Después de varios días en el hospital, la situación de Arán seguía siendo incierta. Aunque en ocasiones el pequeño mostraba destellos de mejora, había momentos en los que su ánimo caía, y la preocupación de Juanjo crecía al ver a su hijo cada vez más cansado y vulnerable.
La fiebre continuaba, y Arán se quejaba de dolores que Juanjo no podía entender. Cada vez que el doctor Urrutia entraba en la habitación, el corazón de Juanjo se aceleraba, esperando buenas noticias pero temiendo que no fueran así. A pesar de la calidez del doctor, había una tensión en el aire que no se podía ignorar.
Una mañana, mientras Arán estaba en medio de una de sus mil pruebas, Juanjo decidió que necesitaba hacer algo especial por su hijo. Quería que Arán sintiera que, a pesar de la situación, había que seguir siendo feliz. Así que, mientras el niño estaba con las enfermeras, salió del hospital y se dirigió a una tienda cercana. Allí, compró una hermosa casita de muñecos de madera, pintada a mano, con un pequeño jardín lleno de flores de colores.
Cuando regresó a la habitación, el rubito estaba despertando de la anestesia, sus ojos entrecerrados y confusos. Al ver el regalo envuelto con papel de colores, la chispa de curiosidad brilló en su rostro, a pesar de lo débil que se sentía.
—¿Pa? —preguntó Arán con voz apenas audible, levantando la vista hacia su padre.
—Es una sorpresa. —respondió Juanjo, sonriendo a pesar de la preocupación que lo envolvía—. Vamos a abrirla juntos.
Con manos temblorosas, Juanjo comenzó a sacar los muebles y las muñecas. Aunque Arán apenas podía sostenerlos, sus ojos brillaban con interés. Cada nuevo objeto que descubrían parecía devolverle un poco de energía, y durante un rato, el malestar que lo acechaba se desvaneció. Juanjo hizo todo lo posible por que su hijo olvidara el dolor, compartiendo cuentos y aventuras con cada muñeca que sacaban de la caja.
Pero, a medida que pasaban los días, el maño no podía ignorar la creciente preocupación que le oprimía el pecho. El tratamiento no estaba funcionando como esperaban. Una noche, mientras su pequeño dormia, Juanjo se sentó a su lado, acariciándole suavemente la mano.
—Eres un campeón, Arán —le dijo, intentando infundirle un poco de fuerza.
Sin embargo, a medida que las horas avanzaban, el pequeño se mostraba más cansado, y Juanjo lo observaba con el corazón roto, sintiendo que el tiempo se deslizaba entre sus dedos.
Una tarde, mientras Arán yacía en la cama, con la mirada perdida y los ojos medio cerrados, Juanjo sintió que la angustia lo invadía. Decidió dar un paseo por el pasillo del hospital para despejar su mente. Al girar la esquina, se encontró de nuevo con el doctor Urrutia. El médico lo miró con comprensión.
—¿Cómo está hoy? —preguntó Urrutia, su voz llena de empatía.
—Está...igual. A veces parece el mismo niño, y otras no se puede casi ni mover—respondió Juanjo, sintiéndose vulnerable.
—Es normal en situaciones como esta. Su cuerpo está haciendo lo posible por luchar. Pero lo importante es que está rodeado de amor y apoyo, y eso marca la diferencia —dijo el pediatra.
Juanjo lo miró, sintiendo que el nudo en su pecho se aflojaba ligeramente. Había algo en la manera en que el médico se preocupaba por Arán que lo hacía sentir seguro, aunque también comenzó a notar lo atractivo que era, con su cabello desordenado y su sonrisa sincera.
Intentó apartar esos pensamientos, centrando su mente en su hijo.
A medida que pasaron los días, la salud de Arán continuaba siendo un tema de incertidumbre. Un día, después de recibir el tratamiento intravenoso, Juanjo se sentó junto a su hijo, quien parecía estar más débil que nunca.
—¿casa? —preguntó Arán, su voz casi un susurro.
—Pronto, cariño. Te prometo que volveremos a jugar con la casita de muñecos. Haremos una fiesta con todos los muñecos —respondió Juanjo, intentando mantener la ilusión viva.
