VI

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Convencer a Jiang Wanyin no había sido obra de su propio esfuerzo, ni de alguien más, sino del hijo de ambos, el mismo al que le había rogado que se mantuviera a distancia si su madre, en algún momento, perdía el control y desataba su furia contra su familia. Una familia que, en lo más profundo de su ser, sabía que era merecedora de la ira de ese hombre, quien lo había perdido todo a causa de la guerra y de lo que vino después. Incluso él, no era más que un nombre más en la larga lista de quienes habían contribuido a sumir la vida de Jiang Wanyin en la miseria, habiendo confiado ciegamente en alguien que intentaba ocupar, y a quien él mismo había estado dispuesto a permitir que usurpara, el lugar que, en realidad, siempre debió pertenecer a la madre de su hijo.

En la soledad de su reclusión, tuvo que enfrentarse a una verdad amarga y difícil de digerir: se había equivocado en todo. Había buscado con terquedad lo que ya había poseído desde el principio con Jiang Wanyin. Esa certeza lo golpeaba con la misma crudeza y frialdad que los inviernos de Gusu. La maldición de los Lan era real: solo podían amar una vez, y él, tristemente, ya había hecho su elección. Había amado los ojos de Jiang Wanyin desde que ambos eran niños, y ese sentimiento lo había aterrorizado tanto que pasó toda su vida negándolo, como si al hacerlo pudiera escapar de lo inevitable. Pero la realidad era más cruel de lo que jamás habría imaginado: estaba condenado a amarlo, ahora más que nunca, cuando ya compartían un hijo. Todo lo demás en su vida, las decisiones que había tomado y los caminos por los que había transitado, ahora le parecían insignificantes, como hojas secas que el viento arrastra sin rumbo. Y en ese ir y venir de errores, había lastimado a demasiadas personas.

Si hubiera sido honesto consigo mismo en su juventud, habría podido evitar este desastre. Habría pedido a su tío que iniciara negociaciones con Yunmeng para acordar la dote y el precio que correspondiera por Jiang Wanyin. O incluso, habría estado dispuesto a aceptar que fuera la familia Jiang la que fijara un precio por él, aunque eso significara desafiar a los ancianos de su clan. Cualquier cosa habría sido mejor que la tragedia en la que se encontraban ahora.

En la sala, el ambiente era sofocante, casi irrespirable. De un lado, los miembros de la familia Jiang permanecían firmes como montañas; los Orgullos de Yunmeng, implacables y unidos tras más de trece años, representaban una fuerza que él no estaba preparado para enfrentar, pero no tenía más opción que mantener su mirada y aceptar la responsabilidad por todos sus errores.

Del otro lado, su propio bando. Su tío, tan rígido como siempre, su hermano, su hijo, y su sobrino, con ojos sombríos que revelaban el peso del mundo sobre sus hombros. Ahora comprendía que no solo su felicidad estaba en juego; toda la estabilidad de su hermano y su familia pendía de un hilo tan frágil que una sola palabra podría desatar el caos. Las "negociaciones" aún no habían comenzado porque su tío había exigido la presencia de Jin Rulan, como el último alfa con sangre Jiang. Se había enviado una grulla espiritual con el mensaje, un gesto de urgencia reservado para situaciones extremas. La atmósfera estaba tan cargada que parecía vibrar con la tensión contenida, y solo podía rogar que Jin Zongzhu llegara pronto; de lo contrario, temía que todo lo que su hijo y sobrino habían logrado hasta ese momento se desmoronara.

Sus pensamientos fluctuaban entre la realidad y los deseos más imposibles. No podía evitar que su mirada se detuviera en la figura de Jiang Cheng, tan hermoso como siempre, y maldijo su propia necedad por no haberlo cortejado como era debido en el pasado. Ahora todo parecía perdido. Mientras esperaban, la idea de que su secta fuera destruida para liberarlo de todas las reglas y responsabilidades resultaba tentadora, una fantasía fugaz en la que finalmente podría arrodillarse ante Jiang Wanyin sin reservas. Pero sabía que aquello era solo una quimera, un sueño inalcanzable, que jamás podría hacer realidad.

El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Se giró y vio al sirviente abrirla con calma, permitiendo la entrada de la única persona que faltaba: Jin Rulan. El lado de la sala donde estaban los suyos se levantó de inmediato, inclinándose en una reverencia formal.

Yǐncáng de Zhēnxiàng / Verdades OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora