—¿Disculpa? —Supongo que tus acompañantes deben ser excepcionales, ya que has llegado aquí de una pieza. Lisi estudiaba al joven con esmero, buscando similitudes con ella mientras recuperaba todos los rostros que almacenaba en su memoria, no encontró nada excepto el color de su cabello. Ambos compartían esa melena rubia brillante como el mismísimo sol. —Han muerto buenos hombres por tus órdenes —le reclamó. El que se proclamaba como heredero rompió a reír—. Muchos de los tuyos han caído también. ¿Era realmente necesario? —Son prescindibles, alteza, todos ellos lo son. E ineptos, viendo que estás frente a mis ojos. Supongo que debería haberme encargado yo. El joven se lanzó hacia ella para atacarla con una espada, pero Lisi lo desarmó con un movimiento que había aprendido de Amaya, el arma salió volando hacia la otra punta de la sala. En cuestión de dos segundos, la princesa extrajo el puñal de su escondite y lo colocó sobre el cuello, con la punta muy cerca de la piel. Él respiraba forzadamente, la miraba incrédulo, sin creer que hubiera podido no solo detener su ataque, sino tenerlo en el suelo desarmado y su vida en riesgo. —He aprendido mucho durante este viaje, supongo que en parte gracias a ti. Si no hubieras mandado a tus compinches a buscarme, nunca me habría ejercitado para defenderme. —¿Pero llegarías hasta el final? Lisi clavó la punta un poco más, sus manos temblaban, una gota de sangre se deslizó por el cuello del joven. —Soy la princesa heredera de Tarsilia, su alteza, para ti. No vuelvas a dirigirte hacia mí de tú, en cualquier otro lugar acabarías en la cárcel por tu irreverencia. No seas impertinente. —¿Y yo no merezco respeto? Me tuteas sin saber quién soy. Astarté entró en el salón, complacida por la escena que se desarrollaba ante sus ojos. La adolescente recordó que Amaya le había contado de los gustos por el drama de la diosa, amaba las tragedias y comedias, invitaba a varias compañías todas las semanas. —Un puñal excepcional —comentó con una sonrisa pícara, nada quedaba de la seriedad de la conversación que habían tenido tras las puertas—. Su alteza, le aconsejaría guardar su arma, el asesinato está prohibido en mis tierras... al menos, si yo no lo decreto así. Lisi dio un par de pasos hacia atrás y se guardó el puñal. Las mejillas del joven, herido en su orgullo, se sonrojaron. Se levantó e hizo una reverencia hacia la diosa, a pesar de su mal humor, era lo suficientemente inteligente para no provocar su ira. —He visto que no te has presentado, conde de Bridal. «¿Bridal?», repitió la princesa en su mente, había un pequeño condado en el norte de la capital, recordó que durante mucho tiempo un hombre mayor visitó la capital, su hijo era enfermizo y la condesa se quedaba en sus tierras para cuidarlo. Entrecerró los ojos, él no lucía frágil, todo lo contrario. —¿Eres el hijo de un conde y te proclamas como legítimo heredero? Por un instante, a Lisi le pareció que iba a lanzarse sobre ella de nuevo, pero Astarté intervino con un carraspeo. —La condesa de Bridal quedó embarazada nueve veces y las nueve veces los perdió, el conde era un ciudadano fiel a su rey, cuando aparecí en su hogar con una carta sellada por el mismísimo rey no cuestionó nada, la condensa me aceptó, feliz por tener un hijo que criar. Solo hay una explicación lógica.—No sabes quiénes son tus padres —concluyó Lisi. —Soy heredero de Epona, pondría la mano en el fuego. «¿Sabéis usted, alteza, qué habéis venido a recuperar? ¿O vuestro conocimiento es tan pobre como el de mi otro invitado?», como un relámpago, las palabras de Astarté iluminaron su cerebro. Recordó el rumor de que su tía había engendrado a un hijo, se preguntó si podría ser él. Si así fuera, aunque era heredero de Epona, por su sangre no corría la de Amalur. Su abuela murió dando a luz al actual rey de Tarsilia, la hermana de este, Margarita, nació de una segunda esposa. Si fuera un hijo ilegítimo de su padre... la heredera de Tarsilia no quería contemplar ese escenario.—Alteza, iluminad a mi invitado sobre el motivo que os ha llevado hasta aquí. —El futuro conde de Bridal clavó la mirada en la adolescente, sospecha danzaba en los ojos del conde—. ¿Fue Epona quien os mandó venir a Mirmanda? —No, no fue Epona, fue Amalur. —Imposible —gruñó desconcertado—. La línea de Epona es la que gobierna en Tarsilia. ¿Queréis confundirme? Astarté instó a Lisi a continuar. —No, si de verdad sois hijo ilegítimo de la corona de Tarsilia, por vuestra sangre correrá la de Epona sin ninguna duda; mas si, además, sois descendiente de mi padre, también seréis descendiente de Amalur. —Amalur no tuvo descendencia —insistió. La diosa lo miraba divertida, como si su negación fuera una broma, un acto cómico. «Las deidades aman el caos, han vivido tanto tiempo que solo se permiten reaccionar a las emociones de otros, viven por ello», comentó una noche Amaya. La Astarté presente en la sala era más parecida a la versión que la eathel le había descrito que la que había hablado con ella minutos atrás. La diosa se paseó por la sala hasta llegar a un atril, una sábana cubría aquello que este alzaba y sostenía, la tela caía de una forma extraña, como si se negara a revelar lo que ocultaba. —Amalur vino a verme antes de la guerra, hicimos un trato: Mirmanda sería un lugar seguro si yo guardaba una posesión suya hasta que uno de sus descendientes humanos vinieran a buscarlo. Debía ocultar su existencia durante todo el tiempo que dicho artefacto estuviera a mi cargo, así fueran unas décadas, siglos o milenios. Cumplí mi palabra, mas hay dos humanos que lo reclaman y solo puede hacerse con ella uno. Uno erró por completo y el otro solo acertó la mitad... ¿No tenéis curiosidad? Un orbe de preocupación, nervios y anticipación se instaló en su estómago, repasaba todos sus intercambios con la diosa, una idea empezó a formarse dentro de ella, recuperó cada palabra que llamó su atención y cada interacción fuera de lugar... El corazón le golpeó el pecho. Astarté deslizó sus dedos por la sábana, alargando el momento, luego pellizcó un margen y descubrió la posesión de la diosa de la vida y la muerte. No tenía filo ni estaba diseñada para atacar: Amalur le había mentido. El peso de la decepción hizo que le fallara el aire a la princesa. —¿Una corona? —susurró, aunque por dentro pensaba: «¿Y la Matrona?». A pesar de su antigüedad, el oro brillaba como si acabara de fraguarse, las esmeraldas complementaban al metal, nadie habría dudado que pertenecía a algunas de las familias reales de la península, era digna de la realeza.—Os advertí, alteza, ninguna deidad juega de forma justa, y Amalur no es la excepción. Nunca permitiría que ninguno de los otros dioses conservara su posesión más preciada, yo tampoco lo haría. —Pero... Lisi pensó en Amaya, como todas sus esperanzas se habían desvanecido, aunque ella todavía no lo sabía. Le había dado fe y ahora se la arrancaría, rompería su corazón más de lo que ya estaba. Se sintió desolada, sus piernas temblaron. Había rezado para no tener que alzar la espada contra su amiga, pero no a ese precio. Le había prometido darle fin y solo le otorgaría sueños rotos. —Igual que los humanos mienten, los dioses también lo hacemos. No puedes fiarte de ninguno de nosotros. Nos atacamos, nos obsequiamos, nos clavamos puñales por la espalda, realizamos treguas... Jamás comprenderás nuestras acciones porque nosotros miramos más allá del ahora, del tiempo, una simple riña en la calle puede llevar a una guerra donde ninguna criatura estará a salvo. —Pero Amalur dijo... —¿Quieres escuchar? ¡Te ha mentido! —El conde de Bridal fue bajando el tono ante la mirada de Astarté—. Su majestad, yo llegué primero, ¿la corona no debería ser para mí? La diosa dividió su mirada entre los dos, unos segundos para cada uno, intermitente. Lisi dedujo que estaba decidiendo cuánto tiempo alargaría el juego, cuánta diversión podría extraer si mantenía el suspense. La respiración acelerada del joven informaba de su impaciencia, la princesa no sabía cuánto tiempo llevaba él en Mirmanda, pero había llegado a su límite y comprendió que eso no auguraba nada bueno. La sonrisa de Astarté se amplió, había llegado a la misma conclusión que la adolescente y disfrutaba de la situación. Dio vueltas sobre el atril, se colocó detrás y los animó a aproximarse a ella. —Acercaos, observadla, mirad bien, en las puntas del centro, las esmeraldas forman una mariposa. —Él caminó hasta quedarse a dos palmos de la corona, Lisi prefirió mantener la distancia con el joven—. Amalur decretó que las mariposas la simbolizaban, vida y muerte en un simple ser, si lo reflexionas bien, las eathel y las mariposas tienen mucho en común, ¿no? Nacen y mueren dos veces...—Su majestad, ¿eso es importante? A Astarté no le agradó nada la interrupción, la mirada que le dirigió al conde obligó a este a agachar la cabeza. —Lo lamento... —Tienes suerte de que hicimos un pacto... o estarías con tus hombres en mi mazmorra. Deberías esforzarte por aprender algo de su alteza, no me ha alterado el humor desde su llegada... Es un cambio agradable. La diosa deslizó sus dedos por el metal, como acariciaría a un amante, deteniéndose en cada curva, vacío, relieve... Como cualquier criatura con poder, disfrutaba de él, de lo que significaba poseerlo y sus ramificaciones. —Como decía, las mariposas son seres hermosos a la distancia, pero aterradores si te aproximas demasiado. ¿Os han informado de que existen mariposas ponzoñosas? Pueden matarte... Igual que esta corona. —¿Qué quiere decir, su majestad? —Lisi tragó para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. —Como cualquier otro objeto creado por una deidad, este va mucho más allá, no es una sencilla corona. Adornará la cabeza de su descendiente y envenenará hasta la muerte a aquel por el que no corra su sangre. Digno de Amalur, vida y muerte en un acto. ¿No es una maravilla? Poético, también. Ninguno de los dos humanos dijo palabra, Astarté se deleitó con la estupefacción de ambos. —Os habéis inmiscuido en asuntos de dioses, nada será simple, cada paso significará un gran sacrificio, algunos os permitirán avanzar, otros... pondrán fin a vuestra vida. Este es uno de ellos, ¿estáis dispuestos a arriesgar vuestra vida por aclarecer si descendéis de la diosa dueña de la muerte? Si es así, haceos con la corona y colocadla sobre vuestra cabeza. La reina de las hadas se alejó del atril, su sonrisa burlona aumentaba la tensión en el ambiente, estaba complacida y no trataba de ocultarlo. Había empapado su voz de una preocupación y empatía que no sentía, el brillo en sus ojos era prueba de que disfrutaba de la situación. Lisi estaba segura de que si el conde moría por ponerse la corona, Astarté no mostraría ninguna reacción frente a lo sucedido o aplaudiría por el espectáculo. La princesa no podía decidir qué acción era más plausible. La humana admiró el legado de Amalur, a pesar de sus mentiras, debía hacerse con la corona, precisaba de ella para lograr su objetivo. Aunque no olvidaba al conde, que miraba el mismo objeto que ella con ansiedad. A diferencia de ella, él no tenía ninguna seguridad, si se equivocaba, su vida se acabaría en el mismo instante que el oro se situara en su cabeza. Y ella intentaría evitar que aquello sucediera, no deseaba ver morir a nadie más. —Si no eres hijo de mi padre... —¡Cállate! —la interrumpió con un estallido—. No puedo fiarme de tu palabra, esa corona podría hacerme rey, establecerme en la familia real, si me has mentido... Tú la quieres para ti. —Podríais morir, señor —intentó congraciarse con él—. Con la carta sellada se podrá demostrar su origen real, no hace falta que...—El conde quemó la carta. Lisi maldijo al anciano, aquel papel podría salvar una vida y había desaparecido entre las llamas. Reflexionó y meditó cómo conseguir que el joven desistiera en su idea. —Buscaremos otra forma —ofreció la princesa—. Mi abuela logró formar parte de la realeza, prometo trabajar para devolverte tu lugar. —¿Cómo sé si mientes? Solo deseas la corona para no casarte, ¿es tu motivo mejor que el mío? La princesa probó otra técnica, la retórica era su asignatura más odiada y comenzaba a recordar el porqué. Decidió jugar con su ego, apuntar a su orgullo. —Amalur se presentó ante mí, una adolescente que jamás había salido de palacio, para una tarea que lucía imposible. Si tú fueras su descendiente, ¿me habría escogido a mí para esta aventura? —Aquel argumento lo alcanzó más que ningún otro—. ¿Crees que me hubiera seleccionado a mí si hubiera otra opción? Yo no lo habría hecho... Seguro que tú tampoco.El conde meditó las palabras de Lisi, quien esperaba haberlo convencido, ella consideraba que la corona representaba un gran riesgo, jugarse su vida por demostrar un vínculo de sangre era demasiado imprudente. —Si te equivocas, podrías morir —le recordó. —¡Lo sé! Solo déjame pensar... Astarté observaba la escena como si fuera la escena de un drama, expectante por qué iba a suceder, por qué decisión tomarían los protagonistas, por quién ganaría la batalla de voluntades. La princesa no deseaba presionar, temía perder la ventaja que había ganado. Había conocido a muchas personas, con cada gesto y palabra del joven ella lo iba catalogando y había llegado a la conclusión de que cedía a sus impulsos con facilidad. El tiempo pasó, el conde de Bridal siguió sin reaccionar, perdido en sus pensamientos, en un debate interno. El movimiento de las alas de Astarté aumentó progresivamente, como reflejo de su impaciencia, que crecía a cada segundo.—Señor, ¿ha tomado ya una decisión? Lisi miró de reojo a la diosa, consciente de que el apremio no era motivado por la falta de tiempo, sino porque la duda no la entretenía; aunque no se atrevió a replicar, no deseaba ganarse la enemistad de Astarté, no cuando se hallaba tan cerca de su objetivo. —Soy mayor que tú, si soy tu hermano, el trono de Tarsilia me pertenecería... Sería rey —concluyó mientras disminuía la distancia entre él y la corona—. Amalur podría haberte escogido por tus recursos al ser heredera, su decisión puede no significar nada. Además, no puedo fiarme de tu palabra, ¿quién renunciaría a un reino? El joven solo tenía que alzar sus manos para hacerse con la última posesión que la diosa de la vida y la muerte forjó antes de ser derrotada. —Solo existe una forma de probar vuestra teoría —insistió Astarté. —Conde, podríais morir —le recordó Lisi. Aquel que se proclamó como el verdadero heredero se hizo con la corona, sonrió, y levantó sus brazos... mas la corona nunca llegó a decorar su cabeza, ambos cayeron al suelo. La princesa ahogó una exclamación al ver como él palidecía ante sus ojos, sus venas adquirieron un tono verdoso, le recordó a Amaya cuando su necesidad urgía. Olvidada la corona, la adolescente se tiró al suelo y aflojó la camisa del joven al que le costaba respirar. —Majestad, ayudadlo —le regó a la diosa. —Él quería matarte. —Va a morir —murmuró angustiada. Había visto la vida escapar del cuerpo y nunca se acostumbraba. —Fue su elección, se dejó dominar por el orgullo y la avaricia. —Por favor... Todo rastro de color desapareció del rostro del conde de Bridal, mostraba una palidez cadavérica que anunciaba su final, su corazón cada vez iba más lento, su respiración cada vez más débil. —No se puede hacer nada, alteza. —Amaya, llamad a Amaya, ella podría...—Amalur es la diosa de la vida y la muerte, ella creó esa corona y conocía las consecuencias de si alguien que no era su sangre se atrevía a considerarla suya. Ninguna de las suyas podría deshacer lo que ella hizo. Alteza, recuerda siempre que no estáis tratando con humanos. Lisi negó con el rostro, le limpió el sudor de la piel, sus ojos enrojecidos. Tragó para deshacer el nudo de la garganta y evitar derramar algunas lágrimas, aunque él hubiera deseado su muerte, ella no deseaba la suya. Solo era un joven que había deseado más de lo que poseía y, a pesar de que sus métodos no eran los mejores, él no era el primero y no sería el último. La heredera pensó que diferente hubiera sido si hubiera permanecido en palacio, si el hombre que lo crio no hubiera quemado la carta... —Al-alteza —La voz le fallaba, la adolescente clavó sus ojos en él—. Os ruego... mi esposa y... hijo... decidle que morí en... campaña... o una misión...Lisi soltó un suspiro tembloroso y parpadeó para retener las lágrimas. —Os lo prometo, y procuraré que su vida sea lo más feliz posible. Ella creía que se lo debía, no a él, sino al vínculo. A pesar de todo, aquel era su primo, compartían sangre, Astarté lo había admitido. Una lágrima se deslizó por el rostro del conde de Bridal. —Gracias... Ya no siento dolor. De su piel, un frío estremecedor había reclamado la tibieza, la calor que segundos antes dominaba su cuerpo. Su respiración con cada segundo más silenciosa se detuvo, un fuerte dolor en el pecho golpeó a Lisi. «¿Cuánta más gente debe morir?», se preguntó mientras le cerraba los ojos y colocaba sus manos, una encima de la otra, ubicadas en el lugar donde descansaba su corazón. —Él os odiaba, había ordenado vuestra muerte, y vos no solo lo acompañasteis en su muerte, sino que prometiste haceros cargo de su familia. ¿Por qué? No pensó en su familia cuando la avaricia lo cegó, ¿por qué vos sí?La heredera de Tarsilia se levantó y cogió aire antes de responder: —La culpa de un individuo no debería recaer en su familia. La mirada de Astarté se suavizo, igual que había hecho en el pasillo, como si quisiera comprender los pensamientos de la persona que estaba delante de ella. Lisi no bajó la mirada, aunque tampoco dijo nada, todavía estaba afectada por la muerte de su familiar. La reina de las hadas le dio la espalda y se dirigió a la puerta, como si nada, como si no acabara de morir alguien delante de sus ojos. —Tus compañeros de viaje os esperan, haceros con la corona, alteza. —¿Me permitís una pregunta, su majestad? Un silencio tenso se hizo con el ambiente. Tras unos largos segundos, se lo concedió. —Vos sabíais que él moriría, ¿por qué no lo detuvisteis? —No escuchó vuestras razones por verdaderas que fueran, ¿creéis que habría escuchado las mías? Es más, él llegó primero y pidió la oportunidad, ¿quién era yo para negársela? Si los seres humanos jugáis con la muerte, debéis ser capaz de aceptarla cuando perdéis. —¿Y sus acompañantes? —Dijisteis una pregunta, alteza, no presionéis. Lisi juntó los labios, no estaba contenta con las palabras de la diosa, pero sabía cuándo retirarse y aquel era el momento. Se agachó para hacerse con la corona, su corazón aleteo cuando sus dedos rozaron el metal, comprobó sus venas varias veces antes de levantarla, en sus manos, se percató de unas letras en el interior: «Pertenece a la estirpe de Amalur». —¿No queréis lucir la recompensa por vuestro viaje? —No, su majestad. Astarté volvió a guardar silencio. —Agarrad la tela que la cubría, no queremos que muera nadie más. La princesa no estaba segura de la veracidad de aquella afirmación, por su parte no había duda; pero por la de la reina de las hadas... Ella no pondría la mano en el fuego. Si le hubiera contado la verdad al conde, él estaría vivo, o si lo hubiera encerrado en su mazmorra, ella podría haberse hecho con la corona sin cargar con esa muerte en su conciencia. Salieron de la sala, el cadáver quedó allí. —Es realmente una pena, si no pertenecieseis a Amalur, habría encontrado la forma de que permanecierais aquí hasta que os comprendiera a la perfección. Sois una maravilla. —Lisi no poseía ninguna duda de aquello. —Volvamos, nos esperan... Y no sois portadora de buenas noticias para una de ellos, ¿verdad? La adolescente pensó que, igual que la corona que custodiaba entre sus brazos, la diosa podía ser igual de venenosa.
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La heredera de Amalur
FantasyAmalur, diosa de la vida y la muerte, después de muchos siglos encerrada, contempla como se acerca el fin de su cautiverio... Y hará cualquier cosa para ponerle fin, caiga quien caiga. Cuatro vidas marcadas por las deidades, cuatro caminos que nun...