Sin embargo, la situación se tornó más difícil cuando una mañana, Juanjo entró a la habitación y encontró a Arán con fiebre alta y temblando. Llamó a las enfermeras y, en cuestión de minutos, el ambiente se volvió tenso. El medico llegó rápidamente y comenzó a evaluar a Arán.
—Necesitamos hacer más pruebas. Puede que la infección se haya complicado. Vamos a mantenerlo bajo observación y ajustar el tratamiento —dijo el doctor, su rostro serio.
El corazón de Juanjo se hundió. Sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Mientras Arán era llevado a realizar más pruebas, Juanjo se quedó atrás, sintiendo que el aire se volvía pesado. Se sintió pequeño e impotente.
En medio de esas noches largas, se sentaba junto a la cama de Arán, vigilando su respiración. A veces, cuando el niño dormía, su mente comenzaba a divagar hacia el doctor. Pensaba en lo guapo que era, en la forma en que sus ojos brillaban cuando sonreía. Juanjo rápidamente se forzaba a apartar esos pensamientos, sintiendo que era un momento inapropiado. Su prioridad era su hijo, y no podía dejar que sus sentimientos personales nublaran su juicio.
A medida que los días se alargaban, la salud de Arán empezó a estabilizarse lentamente. Un día, mientras el pequeño yacía en la cama con su casita de muñecos a su lado, Juanjo decidió hablar con el pediatra.
—Creo que Arán necesita un cambio de aires. Algo que le dé un poco de alegría —dijo, sintiendo que era el momento adecuado para compartir su preocupación.
Urrutia se detuvo y lo miró, su expresión suave.
—Entiendo lo que siente. Los niños, incluso en estas circunstancias, necesitan algo que les haga sonreír. Haremos lo posible para permitirle tiempo de juego, siempre que su salud lo permita.
Las palabras del médico llenaron a Juanjo de esperanza. Aun así, la ansiedad nunca desaparecía del todo. Una tarde, mientras Arán dormía, Juanjo se dejó llevar por los recuerdos, y de nuevo se encontró pensando enel. La atracción se volvía más difícil de ignorar, y sintió una mezcla de emociones al respecto.
Cuando volvió la vista hacia su hijo, Arán sonreía en sueños, y Juanjo sintió que, a pesar de todo, su amor por él era lo único que realmente importaba. Decidió que se enfocaría en su pequeño, en hacer que sus días fueran lo más felices posible.
Con el tiempo, la salud de Arán comenzó a mejorar. Las visitas del doctor se hicieron más frecuentes, y aunque el médico siempre se mostraba profesional, había un aire de cercanía que Juanjo no podía ignorar. Durante esas conversaciones, Juanjo se dio cuenta de que no solo admiraba al doctor por su dedicación y habilidades médicas, sino que también había comenzado a ver en él a un ser humano que entendía el dolor y la lucha que estaba viviendo.
Finalmente, un día, después de que Arán se despertó de una siesta, Juanjo decidió que era momento de celebrar. Sacó la casita de muñecos y organizó una pequeña fiesta en la habitación del hospital. Decoró con globos y se sentó con su hijo, riendo y contando historias sobre las aventuras que las muñecas podían vivir.
El pediatra entró justo cuando Juanjo estaba colocando una muñeca en la casita. Al ver la escena, sonrió genuinamente.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, con tono divertido.
—Estamos teniendo una fiesta de pijamas —respondió Juanjo, sintiéndose un poco avergonzado pero también alegre.
—Me encanta ver esto. Que envidia yo tambien quiero. dijo Martin, mientras se agachaba para hablar con Arán—. ¿Te gustaría que viniera a jugar un rato cuando acabe mi turno?
Arán, iluminado por la idea, asintió lentamente, una gran sonrisa iluminando su rostro. La conexión que se formó entre ellos hizo que Juanjo sintiera un calor en su pecho, y aunque trató de apartar esos pensamientos, no pudo evitar sentirse un poco más cercano a el.
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everything had changed
Short StoryJuanjo es padre soltero, su vida esta dedicada por completo a su hijo Arán, de dos años. Su vida cambia de golpe cuando el pequeño se pone enfermo y tiene que llevarlo al hospital. Allí, en medio de la preocupación, conoce a Martin, un joven pediatr...