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Con una dulce canción entró en mi mente. Un estilo perfecto, rara, atrevida, cara de loca, ojos muertos. En retrospectiva me sorprende no haberme asustado, aunque pensándolo ahora quizás fue ese miedo el que alimentó la obsesión. Tan fuerte que hoy 5 años después aún pienso en eso.

Era alta. Imposible pasar desapercibida. Generaba de todo: miedo, rechazo, amor instantáneo, admiración, respeto, calentura. Allí por dónde pasaba se hablaba de ella. Sus ojos muertos pero activos cautivaban la atención del que la conociera.

Por eso cuando entró al aula con su lista de centro de estudiantes, tuve que hacer fuerza para desviar la mirada. Nos habló con un tono angustiante, intelectual, silencios de superioridad. Dejaba en claro para los más intuitivos que no se trataba de una persona. Pero en ese entonces me mantenía escéptico ante estos seres, por pura confianza en el desconocimiento. A veces parece que cuanto más ignorante se es más seguro se está y yo estaba seguro de que esta chica era mi musa.

La conocí (nunca en verdad) unas semanas después. La invité un café. La charla fue peculiar. Parecía una persona tímida, intensa y algo más que me resultó llamativo, era notablemente inteligente. Pero mucho y no de una forma estrictamente intelectual. Aunque sí había leído interesantes libros y apreciaba las películas de culto no era eso lo que me sesgó. Eran sus palabras, generaban todo. Excavó en mi a su placer. Yo de los nervios registré poco y nada de ella. Solo ese rasgo me quedó dando vueltas. Mi egocentrismo hacía difícil ver la inteligencia de las personas. Con ella era innegable, sabía exactamente que debía decir para bajar mi guardia, para llevarme a la vergüenza, o asustarme con el vacío.

Y bueno sucedió. Me enamoré, fuertemente. Lo supe en otra ocasión tal vez la segunda o tercera vez que salimos. Lo supe cuando al volver de aquella tarde. Me acosté exhausto y el corazón me latía con fuerza, como si estuviera corriendo por alcanzarla. Sentí hormigueos en la panza y soñé con ella. Soñé que seguíamos paseando, tomando el té en ese picnic. Me cautivó.

Esa planta rápidamente se arraigó a mi día a día. Hacía tiempo y me distraía para no escribirle. Buscaba excusas perfectas para hablarle. Ella no miraba los mensajes y esporádicamente respondía. Sentí tanto, estuve cerca de la locura irremediable.

Me consolaba escuchar sus canciones. Acariciar, oler, admirar esa porción de papel y revistas que me había dado. Pensé en cada uno de los excéntricos detalles, intentando descifrar su significado.

Al poco tiempo mientras caminábamos le confesé mi enamoramiento. Ella dijo antes de abrazarme

-vas a tener que vivir con eso.

Sellado por un contacto tan frío y adictivo. Ese perfume. Ese estúpido egoísmo que me volvió de piedra.

Y sus palabras no fueron desacertadas.

Pasó el tiempo, yo solo en esa lucha. Quizás más solo que nunca ya que nadie era parte de ese sufrimiento. Solo yo. Ella a veces entraba en mi, me hacía caricias y desaparecía. ¿Lo peor? Fueron los momentos más intensos que había vivido nunca. Sentí que siempre había estado solo y que su presencia demostraba cuan normales e intrascendentes éramos todos. Me sentía receloso de todo aquel que la conociera.

A ella verdaderamente no sé que le pasaba. Es difícil entender al golem.

Sus cantos de sirena pronto fueron más tortuosos de lo que pude soportar pero para cuando me quise dar cuenta ya no era yo. Se había comido y llevado todo aquello que me identificaba. No tenía amigos. No tenía deseos. No tenía tranquilidad. No tenía amor si ella.

Solo pensaba en ella y dejarla fue completamente horrible. Me pidió una despedida. Hablamos. Su viscosa lengua de colores raspó lo último que quedaba de autoestima y cuando dijo adiós sus últimas espinas se aferraron a mi, tan fuerte que al poco tiempo ya la estaba esperando, de nuevo.

Por suerte o desgracia dosifiqué mi neuroticismo para conservarla. Y así estuvimos. Creo ella también comprendió lo desmedido que era y disminuyó la presión. Mantuvo latente su imagen de diosa todo poderosa que me acurrucaba cuando ya era mucho. Cuando pasaban semanas sin respuesta ni señales de vida empezaba a verla en todos lados. Sentía que la encontraría en la calle. Que al fin comprendería mi amor, mi devoción. Una vez percibí su perfume mientras trabajaba rutinariamente y mi corazón quedó helado. Tuvo miedo. Podría haber muerto en ese instante si aparecía en la puerta. Para mi decepción el señor que limpiaba el lugar usaba la misma colonia simplemente.

Era tan dulce cuando nos encontrábamos. Todavía la quiero. Pero también sé que todavía soy incapaz, débil, ante su encanto. Que no podría estar cerca, como pares, como amigos, como amantes. Ella se encuentra en otro plano al que no tengo permitido pasar. Nunca me amó. Tuvo necesidades similares al amor pero sin dudas, no me amó.

Y así transcurrió, nuestra relación. Después me fui a profesionalizarme y conocí a otras "no personas". Sin embargo aún puedo sentir el amargor que me provoca. Soy un adicto. Enfermo de obsesión cuando se trata de ella. 

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⏰ Last updated: Oct 01, 2024 ⏰

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Envenenado de obsesiónWhere stories live. Discover now