Extra (final)

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La cabaña frente al mar era un pequeño refugio de ensueño, escondido entre frondosas palmeras que se mecían suavemente al ritmo del viento. Con su estructura de madera clara y techos de tejas rojas, el lugar emanaba una calidez acogedora. Desde su amplia terraza, se podía ver el océano en toda su majestuosidad. La luz del atardecer, con sus tonos dorados y anaranjados, se reflejaba en las olas, creando un espectáculo que los rodeaba mientras Claudia y Jesús, recién casados, se preparaban para disfrutar de su luna de miel.

Habiendo dejado a su pequeño Pablito bajo el amoroso cuidado de los padres de Claudia, ambos se sentían ligeros, como si el peso de la responsabilidad se hubiera disipado. Una brisa fresca y salada entraba por las ventanas abiertas de la cabaña, trayendo consigo el aroma del mar. Claudia miró a su alrededor, sintiendo la felicidad que emanaba del lugar y del momento.

-Esto es simplemente perfecto -dijo, sonriendo mientras se apoyaba en la barandilla de la terraza, observando cómo las olas rompían suavemente en la orilla.

Jesús se acercó por detrás, rodeando su cintura con sus brazos y apoyando su barbilla en su hombro. -He estado esperando este momento. Solo tú y yo -susurró en su oído, provocando que un escalofrío recorriera su espalda. Claudia se giró y lo miró a los ojos, llenos de amor y complicidad.

Decidieron salir a la playa antes de que la noche los envolviera por completo. La arena, aún tibia por el sol, se sentía suave bajo sus pies descalzos. Caminaban codo a codo, riendo y recordando anécdotas de su relación mientras las olas acariciaban sus pies. Jesús se agachó y llenó sus manos con arena, dejándola caer lentamente, como un pequeño juego entre ellos.

-¿Qué te parece si hacemos un castillo de arena? -preguntó él, con un brillo travieso en sus ojos.

Claudia soltó una risa, divertida por la idea. Pasaron un rato construyendo su castillo, riendo a carcajadas mientras se lanzaban arena el uno al otro. Cada vez que sus manos se tocaban, una chispa de electricidad recorría sus cuerpos, y el aire se llenaba de un sentido renovado de conexión.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse, Jesús tomó de la mano a Claudia y la condujo de regreso a la cabaña. Él había preparado una cena romántica en la terraza, donde la mesa estaba adornada con velas y flores frescas que él había recolectado por el camino. La luz de las velas danzaba con la brisa, creando un ambiente íntimo y acogedor.

-Espero que tengas hambre -dijo Jesús mientras servía pasta fresca, acompañada de una ensalada de frutas tropicales y un vino blanco que había elegido especialmente para la ocasión. Claudia se sentó a la mesa, admirando los esfuerzos de su esposo, y una oleada de amor la envolvió.

Mientras compartían la cena, se miraban a los ojos, cada bocado era un recordatorio de lo que habían construido juntos. Rieron, recordando sus primeras citas, los momentos divertidos y las pequeñas aventuras que los habían llevado hasta allí. El sonido del mar de fondo se convirtió en una melodía serena que acentuaba la conexión entre ellos.

Después de la cena, Jesús tomó la mano de Claudia y la llevó a la playa una vez más. La noche había caído, y el cielo estaba lleno de estrellas brillantes. La luna reflejaba su luz en el agua, creando un camino plateado que parecía invitarlos a caminar.

-Mira, las estrellas son testigos de nuestro amor -dijo Jesús, señalando el cielo. Claudia sonrió, sintiéndose afortunada por tener a alguien tan especial a su lado.

Sin pensarlo, comenzaron a correr por la orilla, dejando que las olas besaran sus pies mientras se reían y disfrutaban de la libertad de la noche. En un impulso, Claudia se detuvo, girándose hacia Jesús. Sin aviso, se lanzó al agua, riendo mientras las olas la envolvían. Jesús la siguió, ambos chapoteando en el agua, disfrutando de la frescura del océano bajo el cielo estrellado.

Caminos Paralelos: El Amor y la Búsqueda de Claudia y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora