6. Lo Del Pasado

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Viena

Era difícil saber si Temo realmente encarnaba la fortaleza o si simplemente se envolvía en una máscara áspera, tejida con rudeza y desdén. Siempre se comportaba con una dureza tan torpe, tan llena de aristas, que yo personalmente no podía evitar sentir en esa fachada un refugio improvisado.

A veces, al mirarlo, parecía desdoblarse en otros cinco rostros: cada uno más severo, más desalmado, como un desfile de personajes más sombríos que el anterior. Uno miraba en sus ojos y encontraba un eco de hombres distantes y retorcidos, como si él fuera la suma de todas esas figuras encarnadas en una sola, y la impresión que dejaba era la de una tormenta contenida, al borde de la tempestad.

Según dice mi padre él no siempre fue así, supuse que su cambio había venido luego de la muerte de su esposa, pero comentarios que han llegado a mis oídos me han hecho pensar de que desde antes de morir, el ya era así.

Aún así él sigue siendo mi rival, no dejo de pensar ni un solo día de mi vida en como me arrebató mi trabajo.

¿Porqué sigo yo pensando en él?

Es difícil lidiar con la envidia sobre todo después de haberme desarrollado en un ambiente con tanta competencia.

La estúpida asistente de Temo no quiso darme la carta de renuncia y el Señor Beras decidió llegar a último minuto para según el, ver cómo anda todo.

Cómo si no lo supiera.

Por mandato expreso del mismísimo Señor Beras, ahora estoy condenada a malgastar dos horas de mi vida escuchando a Temo despotricar sus disparates. Es como si cada idea estrafalaria que cruza por su mente brotara sin filtros de su boca, cada palabra más desquiciada que la anterior. Con un suspiro resignado, me siento en la sala de reuniones, esperando que lleguen los demás vicepresidentes. Uno a uno ocupan sus puestos, y cuando ya estamos todos, Temo y el Señor Beras finalmente hacen su entrada. Nos ponemos de pie en un gesto mecánico, una coreografía de respeto para recibir a nuestro ex-presidente.

La reunión transcurre en una suerte de letargo interminable, cada tema más trivial que el anterior, como una cadena de banalidades que se arrastran sin rumbo. No dejo de pensar que, a estas alturas, debería tener en mis manos mi carta de renuncia, liberándome de esta absurda pantomima. Pero, en lugar de eso, aquí estoy, atrapada en una atmósfera tan densa como las palabras vacías de Temo, un sinsentido que se prolonga con la indiferencia de quien juega con el tiempo ajeno.

Cuando al fin la reunión llega a su término, nos ponemos de pie una vez más, ahora con la urgencia muda de quien solo quiere huir.

Intento abandonar la sala pero la voz del Señor Beras me interrumpe.

-Usted dirá y qué sea breve porfavor -Digo. Mientras él saca un sobre y luego procede a romperlo en dos.

-No hace falta decirle lo que procede, no voy a poner una vacante para su puesto porque usted no pondrá un pie fuera de esta empresa.

-¿Y eso lo dice quién? -Escupo mis palabras.

-Porque lo digo yo y así será, te advierto Viena, he respetado lo suficiente a tu padre por años, no quiero dejar de hacerlo.

-Usted lo dejó de respetar en el momento en que convirtió a este bueno para nada en presidente -Dirijo mi vista a Temo quién se encontraba sentado a un lado de su padre.

-Feliz resto del día -El Señor Beras se levanta de su asiento y se marcha. Observo a Temo quien miraba a su padre. Cuando este cierra la puerta Temo me mira con burla.

-Bien hecho -Dice levantándose y saliendo de la sala.

-¡Maldita sea!

Levanto mis pertenencias de la mesa y ahora sí salgo de la sala, entro a mi oficina. El teléfono sonaba así que acelero mis pasos para tomarlo.

CONVERGENCIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora