maullidos. La sala estaba llena de luz, y en el centro, vio a Walter, rodeado de los tres adorables gatitos: Max, Núbe y Luna. Estaba sentado en el suelo, jugando con ellos, y su expresión era notablemente más alegre que la última vez que lo vio.

Walter (mirando hacia arriba, con una sonrisa genuina):
—¡Elizabeth! ¡Te extrañé!

Se levantó rápidamente y la abrazó con fuerza, y en ese momento, Elizabeth sintió que todo su estrés desaparecía. Había pasado mucho tiempo lejos de él, y ahora, con él nuevamente, se sintió en casa.

Elizabeth (sonriendo mientras acaricia a los gatitos):
—Yo también te extrañé. ¿Cómo has estado?

Walter (mientras acaricia a Núbe):
—Ha sido… diferente. Los gatitos me han mantenido ocupado.

Mientras hablaban, Elizabeth notó una chispa de felicidad en sus ojos que no había visto antes. Sin embargo, también percibió una sombra de melancolía detrás de su sonrisa, un indicio de que aún había algo que lo inquietaba.

Después de unos minutos jugando con los gatitos, Walter se sentó en el sofá, su expresión cambiando gradualmente a una más seria. Elizabeth lo siguió, sentándose a su lado, preocupada.

Elizabeth (con suavidad):
—Walter, ¿qué sucede? Pareces… diferente.

Walter suspiró, su mirada perdida en el vacío por un momento antes de volver a encontrarse con la de ella.

Walter (con voz temblorosa):
—Antes de que te fueras… estuve lidiando con algunas cosas. Cosas de mi pasado.

Elizabeth (mirándolo fijamente):
—¿De qué hablas?

Walter (con un gesto nervioso):
—Cuando era niño, fui muy infeliz. Tenía seis años cuando… cuando sucedieron cosas terribles en mi familia. Hice algo horrible, algo de lo que nunca me he perdonado. Envenené a mis padres.

Elizabeth se quedó en silencio, atónita por lo que acababa de escuchar. No podía creer lo que Walter estaba diciendo.

Walter (mirando hacia abajo, avergonzado):
—No quería hacerlo, pero no podía soportar más el dolor. Pensé que si me deshacía de ellos, sería libre. Pero la libertad vino con un precio que no estoy seguro de haber pagado. He vivido con el miedo y la culpa desde entonces, y a veces… me siento como si hubiera perdido la cordura.

Elizabeth (acercándose, tomando su mano):
—Walter, eso fue cuando eras solo un niño. No eres responsable de lo que pasó.

Walter (con lágrimas en los ojos):
—No quiero que me odies por lo que hice. Solo quería escapar, quería que el dolor se detuviera.

Elizabeth se inclinó hacia él, abrazándolo con fuerza, intentando transmitirle todo el amor y la comprensión que tenía para él.

Elizabeth (susurrando):
—No te odio. Nunca te odiaría. Lo que hiciste fue un acto desesperado, pero ya no tienes que cargar con eso. Estoy aquí contigo, y juntos podemos enfrentar cualquier cosa.

Walter sintió que su corazón se aligeraba al escuchar sus palabras. Se dio cuenta de que no estaba solo en esto; Elizabeth estaba a su lado.

Walter (con un susurro tembloroso):
—¿Realmente quieres ayudarme?

Elizabeth (mirándolo con firmeza):
—Sí, quiero darte todo el amor que nunca tuviste. Vamos a sanar juntos.

A medida que el ambiente se llenaba de calidez, Walter sintió que su tristeza se desvanecía poco a poco. Elizabeth lo miraba con una dulzura que le daba esperanza. Se acercaron más, sus rostros casi tocándose, la tensión acumulándose en el aire.

Walter (con una sonrisa tímida):
—Eres increíble, ¿sabes?

Elizabeth (sonriendo):
—Lo mismo digo de ti.

Y en ese momento, sin más palabras, se inclinaron y se besaron. Fue un beso tierno, lleno de promesas de amor y apoyo mutuo. Mientras sus labios se unían, los gatitos jugueteaban a su alrededor, creando un ambiente perfecto de felicidad.

Walter (riéndose mientras juega con Luna):
—Mira a Luna, parece que también quiere unirse a nosotros.

Elizabeth (acariciando a Max):
—Siempre estarán aquí para nosotros.

La conexión entre ellos se sintió más fuerte que nunca, y en ese instante, ambos supieron que juntos podrían superar cualquier desafío. Elizabeth sonrió mientras miraba a Walter, el brillo de su amor reflejado en sus ojos.

Walter (con una sonrisa amplia):
—Gracias por estar aquí, Elizabeth.

Elizabeth (con una mirada tierna):
—Siempre estaré aquí, amor.

Mientras los gatitos corrían y jugaban, Walter y Elizabeth se dejaron llevar por el momento, compartiendo risas, caricias y la dulce promesa de un futuro lleno de amor y esperanza.

Entre sombras y cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora