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El cielo nocturno se extendía sobre la comunidad como un manto oscuro salpicado de estrellas. Jesse, recargado en el barandal de su modesta casa, observaba el infinito. El aire fresco de la noche era un alivio después del ajetreo del día. A su alrededor, la vida en la comunidad se había calmado, las risas y conversaciones se habían apagado, reemplazadas por el suave sonido de la naturaleza. Pero no podía encontrar consuelo. Los recuerdos seguían presentes, persistentes, como las cicatrices que llevaba en su alma.
Habían pasado varios años desde que había llegado a este lugar, un refugio que ahora llamaba hogar. Pero con el tiempo, los momentos de tranquilidad traían consigo el peso del pasado. Pensamientos intrusivos qué golpeaban el interior de su mente.
El crujir suave de pasos lo sacó de su ensimismamiento. No necesitaba mirar para saber quién se acercaba, era Tommy, se colocó a su lado, apoyándose también en el barandal. Ninguno de los dos dijo nada al principio. El silencio entre ellos era cómodo, el tipo de silencio que solo se puede compartir con alguien en quien confías completamente.
Durante varios minutos, solo compartieron el paisaje nocturno, las estrellas, el susurro de los árboles a lo lejos. Fue el peligris quien rompió el silencio, su voz baja y tranquila, como si el momento no pudiera ser alterado por palabras bruscas.
- Siempre fue así, ¿no?-dijo, sin apartar la vista del cielo. - El mundo. La gente piensa que todo cambió cuando los muertos empezaron a caminar, pero... siempre hubo caos. Solo que ahora no lo ignoramos.-
Jesse asintió lentamente, sin despegar los ojos de las estrellas. No necesitaba decir mucho; El hombre siempre había sabido leerlo mejor que nadie. En esos momentos, cuando el peso del pasado se volvía insoportable, el viejo sabía exactamente cuándo aparecer, cuándo dejar que el silencio hablara primero.
