𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈. 𝐄𝐋 𝐃𝐔𝐋𝐂𝐄 𝐕𝐈𝐍𝐎 𝐀𝐌𝐀𝐑𝐆𝐎

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Capítulo 18

 EVELYN

Me encontraba de pie frente al trono, dentro de las paredes del castillo que tantas veces había observado de lejos cuando era niña, como un lugar misterioso. Ese castillo, que siempre me pareció prohibido; ahora me rodeaba, y me daba la sensación de que todo había sido muy precipitado para mí, por la forma en la que llegué ahí y cómo, al menos, logré sentir algo de comodidad.

Recordé con claridad a la niña que solía caminar con una canasta de cerezas en las manos, siendo feliz en su lugar seguro y junto a la personita que la hacía sentir completa. Y ahora, ahí estaba yo, con un hermoso vestido que jamás pensé que llegaría a portar, mientras todos me llamaban la reina, de pie frente al trono del hombre que me tomó como esposa.

Admito que el amor seguía siendo un misterio para mí; no sabía en sí como era ese sentimiento. Solo sabia que, después de todo lo que habíamos pasado Darcel y yo, comencé a sentir cariño por él. Al conocer sus defectos y virtudes, empecé a comprender ciertas actitudes, aunque algunas aún me resultaban difíciles de entender.

Todavía me costaba aceptar su frialdad y desinterés hacia los míos, y aun así, mi atracción por él no disminuía. Sin embargo, sabía que el pueblo no lo veía como yo, y los comprendía. Ellos lo odiaban, porque él no era el rey que esperaban. Siempre escuchaba que su mandato no le daba la talla al del rey Valko, ni al mandato del rey Veikan, e incluso oía historias de otro rey Valko a quien él nunca podría superar. Esa verdad me dolía, porque sabía que tenían razón. Darcel no era un rey que cuidara a su pueblo como debería, y eso me atormentaba, pero también era algo que sabía que yo podría intentar cambiar.

Miré a mi alrededor, observé todo el lujo y la ostentosidad del salón. El vino, los platos llenos de diferentes comidas que jamás había visto en toda mi vida, y entonces pensé en las familias fuera de esos muros, en los campos, luchando por conseguir un trozo de pan mientras maldecían el nombre de él y lo peor era que tenían razón. Pero a pesar de eso sabía que todo podía ser diferente.

Después de hablar con la reina Anya, comprendí que no podía escapar de este destino y tenía que aceptar la corona, porque tal vez, solo tal vez, yo podía ser el rayo de esperanza que los míos necesitaban.

Inclinada, escuché cómo un hombre de túnicas blancas recitaba palabras que apenas entendía, pero sabía lo que significaban: el reino ya tenía a su nueva reina, y a partir de ese momento yo me había convertido en la madre del reino. Levanté la vista y observé como la reina Anya se acercó a mí, con una hermosa corona en sus manos que brillaba como las piezas de oro y sentí el peso de la corona sobre mi cabeza cuando la colocó, y en ese momento supe que no había vuelta atrás.

Al alzar mi mirada, vi la mano de Darcel cubierta por un guante blanco, extendida hacia mí y sin dudar, tomé su mano y subí al trono junto a él. Con la cabeza en alto, observé todo el salón, mientras todos los miembros de la casa Worwick me miraban. Estaban los hombres con los que mi esposo se reunía en su sala y otras personas más que yo no conocía; pronto vi a Vermilion, caminando hacia nosotros, con un imponente traje militar y una capa blanca en uno de sus hombros, mientras le seguían unos soldados de la guardia real. Él se inclinó ante nosotros, y con ese gesto supe que todo ahí reconocía mi nueva posición como reina legítima de la casa Worwick.

 Él se inclinó ante nosotros, y con ese gesto supe que todo ahí reconocía mi nueva posición como reina legítima de la casa Worwick

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𝐕𝐀𝐋𝐊𝐎: 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐏𝐋𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora