13. Sirius Y Caos.

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¿Qué gana la gente con separarte de tu amigo más fiel?

Zaira.

El sol apenas se colaba por las ventanas de mi cuarto cuando escuché el timbre de la puerta que alborotó los ladridos de las cuatro criaturas en mi cama. Estaba en pijama de Princesita Sofía, despelucada y sin muchas ganas de moverme. Aún no había tenido tiempo de procesar que hoy era el día. Me quedé unos segundos más en la cama, con los ojos cerrados, intentando ignorar el ruido, pero el timbre sonó de nuevo, esta vez más insistente y estaba que lanzaba a los perros por la ventana.

Estiré la mano para tomar mi teléfono, para ver cómo cinco mensajes de mi mamá y cuatro llamadas perdidas.

Coñoelamadre.

Me levanté a regañadientes, arrastrando los pies hacia la puerta. Al mirar por la ventana de la sala, vi una mamburria de camioneta blanca estacionada frente a la casa, de esas grandes, con vidrios oscuros que no dejaban ver quién estaba dentro, osea, estilo narco. Me pareció raro. No esperaba a nadie a esta hora y menos con ese tipo de vehículo. Fruncí el ceño, una incomodidad creciente se asentó en mi estómago.

Abrí la puerta lentamente, asomándome. Había un hombre parado allí. Vestía de manera simple: jeans y una camiseta oscura. Su gorra le cubría gran parte del rostro y se quedó quieto, con las manos en los bolsillos, su chiva estaba como para hacer una crineja y se veía por parte trasera de la gorra que no tenía pero ni un pelo de tonto. No parecía del tipo de persona que vendría por un perro.

—Buenos días —dije, tratando de sonar más segura de lo que me sentía—. ¿En qué puedo ayudarte?

El hombre alzó la vista, sus ojos escondidos bajo la sombra de la gorra. Su expresión era neutral, casi fría. Me dio un pequeño vistazo antes de hablar.

—Vengo por el perro —dijo con voz seca.

Mi estómago se apretó de inmediato. Algo no estaba bien. Nadie en mi familia había mencionado que vendría alguien hoy tan temprano, y mucho menos alguien que se viera... así. El frío que sentí anoche volvió a recorrerme la columna, pero intenté mantener la calma.

—¿Por Sirius? —pregunté, tragando saliva.

El hombre asintió, dando un paso hacia adelante. Mi piel se erizó, y de repente, cada instinto dentro de mí gritaba que algo estaba mal. Miré hacia la camioneta. Los vidrios oscuros me impedían ver si había alguien más dentro.

—¿Quién te lo pidió? —solté, mi voz sonando más defensiva de lo que esperaba.

—Tu mamá —respondió sin vacilar, pero había algo en su tono, en la frialdad de su respuesta, que me dejó helada.

Por dentro, una alarma sonaba fuerte en mi cabeza. El corazón me latía rápido, demasiado rápido. Mi mente se nubló mientras trataba de encontrar una excusa, una forma de ganar tiempo. Miré a Sirius, que estaba detrás de mí, moviendo la cola, completamente ajeno a la tensión en el aire mientras las Pugs, Akira y Lupita, no dejaban de ladrar.

Mi paciencia se está esfumando, y ya me está doliendo la cabeza.

—Un momento... —murmuré, cerrando la puerta un poco—. ¡Ay, ya! ¡CÁLLENSE COÑOEMADRES! —tomé a las dos pugs y las encerré rápidamente en el baño para no alejarme tanto, cuando volví, el hombre ya estaba de pie frente al perro.

No pude apartar la mirada del hombre y mi perro, pero corriendo, fui a mi habitación.Mi mirada se detuvo sobre los papeles que había dejado sobre la mesa la noche anterior. A un lado, la pequeña bolsa aguardaba, llena de sus juguetes, su collar y la pechera que tantas veces le había puesto con una sonrisa, lista para una nueva caminata.

Más Allá De Las Fronteras. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora