BOSTON MASSACHUSETTS
DANZEL GALLAGHER.
Tenía ya 12 años cuando entré por primera vez a una escuela. Con la cercanía que había desarrollado con mi padre, logré convencerlo de que tal vez necesitaba ir a la escuela. Fue un proceso largo, lleno de insistencia de mi parte y negativas de mi padre.
Recuerdo vívidamente las excusas que mi padre solía darme cada vez que sacaba el tema:
"Danzel, aún eres muy joven. El mundo exterior puede ser cruel con alguien tan... especial como tú", me decía, sus ojos azules brillando con una mezcla de preocupación y algo más que no lograba descifrar.
Otras veces, su tono se volvía más severo: "La educación que recibes en casa es superior a cualquier cosa que puedan enseñarte en una escuela pública. ¿Acaso crees que esos maestros saben más que los que vienen a enseñarte?"
Y en ocasiones, su voz se suavizaba, casi suplicante: "Hijo mío, ¿no eres feliz aquí conmigo? ¿Qué necesidad tienes de ir a un lugar lleno de extraños?"
Pero yo no cejaba en mi empeño. Algo dentro de mí anhelaba conocer ese mundo más allá de las paredes de nuestra casa, más allá de las lecciones de mis maestros privados y los silencios de mi madre.
Hasta que un día, durante la cena, finalmente accedió. No sé si fue por mi constante insistencia o si realmente vio que ya estaba preparado, pero fuera como fuera, había cedido.
Mi madre, por su lado, se limitaba a comer su comida muy seria, con la infelicidad y desdén que la caracterizaba. Su voz cortó el aire como un cuchillo cuando dijo: "Ahí va más dinero tirado a la basura, Frederick. No entiendo cómo pretendes gastar dinero en Danzel si es tan idiota como un asno."
El silencio que siguió fue pesado, casi tangible. Podía sentir la tensión en el aire, espesa como la niebla en una mañana de invierno. Sin embargo, segundos después, ese silencio fue cortado por la voz de mi padre.
"Margaret, querida", dijo con una calma que contrastaba con la dureza de sus ojos, "es mi dinero y si es mi deseo gastarlo en mi hijo, entonces puedo hacerlo. Ahora sé una buena esposa y llévate los platos."
Luego, como si el intercambio con mi madre nunca hubiera ocurrido, se volvió hacia mí. Su rostro se iluminó con una sonrisa que rara vez le veía, y comenzó a contarme todo lo emocionante que era una escuela. Me habló de cómo aprendería cosas nuevas, de los amigos que podría hacer, de los juegos en el patio durante el recreo.
"¿Sabes, Danzel?", me dijo, sus ojos brillando con nostalgia, "Aún recuerdo mi primer día de escuela. Estaba tan nervioso que apenas pude dormir la noche anterior..."
Y así, mientras mi madre recogía los platos con movimientos bruscos y el tintineo de la vajilla como única muestra de su descontento, mi padre me pintó un cuadro de la escuela que hizo que mi corazón latiera de anticipación. Por primera vez en mucho tiempo, me permití sentir una chispa de emoción pura, sin las sombras de dudas o miedos que solían acompañar mis interacciones con él.
Esa noche, mientras yacía en mi cama, no podía dejar de pensar en lo que me esperaba. ¿Cómo serían los otros niños? ¿Y los maestros? ¿Aprendería realmente cosas que mi padre no me había enseñado ya? La mezcla de emoción y ansiedad me mantuvo despierto hasta altas horas de la noche, imaginando el mundo que estaba a punto de descubrir.
Durante la mañana, al despertar, la emoción seguía allí, vibrante y palpable. Recuerdo despertarme tan temprano que el sol recién salido era el único testigo de mi entusiasmo. Hice mi cama con la perfección que me caracterizaba, cada pliegue de la sábana meticulosamente alisado. Mi ropa estaba planchada sin ninguna arruga, cada botón de mi camisa alineado perfectamente. Por supuesto, mis zapatos brillaban como espejos bajo la tenue luz del amanecer.
ESTÁS LEYENDO
MI PERDICIÓN. (Obsesión Vol 3)
Misterio / SuspensoEn un mundo donde las mentiras son la norma y los deseos se ocultan tras una máscara de conformidad, Danzel vive atrapado entre la búsqueda de la aceptación y el anhelo de amor. Desde su infancia, ha deseado fervientemente el cariño de sus padres, p...