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Satoru Gojo no era nada de lo que podrías imaginarte y contaba con una suerte horrible en: relaciones, trabajo, familia y dinero. Recordaba con lujo de detalle la primera vez que se cuestionó su propia mala suerte, tenía alrededor de ocho años y su padre le había regalado una bicicleta nueva, el albino la utilizo por solo dos cuadras luego la dejó a orilla de la banqueta para ayudar a unos patitos a cruzar la calle y un camión de basura terminó arrollando su bicicleta.

Lloró durante horas hasta que se quedó dormido.

A esa edad Satoru aun no lograba entender porque su abuela mencionaba la maldición familiar para cada caso serio de mala suerte que cualquiera de ellos tuviera, el Satoru actual un adulto entendía que era una manera de afrontar el hecho de que nunca les salía nada como quería a ninguno de ellos.

Mantener un trabajo estable, no podía, siempre sucedían cosas que lo volvían el principal responsable de accidentes y terminaba despedido.

Tener una pareja, era un poco mejor pero no del todo, su relación amorosa más larga había sido de ocho meses y después de que lo dejaran pactando se enteró que la chica estaba saliendo con quien él creía era su mejor amigo y se iban a casar.
Ese había sido un golpe duro para su ego.

Los problemas familiares siempre estaban a la orden del día y nadie podía solucionar nada.

Y el dinero se iba en medicina para su madre y comida para ellos.

Aunque comenzaba a creer que todos sus problemas eran por el simple hecho de ser albino, el doctor había dicho que era una mutación genética que podría pasar en cualquier familia. Satoru comenzaba a creer en esas creencias de áfrica en donde decían que ser albino era señal de mala suerte, que no lo volvería a admitir en voz alta. La única vez que lo había hecho su abuela le había dado un golpe en la boca, que no habría tenido ningún problema sino fuera por los piercings apenas en curación en ambos las de su labio inferior.

De todas maneras su abuela seguía asegurando aún años después que todo lo que les sucedía, incluyendolo era culpa de la maldición familiar. Todos parecían bastante convencidos y resignados a eso, Satoru no y nunca había sido creyente de nada. No comienzan con una tonta maldición que sus antepasados se habían creído para evadir sus propias malas decisiones.

No aunque eso pudiera explicar muchas cosas en su vida y lo conviritra en un tonto con malas elecciones igual.

— Lo digo enserio Satoru, una queja mas de algun cliente y estás fuera, no me interesa la excusa que elijas, estarás despedido —la voz fuerte de la mujer se escuchó sería, la pequeña oficina del trabajo de reparto de la ciudad era estrecha y tenía dos ventanales que habían visto mejores tiempos— Ahora sal de mi vista y comienza a trabajar.

El albino tomó su casco y se puso de pie para salir de ahí y tomar su bicicleta.

Su jefa era una mujer adulta que mantenía a dos niñas pequeñas, carácter fuerte era una de las palabras que pensarias en cuanto la conocieras, o por lo menos esa es la única palabra por la que Satoru la podía identificar.

El sol de mediodía golpeó rápido su rostro, elevó una mano para cubrirse los ojos claros mientras colocaba las gafas negras. Odiaba los días soleados, tenía que utilizar más ropa de la que le gustaría y más bloqueador solar del que podría costearse.

Soltando un suspiro y con las sirenas de ambulancia de fondo comenzó a pensar ¿quién se había quejado esta vez? ¿La señora de los gatos, el señor de la tintorería o el viejo amargado que había dejado caer una botella de cerveza en sus pies?

Estaba claro cuál había sido para el albino.

Haciendo la cara más fastidiada y molesta bajó por las escaleras para tomar su bicicleta y comenzar con su trabajo de entrega lo más pronto posible.

El Hechicero y El Maldito ➜SugusatosuguDonde viven las historias. Descúbrelo ahora