El Refugio de las Sombras

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En un mundo donde lo extraño es la norma, Arkkor, un antiguo ser de las sombras, vive aterrado por las criaturas que los suyos temen desde hace milenios: los humanos. Monstruos de carne y hueso, capaces de extinguir cualquier vida con su mirada vacía y su ansia de control. El terror que sienten los seres de las sombras por los humanos no es infundado, pues aquellos que han cruzado su camino jamás han regresado. Esta es la historia de una entidad que ha aprendido a temer lo que debería ser frágil, pero que en realidad es su peor pesadilla.

Los días de Arkkor comenzaban con el sonido de los vientos silbando a través de las copas de los árboles oscuros, susurros eternos que hablaban del tiempo y los misterios que el bosque había visto. En su mundo, la oscuridad era su aliada, un manto que lo envolvía en seguridad. Aquí, las sombras no eran peligrosas; eran hogar. Pero todo cambió la noche que los humanos llegaron.

El aire se volvió frío, distinto. La niebla espesa, siempre protectora, se retorció como si algo la estuviera forzando a retroceder. Arkkor se escondía entre los árboles, observando desde las sombras, cuando escuchó el crujido inusual de pasos. No era el suave andar de los suyos. Eran movimientos torpes, pesados, llenos de una intencionalidad extraña y perturbadora. Los ojos de Arkkor, que podían atravesar la más densa oscuridad, captaron una figura en la distancia.

Un humano. Su piel pálida brillaba a la luz de una antorcha, como si llevara consigo su propia luz. Arkkor sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al verlo. El miedo ancestral se apoderó de su mente, como le habían contado desde que era joven. "No los mires a los ojos, o te llevarán." Era una advertencia que se había susurrado en las cuevas y bosques por generaciones.

Mientras la figura avanzaba, el bosque parecía distorsionarse a su paso. La naturaleza misma temblaba ante la presencia de esa criatura de carne, hueso y destrucción. Arkkor retrocedió, pero el humano, sin darse cuenta, avanzaba en su dirección. Con cada paso, las sombras de los árboles se apartaban como si fueran tragadas por una fuerza invisible, dejando a Arkkor más expuesto.

El humano se detuvo de repente. Arkkor pudo ver sus ojos, pequeños, inexpresivos, carentes de alma. Sintió una ola de pavor recorrerle, como si su esencia fuera drenada con solo estar en la presencia de esa mirada vacía. Los humanos no eran como los monstruos que había imaginado; eran peores. Eran fríos, insensibles, capaces de destruir lo que no comprendían.

El sonido de otro humano se acercaba. Esta vez, Arkkor no pudo controlarlo. Su cuerpo, movido por el pánico, se desplazó hacia las sombras más densas, con el corazón latiendo con una velocidad inusitada. Sabía que tenía que alejarse antes de que sus ojos lo atraparan.

Sin embargo, mientras trataba de escapar, una luz lo bañó por completo. Era intensa, blanca y despiadada. El humano había encendido algo más brillante que cualquier antorcha. La luz quemaba su piel, haciéndolo retroceder en un dolor que no había conocido antes. Arkkor gritó, un sonido que en su mundo de sombras jamás había usado, un grito que desgarraba el aire. El humano sonrió.

Ese gesto, frío e inhumano, fue lo más terrorífico de todo. No había compasión en él, solo una satisfacción oscura al ver cómo una criatura como Arkkor sufría bajo su luz. Atrapado entre el dolor y el miedo, Arkkor comprendió que los humanos no eran simples cazadores; eran entidades que traían consigo la extinción.

Con un esfuerzo desesperado, Arkkor se lanzó hacia los árboles, intentando escapar de la luz y el terror que lo perseguían. El bosque, su hogar, ya no lo protegía. Las sombras parecían menguar ante la presencia de los humanos, traicionándolo, permitiendo que la luz invadiera cada rincón.

Corría con una velocidad que solo el miedo podía impulsar, pero el sonido de los humanos no cesaba. Sentía sus presencias, más cercanas, más insistentes. Los escuchaba susurrar entre ellos, como si disfrutaran de la caza, como si encontrar a seres como él fuera un juego.

Finalmente, Arkkor llegó a una cueva profunda, donde la oscuridad todavía lo aceptaba. Se hundió en el rincón más profundo, tratando de calmar el temblor de su cuerpo. Sabía que los humanos no se detendrían. Sabía que tarde o temprano lo encontrarían. Pero lo que no comprendía era el porqué. ¿Por qué los humanos, seres tan pequeños y débiles, causaban tanto miedo a los suyos?

Entonces lo comprendió. No era su fuerza física lo que los hacía temibles, sino su falta de conexión con el mundo que habitaban. Los humanos destruían lo que no comprendían, caminaban en la luz porque no podían soportar la oscuridad. Pero en la oscuridad, había verdad.

Arkkor sabía que su tiempo se agotaba. Pero en ese último momento, mientras los pasos de los humanos resonaban en la entrada de la cueva, supo que su mayor error había sido subestimarlos. Porque los humanos no cazaban por necesidad; cazaban por placer, por el control.

Y ahora, él era su presa.

El último rayo de luz atravesó la cueva, y en ese instante, Arkkor dejó de existir, su cuerpo disuelto en las sombras que una vez fueron su refugio. Los humanos no dijeron una palabra, solo siguieron caminando, en busca de más oscuridad que conquistar, de más criaturas que destruir. Porque para ellos, todo lo que no podían controlar era un enemigo.

Y en el mundo de Arkkor, el verdadero terror era la existencia de los humanos.

Ecos En La Oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora