—Al final ninguno de los dos ganó la apuesta del chico... Uh, ese Lautaro. — dijo un Rebelde, que tomaba una cerveza.
—Como si fueras a ganarla. Sabes, eres muy marica, te fijas en chicos que son al menos 20 años más jóvenes que tú. ¿Te traigo una falda? — respondió su compañero con las bandas azules.
—Ja, ja, ja, graciosito... ¿Con cuántas balas te podré hacer reflexionar, aproximadamente? —
Bien, es Evade, un conjunto de dimensiones diversas y paralelas muy complicadas. Aun todo era extraño desde la partida del grupo de felinos a quién sabe dónde, aunque había sido hace tiempo.
Jard parecía ser uno de los más afectados con el incidente además de Bobo, ambos parecieron encariñarse con la misma "persona" y ahora se sentía difícil afrontar la incertidumbre de seguir la vida sin saber a dónde se fueron sus amigos.
El chico universitario, a pesar de todo, no era alguien que pudiera detenerse mucho a pensar durante el día, ya que se enfocaba en estudiar y trabajar (y de no morir en el intento). Normalmente sobrevivía a algunas comidas rápidas no muy saludables y bebidas energéticas. Es difícil no verlo con una Monster en la mano o una soda Eclipse.
Él sabe que algo no va bien afuera, y conoce tantas dimensiones... Pero en ninguna ha visto a la chica de ojos verdes ni a los arqueros, menos a los demás. No deja de pensar de vez en cuando en el recuerdo del gran monstruo alzándose sobre las casas, metros infinitos sobre sus techos, y comiéndose a cada uno de ellos como si fueran... Nada.
Un cielo oscurecido pintó cada mañana por 4 días, como si un agujero negro se hubiera comido al sol, a las nubes, a la vida que significaba mirad hacia el firmamento, y las estrellas también se marcharon. Solo quedaba la esperanza de un cielo negro.
—¿Ema y los demás volverán...? ¿No los has visto en algún lugar? —
—Bobo, deja de joderme con la misma puta pregunta... ¡¡No lo sé!! Mierda... Se los comió un monstruo gigante... Y no, no los he visto, ¡¡no soy perro rastreador para buscarlos!! — el chico de sudadera negra estaba últimamente muy estresado, más ahora que por alguna razón había tomado 2 latas de bebida energética.
—No me trates así! ¡¡Y deja de tomar!! —
—Cállate... Solo eres un niño. —
—¿Por qué eres así...? Nada te he hecho para merecer estas cosas. — reclamó antes de irse, sentía tanta frustración y molestia... Pero sabía a quien hablarle.
Muchas noches ahora se extinguían amargamente debido a discusiones entre los rebeldes y el universitario, amenazándose entre sí. Lo peor, es que a veces ni si quiera estaban en sus 5 sentidos y los mercenarios podían en cualquier momento volarle la cabeza a punta de disparos a Jard.
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Mientras, las horas pasaban agotadoras para los felinos. Cada uno debía mantener sus ojos abiertos, tan atentos a cada ruido... Las modificaciones a la casa duraron mucho más debido a sus intentos de no causar sonidos que alertaran a lo que fuera que estuviera en el exterior. La comida se almacenó como pudieron y lo que podía echarse a perder fue lo que consumieron antes.
El sosiego sobre la niebla era brutal, el cómo estaban reunidos alrededor de una luz tenue en un cuarto con la ventana tapada, el frío era seco, mordía cada hueso, cada muestra de carne debajo de la piel era desgarrada por las bajas temperaturas que llegaban como balas al corazón.
—¿Qué haremos ahora para mantenernos a salvo...? ¿Rezar? No sabemos que hay afuera... — murmuró Lautaro.
—Si Dios existiera, nos escuchara o al menos nos tomara en cuenta, no estaríamos aquí. — respondió secamente Estrella, que comía una ración de atún.
Todos se quedaron en silencio, nadie opinó, nadie cuestionó nada. Todos querían creer en algo, ¡claro que querían! Pero...
¿Qué cosa ha de salvarlos cuando la muerte cae sobre todos nosotros?
