Capítulo 11.

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El Límite Borroso

El caso en el que Astrid y Rodrigo estaban trabajando junto a Isabela había comenzado a tomar forma. El despacho con el que colaboraban había confiado en ellos con una tarea importante, y aunque las horas de trabajo eran largas, Astrid no se quejaba. De hecho, cada momento junto a Isabela era una mezcla de entusiasmo y nerviosismo. Había aprendido más de su profesora en esas semanas que en todo lo que llevaba de carrera, pero también sentía que cada día la línea entre lo académico y lo personal se volvía más borrosa.

Una tarde, después de una sesión agotadora en la biblioteca, Rodrigo se disculpó y se fue temprano, diciendo que tenía que asistir a un compromiso familiar. Eso dejó a Astrid e Isabela solas en la sala de estudios, rodeadas de papeles y carpetas.

Astrid, sentada frente a un documento que no terminaba de comprender, sintió la presencia de Isabela acercándose. La profesora, con su elegancia habitual, se inclinó hacia ella, revisando el texto y señalando con su dedo delicado una sección en particular.

— Este punto es clave, Astrid —dijo con su voz baja y firme —. Si no entiendes esto, el resto del argumento perderá fuerza.

Astrid asintió, pero su mente ya no estaba enfocada en el documento. La cercanía de Isabela, su voz, el leve aroma a perfume que llevaba... todo la hizo sentir una mezcla de emociones intensas. Isabela seguía hablando, pero Astrid no podía concentrarse en sus palabras. Su corazón latía rápidamente, y de repente, sin pensar, se volteó hacia ella.

Los rostros de ambas quedaron a escasos centímetros. Astrid pudo ver la expresión sorprendida de Isabela, sus ojos intensos clavados en los suyos. Sin pensarlo más, como si fuera algo inevitable, Astrid se inclinó y plantó un beso en los labios de Isabela.

El contacto fue breve al principio, pero lo suficiente para hacer que el tiempo pareciera detenerse. Astrid sintió el calor de los labios de Isabela, el latido acelerado en su propio pecho. Estaba convencida de que Isabela la apartaría de inmediato, que reaccionaría con rechazo. Pero, para su sorpresa, Isabela no se resistió. En lugar de eso, el beso se prolongó por unos segundos más, ambos cuerpos quietos pero con una energía que lo llenaba todo.

Astrid sintió un torbellino de emociones: confusión, deseo, miedo. Su corazón quería creer que ese momento significaba algo más, pero su mente le gritaba que había cruzado un límite peligroso. Finalmente, se separaron. Ambas respiraban con dificultad, y el silencio que siguió fue ensordecedor.

Isabela la miró fijamente, sin decir una palabra, su expresión seria, pero sin mostrar enojo. Parecía tan sorprendida como Astrid por lo que acababa de suceder. El espacio entre ellas se sentía como un abismo a pesar de que seguían estando cerca.

Antes de que cualquiera de las dos pudiera hablar, alguien tocó la puerta. El sonido rompió la tensión en el aire, y ambas reaccionaron rápidamente, intentando actuar con normalidad. Astrid se enderezó en su silla, volviendo a concentrarse en los documentos, mientras Isabela se alejaba unos pasos, recobrando su compostura.

—Adelante —dijo Isabela con su tono habitual, aunque Astrid pudo notar una ligera vacilación en su voz.

La puerta se abrió, y la profesora Hania, una colega de Isabela, entró con una carpeta en la mano. Su expresión era cordial, pero al observar a las dos mujeres, notó algo extraño en el ambiente. Sus ojos se movieron entre ellas, como si tratara de descifrar lo que estaba ocurriendo.

—Isabela, necesito tu firma en estos documentos —dijo Hania, acercándose—. ¿Interrumpo algo?

Astrid sintió cómo su corazón latía con fuerza nuevamente, temiendo que Hania hubiera notado algo. Isabela, por su parte, parecía haber recobrado por completo su calma.

—No, en absoluto —respondió Isabela con una sonrisa suave, tomando los papeles de Hania—. Estábamos revisando algunos detalles del caso.

Hania asintió, pero su mirada seguía siendo curiosa, como si supiera que había algo más en el aire. Sin embargo, no dijo nada más, y tras obtener la firma de Isabela, se retiró de la sala con la misma rapidez con la que había llegado.

Cuando la puerta se cerró, el silencio volvió a dominar la habitación. Astrid no sabía qué hacer ni qué decir. ¿Había arruinado todo? ¿Qué significaba ese beso? ¿Qué significaba que Isabela no lo hubiera rechazado?

Isabela permaneció de pie unos segundos más, mirando la puerta por la que Hania había salido. Luego se volvió hacia Astrid, con una expresión neutral, pero sus ojos revelaban una tormenta interna.

—Astrid —comenzó, su voz tranquila pero cargada de seriedad—. Esto... no debió pasar.

Astrid asintió rápidamente, sus nervios a flor de piel.

—Lo sé, profesora. Yo... lo siento. No quise...

Isabela la interrumpió, levantando una mano para detenerla.

—No es cuestión de disculpas —dijo—. Ambos sabemos que no podemos permitir que esto vuelva a ocurrir. No es correcto, ni profesional. Eres mi estudiante, y yo soy tu profesora.

El peso de sus palabras cayó sobre Astrid con fuerza. Sabía que Isabela tenía razón. Había cruzado una línea que no debía, y ahora tenía que lidiar con las consecuencias. Pero a pesar de la lógica, su corazón seguía clamando por algo más. No podía negar lo que sentía, ni lo que ese beso había significado para ella.

—Lo entiendo —murmuró Astrid, aunque su voz traicionaba la mezcla de emociones que llevaba dentro.

Isabela la miró por un largo momento, como si estuviera debatiendo consigo misma. Finalmente, suspiró.

—Terminemos por hoy —dijo, dándose la vuelta y recogiendo sus cosas—. Nos veremos mañana para continuar con el caso.

Sin más palabras, Isabela salió de la sala, dejando a Astrid sola, con el eco de lo que acababa de suceder aún resonando en su mente.

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