Cuando el deseo muere, cuando ni si quiera los dioses del majestuoso sol responden al ruego de querer volver a casa, cuando todo estaba bien, antes de que las paredes ardieran en llamas y cada palabra pesara como un hecho...
—Hay algo afuera... —una del grupo de felinos, hija de Pelusa, miraba para afuera entre uno de los huecos pequeños que quedaron al tapar las ventanas.
—Ah...? Mierda, Arabella, sal de ahí— la felina de ojos verdes no dudó en levantarse de su lugar e ir por su hija para alejarla como fuera de ese lugar. Las alertas del grupo se elevaron y era momento de con mucho cuidado intentar observar hacia afuera...
Había un hombre, si es que así se le podía llamar a esa silueta humana... Quieto y frío, se mantenía sin rostro ni latido de pie al lado de un poste de luz que parpadeaba. Era el único poste de luz funcionando en quizá cuadras enteras vacías y desoladas.
No tenía rostro... Ni si quiera movía un dedo... Era un monstruo de pies a cabeza, y causaba miedo. Mirarlo era morir en el intento a pesar de que no había ojos que te dijeran de que formas te mataría. Causaba dolor la forma en la que era una sombra anormal y apuntaba directamente a la casa en la que estaban los felinos. Pelusa no dudó en a los pocos segundos desviar la mirada y alejarse al mismo tiempo que tomaba a su hija y la apartaba del vidrio.
—¿Qué hay ahí...? —
—Silencio, nos está mirando— algo nerviosa, Pelusa se apresuró en revisar que todo estuviera cerrado, ya fuera puertas o ventanas. Los demás se levantaron y guardaron los restos de comida que no alcanzarían a degustar por el evento desafortunado.
Todos se escondieron estratégicamente en lugares pequeños de muebles y demás, así podrían ver a la entidad si es que entraba. A excepción de la felina de cabello castaño claro y ojos verdes. Ella se resguardó con sus hijos debajo de una cama, que tenía ordenadas y unidas unas cajas que tapaban lo que había debajo del catre.
Así, se formaba una especie de refugio discreto solo para los felinos...
Ahora todo está tan tenso, en este mismo instante nadie está respirando.
Allá afuera hay algo que mientras no es observado pone sus pies cada vez más cerca de la maldita puerta, esa puerta con latas de conserva vacías, sal y harina esparcidas por el piso.
Toca la puerta... 1, 2, 3... Pareciera alguien con prisa para entrar, pero no habla. No emite ruido que no sean sus golpes y oye las latas sonar, pero sabe que nadie lo está tentando a entrar con aquel ruido.
Es astuto, perverso, es un monstruo terrible... Toca más veces, quiere entrar y desgarrar cada pieza sangrante que haya en la casa. No se rinde, aunque cuando intenta ser más agresivo se detiene... Hay una fuerza, quizá un ángel o quizá una creencia que le impide entrar. Es un monstruo enorme que deforma cada extremidad para moldearse a la altura de la puerta y tocar una y otra vez.
Todos ruegan que el sol salga pronto si es que aún está ahí en el horizonte... La sombra los tortura con cada golpe a la puerta hasta que se detiene. Aun así, busca otros lugares, ya sea otras puertas o las ventanas... Todo está sellado, no hay entrada para él, y así como vino... Retrocedió, una y otra vez, hasta desaparecer en la miseria de la oscuridad.
El mutismo de cada minuto era agonizante, pero intentaron comenzar a salir de sus escondites sigilosamente cada uno de los felinos. Sin bajar la guardia, Israel se movió por la casa buscando señales de que alguien haya entrado y no vio ni una sola huella.
La sal, tirada sobre el suelo como una barrera, se mantenía intacta y fuerte.
La creencia era cierta....
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𝙱𝚊𝚓𝚘 𝚕𝚊𝚜 𝚝𝚛𝚊𝚐𝚎𝚍𝚒𝚊𝚜
Ficción GeneralPelusa, felina de ojos verdosos y pelaje carey entre el blanco y castaño oscuro junto a algo de amarillo. Con una vida que muchos gatos envidiarían, una dueña ejemplar y una ciudad estable. Aunque... La vida ha golpeado duro su puerta, y de un día p...